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Reflexiones de una mamá maestra

La educación en tiempos de covid (y antes) como un truco de magia

Los magos crean ilusionismos a través de tomar ventajas por cómo las personas percibimos y procesamos información. Mi hijo mayor ha aprendido trucos de magia como hobbie durante la pandemia. Hay un truco que me sorprende todas las veces. En el truco, él me pide que tome una carta, que no se la muestre y la devuelva al mazo; es decir, el conjunto de cartas. Luego, revuelve las cartas malabáricamente; al terminar y mira fijamente el mazo. Entonces, la carta que yo había seleccionado y no le había mostrado, poco a poco empieza a salir del mazo, como si una fuerza sobrenatural la atrajera. Por mi cara de signo de interrogación, mi hijo sabe que yo he sido convencida todas las veces. ¡Aún no descifro cómo lo logra!

Igual que el truco de magia de mi hijo, los padres de familia y la ciudadanía en general estamos siendo hipnotizados por trucos de magia cuando se trata de la educación en tiempos de covid, desde la concepción de aprendizaje hasta la evaluación y certificación de dicho aprendizaje.

Desde que la pandemia comenzó hasta la fecha, todos estamos relativamente “preocupados” por el hecho de que los estudiantes no estén aprendiendo debido a que no están asistiendo a la escuela. Sin embargo, en realidad, igual que muchos países en vías en desarrollo, Guatemala tiene una larga historia que data muchos años antes de la pandemia, en la cual sus estudiantes no aprenden. Todo lo anterior se confirma en estudios como PISA y PISA-D y las pruebas nacionales. En Guatemala, solo aproximadamente la mitad de los estudiantes de tercero primaria han aprendido a leer y menos de 10% de los estudiantes de 15 años tienen las competencias matemáticas de la educación básica. 

Además, no solo los estudiantes no aprenden, sino que muchas instituciones del país han certificado que, en la primaria, secundaria y universidad, sus estudiantes de muchas generaciones aprendieron las competencias para desempeñarse laboralmente y para futuros estudios. Incluso, algunos han premiado la excelencia académica de sus estudiantes que luego se sorprenden cuando fracasan al enfrentarse al mundo laboral. 

Finalmente, y relacionado con lo anterior, mucho antes de la pandemia, se ha implementado un número considerable de intervenciones, tanto nacionales como en las instituciones que prometían mejores resultados en los aprendizajes. Hasta el momento, solo unas cuantas intervenciones han mostrado tales mejoras.

Entonces, tal como el truco de magia de mi hijo, tenemos años de estar viendo ilusionismos en términos de educación de cuestiones que no son reales. Y por si esto no fuera suficientemente desilusionante, algunos estamos pagando precios muy caros por pocos aprendizajes. Trataré de explicar cada una de estas cuestiones.

Primero: Enseñamos mucho lo que no debemos enseñar

Los estudiantes pasan muchas horas de su vida haciendo tareas innecesarias. Los niños pasan copiando libros, memorizando contenidos y pintando dibujos. Al mismo tiempo, pasan muy poco tiempo investigando, escribiendo sus conclusiones sobre lo que investigan, resolviendo problemas matemáticos, entendiendo las relaciones numéricas, discutiendo lo que leen, organizando información nueva, entre otros. Los maestros, a su vez, pasan gran parte del tiempo tratando de cubrir contenidos aislados de las diferentes disciplinas del conocimiento; por ejemplo, enseñamos contabilidad, estadística, emprendimiento y matemática, pero entre tanta disciplina los docentes pierden de vista el desarrollo de la habilidad numérica. De forma similar, por ciencia, enseñamos animales de la granja, animales del bosque, insectos y cuánta posibilidad exista, pero no enseñamos a clasificar, a investigar y organizar información y otras destrezas propias de un científico. Entonces, el estudiante pasa una hora dibujando los animales de la granja y luego no es capaz de clasificar animales por sus características o no es capaz de encontrar información sobre animales para escribir un reporte.

Lo que describo anteriormente no es un problema de la pandemia, hace mucho que es así. Solo que ahora los estudiantes hacen todo esto a través de una pantalla, lo que provoca que pierdan mucho tiempo valioso para aprender y jugar por estar frente a la computadora. Entonces, vivimos en el ilusionismo en el que creemos que porque los niños tienen mucho trabajo están aprendiendo, y no es así.

Segundo: Estamos evaluando solamente para certificar

Entre tanta actividad sin sentido, los niños acumulan muchos “puntos” y, si entregan todas las tareas, obtienen buenas calificaciones. Las instituciones educativas certifican que el estudiante aprobó un curso porque acumuló una serie de tareas de contenidos aislados, no porque haya progresado en la habilidad. Es que, para llevar a un estudiante al progreso, se necesita retroalimentar con frecuencia sobre la habilidad que el chico está aprendiendo para que pueda superar las dificultades que está teniendo. Lamentablemente, la retroalimentación es mal interpretada. Muchos entienden que retroalimentar significa otorgar una carita feliz, un comentario que diga: “muy bien”, “excelente” o el clásico “esfuérzate más”. Sin embargo, retroalimentar supone que el docente sabe en qué etapa del desarrollo de la habilidad se encuentra el estudiante y hacia dónde desea que llegue, para que, en cada trabajo, corrija el error y modele lo que se espera. 

Si el estudiante y sus padres solamente reciben la calificación, la carita feliz, el comentario de “muy bien”, estamos cayendo en el ilusionismo de nuevo. Uno en el que creemos que el estudiante está aprendiendo solamente porque está siendo responsable y aplicado.

Tercero: Estamos castigando con pruebas

Algunos educadores han optado por hacer evaluaciones “objetivas” para certificar y evaluar aprendizajes. Sin embargo, esta práctica también ha creado varios ilusionismos. Las pruebas objetivas son una muestra de todas las posibles tareas que un estudiante podría haber hecho para demostrar que tiene la habilidad. El diseño de las pruebas objetivas no es tarea fácil y, de no hacerse bien, puede crear una conclusión distorsionada de la habilidad del niño, además de crear algunas conductas perversas en torno a “ganar” las pruebas. A veces, las pruebas objetivas son tan difíciles que no es posible ver qué sabe el estudiante. Asimismo, las pruebas pueden ser tan fáciles que tampoco es posible ver qué sabe el estudiante. En unas ocasiones, las pruebas solo se enfocan en el conocimiento de alguna disciplina, mientras que en otras el niño hace algo en la prueba, pero es evaluado sobre ese “algo” con criterios ambiguos. Además, cuando la prueba se usa para certificar que el estudiante aprendió, provoca cualquier forma creativa de hacer trampa porque las consecuencias de “perder” pueden ser devastadoras. Entonces, no tener buenas pruebas y usar los resultados para castigar no hacen más que crear ilusionismos sobre cuánto puede hacer el estudiante. Lo que menos es la prueba y, por consiguiente, su interpretación es ser objetiva.

Cuarto: Implementamos intervenciones de buena fe, no basándonos en aquellas que realmente funcionan

Muchos docentes entusiastas buscan metodologías innovadoras con el afán de que sus estudiantes mejoren. Cuando la pandemia llegó, dichas innovaciones se enfocaron en el uso de tecnología. Sin embargo, muchas de estas innovaciones podrían ser un simple ilusionismo. No hay métodos de enseñanza mágicos ni tampoco hay software que sustituya la interacción entre un mentor y un estudiante. La neurociencia sigue siendo el fundamento más importante de cómo aprenden las personas y no la tecnología. 

Seré más específica. Primero, la educación debe enfocarse en habilidades y no en contenidos específicos. Luego, los educadores debemos aprender cómo se aprende la habilidad desde la neurociencia, no desde las disciplinas. Seguido, debemos tener claro hasta dónde queremos llegar en el grado en cuestión. Luego, todos los días en el camino para llegar a esa meta, los docentes o padres debemos: capturar atención de los estudiantes, involucrarlos en la tarea de aprender algo nuevo, evaluar, retroalimentar y consolidar la destreza en cuestión. Si el método o el software “mágico” que encontremos se fundamenta en las cuestiones anteriores, o bien ayuda a que implementemos lo anterior, vamos por buen camino; en cambio, si el método mágico simplemente es una moda, un producto comercial, una sospechosa solución que acelera un aprendizaje y no ayuda a consolidar aprendizajes, no vamos por buen camino.

En conclusión, si el problema de falta de aprendizaje viene desde querer mejorar lo que no se tenía que mejorar, evaluar aquello que no tenía nada que ver con ser más competentes y, además, querer sustituir al docente con una pantalla o un software, es como creernos los trucos de los magos. Dicho de otra forma, nos estamos creyendo cuentos y comprándolos por educación (presencial, híbrida, a distancia, etc.).  Recordemos que aprender es el objetivo principal de la educación. Todo lo demás, el software, las computadoras, las plataformas virtuales, las horas frente a la pantalla o presenciales solo son herramientas para lograr aprender, pero no el fin último. Finalmente si seguimos creyéndonos el truco de magia, las nuevas generaciones continuarán sin aprender.

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Reflexiones de una mamá maestra

Dejemos de perder el tiempo y busquemos alternativas

Mi mami tiene un don de servicio especial. Ella siempre ayudará al prójimo sin esperar nada a cambio.  Hace unos días me contó que varios niños, vecinos de su barrio, se acercaron a ella para pedirle que les enseñe a leer, escribir y los números. Me contó que sus amiguitos vecinos no aprendieron mucho el año pasado y están muy desilusionados porque vamos por abril y no han recibido ningún material de la escuela.  Tampoco sus padres saben leer y escribir. Esa tarde mi mamá se acercó a mi para preguntarme qué podía hacer para ayudarlos.  Cuando me lo contó, todo lo que pude hacer fue suspirar.  Creo que, mi mamá entendió por mi suspiro que al aceptar ayudar a sus vecinos se estaría comprometiendo a un gran reto.

A estas alturas de la pandemia, es claro que cualquier variante de educación a distancia que se ha implementado no ha logrado aprendizajes en los niños, sobre todo los más pequeños. Y, repitan después de mi: “los grupos grandes en clases virtuales NO han sido, no son, ni serán efectivos”.  No son efectivos por una sola razón: la comunicación es de una sola vía.  En las clases por televisión, radiales, por YouTube o Zoom no es posible la interacción entre docentes y alumno necesaria para aprender. Esa falta de interacción, ya sea porque se les solicite a los niños que tengan el micrófono apagado o porque no haya micrófono, no permite mantener la atención del estudiante necesaria para aprender.  

Al mismo tiempo, los niños no pueden volver a clases presenciales de inmediato.  En medio de una tercera ola de contagios y al paso que vamos con la gestión de las vacunas, solo estaríamos poniendo en riesgo la salud de todos.  Aún si nos arriesgáramos a volver a las aulas, el pronóstico es que haya cierres de las escuelas prolongados hasta que se contenga la pandemia. Entonces, ¿qué queda? ¿Esperar a que todo pase y seguir sin aprender?

Yo no creo eso.  Yo creo que queda exactamente el recurso de mentoría que le solicitaron a mi mami.  Un mentor es una persona que conoce las fortalezas y debilidades de su estudiante, facilita su aprendizaje en un formato de uno a uno, propicia las prácticas o ejercicios para que practique por si mismo, rectifica que vaya aprendiendo y retroalimenta.

La mayoría de los padres de familia nos hemos convertido en dichos mentores de nuestros hijos.  Otros nos hemos apoyado de mentores o tutores contratados, cuando el presupuesto familiar lo permite.  Lo cierto es que nos hemos convertido en educadores improvisados y hemos asumido un rol determinante para que nuestros hijos continúen aprendiendo.  Nuestro rol va mas allá de exigirles a nuestros hijos que pongan atención a sus clases virtuales o de comprar los dispositivos electrónicos.  La intuición nos ha obligado a explicar, retroalimentar, propiciar prácticas, rectificar y a aprender a enseñar.  Eso sin mencionar aprender a cuidar la salud emocional de nuestros hijos, a gestionar el tiempo de estudio, de juego y un largo etcétera que no es tema de esta publicación.

Personalmente, para ejercer el rol de mentora de mis hijos he adquirido varios recursos.  Primero, obtuve las plataformas virtuales de la escuela de mis hijos, aprendí la forma de entregar tareas y a monitorear las actividades que realizan en estas plataformas.  Con ello, tengo acceso a la información que están recibiendo mis hijos, tanto como pude.  Además, adquirí varios libros sobre cómo aprenden los niños las habilidades básicas en un segundo idioma. Tercero, me aseguré de que mis hijos tengan todos los libros de texto que les pidieron en la escuela. Y, por último comparto con un círculo de amigas mamás nuestras experiencias como mentoras de nuestros hijos.

Lamentablemente, la escuela de mis hijos, como creo que es el caso de todas las escuelas y de las autoridades educativas, ignoran el rol de mentor que ejercen los padres o la vecina (en el caso de mi mami) durante la pandemia.  Lo afirmo porque las escuelas y las autoridades siguen diseñando clases virtuales asumiendo que son efectivas y que los niños aprenden solos, cuando es todo lo contrario.  Creo que la educación del futuro debe potenciar el rol de los mentores y no solo de padres que proveen dispositivos.  Mejor aún sería que los docentes asumieran un rol de mentor en lugar de un instructor virtual. Algunos elementos que hacen falta para potenciarnos como mentores son los siguientes:

  1. Los padres debemos dejar de exigir una reapertura de escuelas, que de momento es insostenible, y empezar a exigir un modelo de mentoría virtual o presencial donde los niños reciban retroalimentación oportuna de sus docentes individualmente o en grupos pequeños.  
  2. En lugar de perder el tiempo en clases virtuales con grupos grandes y poco efectivas o de sentarnos a esperar que podamos volver a las aulas, exijamos calidad de tiempo entre nuestros hijos y sus docentes. Cuando el acceso a clases no es de calidad, no habrá aprendizaje.
  3. Todos los involucrados en la educación de los estudiantes (padres, docentes, niños) deben comprender cuales son las habilidades mínimas que se espera que logren los niños en cada grado.  Conocer las habilidades mínimas no es lo mismo que nos informen un listado de contenidos a cubrir en el año.
  4. Los materiales (libros de texto, guías de autoaprendizaje) que se diseñan deben propiciar la correcta interacción entre el mentor (papá, mamá o docente) y los alumnos (hijos).  Si, por el contrario, los materiales se diseñan para que el alumno aprenda por sí mismo, dejamos afuera a todos los niños que no comprenden tal material, pero que pueden encontrar mentoría.
  5. Las escuelas deben aceptar el rol de los papás y formarlo para poder sostener posibles cierres prolongados de las escuelas. De la misma forma, los padres debemos asumir este rol por bien de nuestros hijos.
  6. No está de más propiciar espacios para que los padres/mentores aprendamos unos de otros.

En conclusión, creo que mi mami podría superar el reto de ser mentora de sus vecinos si: 1) ella supiera qué se espera que los niños dominen al final del grado que están cursando, 2) tuviera los materiales que le permitan interactuar con los niños de la manera adecuada y 3) prepara espacios seguros para interactuar uno a uno con cada niño y no poner en riesgo su salud. Después de todo, el compromiso porque sus vecinos aprendan ya lo tiene. Pero, un compromiso y buena voluntad sin el recurso y orientación necesarios, solamente sería replicar la misma condena de la educación sin logros de aprendizaje que tantos años ha sufrido Guatemala.

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Reflexiones de una mamá maestra

Me encanta ser mujer

Me encanta ser mujer.  Me encanta ser mujer profesional. Me encanta ser hija, hermana, esposa y madre. Me encanta ser empleada, me encanta ser estudiante y me encanta ser ciudadana guatemalteca. Me encantan todos los roles que vivo día a día.  Me encanta porque todos y cada uno de ellos los elegí yo misma.  Nadie eligió por mí que yo fuera madre o esposa.  Nadie eligió por mí la profesión a la que me dedicaría.  Nadie eligió por mí el empleo al que yo aplicaría y en el que crecería como profesional. 

Hoy me doy permiso de celebrar las oportunidades que he sido afortunada de tener y me doy el crédito por haber superado las dificultades que se me han atravesado en el camino.  Pero más que celebrar los éxitos de tantas mujeres inspiradoras, el día de la mujer es para recordarle a la humanidad que un gran porcentaje de mujeres en el mundo no han tenido la libertad de elegir los roles que ha asumido.  La celebración de día de la mujer es para que la humanidad reflexione sobre los derechos de todos los seres humanos, sin importar el sexo.  Todos tenemos derecho a: ser libres, a la educación, la salud (emocional y física) y el trabajo.   

Sin embargo, aún más importante, el día de la mujer es para continuar la lucha por los cambios políticos e institucionales para que las mujeres puedan tener las mismas oportunidades que sus pares hombres.  Aunque yo he sido afortunada, mi historia para convertirme en académica y en profesional es un ejemplo de las barreras que muchas mujeres atraviesan para llegar donde están.  Por ello, se las comparto.

No es secreto que, tras haber obtenido un crédito – beca, mi familia y yo viajamos a otro país para que yo estudiara un doctorado en investigación y medición educativa. Tampoco es secreto que al viajar solamente había nacido nuestro primer hijo y que, en el extranjero y a mitad del doctorado, nació nuestra segunda hija. Al culminar mis exámenes privados, mi esposo y yo decidimos volver a Guatemala y decidimos tener a nuestro tercer hijo.  Desde Guatemala y con mis tres retoños, continué escribiendo mi disertación tal como había acordado con mi asesor y la universidad. 

Todo iba bien hasta que a medio proceso de escribir mi disertación, la organización que me había otorgado el crédito-beca me llamó para decirme que se había terminado el tiempo máximo (5 años) en el que podía terminar mi doctorado y que al no haber terminado de escribir mi disertación en ese momento, eliminarían la parte de “beca”, del crédito-beca que había obtenido y que ahora yo tendría una deuda por la cantidad completa que me habían otorgado, aumentarían los intereses y reducirían el tiempo para pagar la deuda a la mitad de los años. Indudablemente la noticia me puso contra la pared porque yo tenía que decidir si seguir estudiando o buscar un segundo empleo para cubrir la deuda que tenía con la institución. 

A dicha reunión asistí con mi tercer hijo en brazos a quien yo amamantaba en ese momento. Ante la noticia de la sanción económica, quise responder explicando la naturaleza de mi estudio y que la razón por la que no había terminado era metodológica. Yo elaboré un estudio longitudinal que implicaba varias mediciones el tiempo.  Además, quería que supieran que el promedio para culminar doctorados en el mundo era de 8 años, a lo cual, el límite de la institución no estaba ni cerca. Sin embargo, antes de escuchar mi respuesta, la persona que me informaba sobre mi deuda con la institución me dijo algo que nunca olvidaré: “supongo que haber tenido dos hijos más desde que empezaste tus estudios te ha impedido terminar tu disertación”. 

En ese momento entendí que, las instituciones, por ejemplo, esta que otorga becas universitarias, siguen operando bajo los prejuicios que cada 8 de marzo se tratan de erradicar.  Prejuicios como que las mujeres que deciden ser madres no pueden ser profesionales o no deben ser contratadas porque los hijos son un impedimento para cumplir sus funciones.  O que no se debe o puede ser académica y madre a la vez.  

Afortunadamente y después de una batalla legal, superé esos tiempos difíciles y culminé mi doctorado con una mención honorífica por mi trabajo de disertación.  Hoy sigo celebrando haber luchado por mis derechos y mis sueños y, al mismo tiempo rindo homenaje a cada mujer que ha alcanzado sus sueños, por grandes y pequeños que sean.  Asimismo, cada 8 de marzo celebro a mis amigos que me dieron el empujón cuando lo necesitaba. Porque cada uno de ellos es un agente de cambio.

Aquella experiencia para culminar mis estudios me transformó para siempre.  Ahora soy sensible a la discriminación por género.  Sobre todo, a aquella que es sutil y aquella que está arraigada en instituciones públicas y privadas.  Desde aquella experiencia, aprendí que en escribir nuestras historias y en apoyarnos unas a otras están los cambios para que las mujeres del futuro alcancen sus sueños con menos obstáculos.  

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Reflexiones de una mamá maestra

Mami tú no entiendes

Esta semana, mi hija tuvo que escuchar su clase virtual en el carro mientras conducíamos a una cita médica.  La maestra que dictaba la clase virtual intentaba enseñarles cómo hacer corazones en origami en celebración del día del cariño.  Los cincuenta minutos que duró la clase, mi hija y yo estuvimos escuchando a sus compañeritos interrumpir a la maestra y pidiendo repetir instrucciones del corazón debido a problemas con el internet: “¿puedes repetir la última instrucción?”, “se me fue el internet”, “¿qué tengo que hacer?”, “no veo tu cámara”, eran algunas quejas de los niños.  Después de un rato de estar escuchando la clase, imprudentemente, le dije a mi hija: “Qué aburrido debe ser para tu maestra estar escuchando que el internet y la plataforma no funcionen para todos.  Creo que tu maestra debería enviar el video de YouTube para que ustedes lo hagan en casa solitos”.  Inmediatamente mi hija que ama a su maestra me miró con ojos desafiantes y me contestó: “Mama esta es la escuela ahora.  Tu no entiendes, porque en tu época no era así”.  Aunque la respuesta de mi hija me hirió el orgullo de educadora, creo que, como todas las veces que mi Sarita manifiesta su sabiduría, ella tiene razón.

Después de este año inusual, me pregunto: ¿Qué es la educación actual? ¿Qué habilidades tienen que dominar los niños actualmente para aprender? He estado tratando de responder estas preguntas desde el día del incidente y no encuentro una respuesta correcta.  Así que, en lugar de encontrar una respuesta, he decidido aceptar que, contrario a lo que yo pensaba el año pasado, el COVID-19 no es temporal y que realmente todo, incluyendo la escuela como la conocíamos, cambió para siempre. 

En la escuela actual no hay muchas cosas como las conocí. Por ejemplo, no hay salón de clases.  Yo recuerdo la ilusión y los nervios con la que yo esperaba encontrar mi nuevo salón y conocer a mis nuevas compañeras cada inicio del año escolar.  Me encantaba oler el salón recién pintado y los escritorios mejorados el primer día de clases.  En la escuela actual no hay recreo.  El recreo era mi parte favorita de la escuela.  En el recreo aprendí algunas de las habilidades más importantes de la vida. Por ejemplo, aprendí a negociar los juegos, a administrar mi tiempo entre comer y jugar, a compartir, entre otras.  En la escuela actual no hay abrazos ni comunicación corporal y visual de la maestra.  Mis maestras me hablaban con la postura, con la mirada, con palmadas y con abrazos.  En la educación actual no hay aprendizaje cooperativo.  Yo recuerdo que cuando no entendía las instrucciones de mi maestra, siempre había una amiga que me las explicaba mejor que ella.  En la escuela actual no hay evaluación.  Yo recuerdo que cuando tenía un examen, moría de los nervios porque ni siquiera una calculadora me haría el favor.  La escuela actual no tiene uniformes.  En mi casa vivimos en pijamas sin importar la hora o el día.

Pero la escuela actual tiene cosas interesantes que no conocía. En la escuela actual hay plataformas virtuales.  En ellas se puede organizar el contenido y las tareas con tal detalle que el niño y sus papás pueden accederlas en cualquier momento y saber lo que aprenderá durante un período de tiempo sin necesidad que alguien se lo diga.  En la escuela actual hay aplicaciones de aprendizaje.  Con ellas se pueden consolidar habilidades porque otorgan oportunidades y retroalimentación al instante. No solo eso, sino que existen en muchos idiomas y formatos.  En la escuela actual ya no se vale la excusa clásica de “mi perro se comió mi tarea”.  A menos que el perro se coma la computadora, todo se puede reimprimir, volver a hacer y volver a entregar las veces que se desee antes de la fecha límite.  La nueva escuela tiene chats y video llamadas.  Mis hijos usan el chat y las video llamadas para comunicarse con sus amigos y hacer grupos de juego durante las tardes.  La escuela actual tiene correos electrónicos.  Los docentes de mis hijos se comunican con ellos a través de correo electrónico.  Ciertamente, mis hijos están aprendiendo a distinguir el tono de la maestra en cada correo que reciben.

Mis hijos han aprendido habilidades que yo no tenía cuando era niña.  Incluso, me atrevo a decir que muchas de ellas las aprendí cuando tuve un trabajo en oficina a los 24 años.  Mis hijos han aprendido a organizar sus horarios de clases y de tareas de forma independiente.  Mi hija que tuvo dificultades para aprender a leer y escribir, aumento su fluidez de lectura y escritura tratando de chatear y leer los mensajes de sus amigas.  La motivación de encajar en su grupo de juego, la hizo superar muchas barreras.  Mi hijo pequeño aprendió a distinguir intrusos de amigos en sus juegos electrónicos.  Además, mis hijos responden más correos que yo en una semana de trabajo.  Finalmente, mis hijos han aprendido a resolver problemas de la escuela con los recursos existentes.  Sarita encontró el video del corazón en origami en YouTube y completó su tarea. Ciertamente, ha habido aprendizaje; podría seguir describiendo más de estos ejemplos. Me pregunto si lo que Sarita me estaba tratando de decir en su respuesta era que dejáramos de añorar las cosas como eran antes y que no podemos cambiar para abrazar el futuro en su máximo esplendor.  

Sin embargo, no dejo de desear que mis hijos vuelvan a la escuela.  Deseo qué se ensucien en los recreos, que compartan su refacción, que la maestra los regañe en persona, que olviden la tarea, que jueguen fútbol en el recreo y que mueran de estrés por un examen.  De la misma forma, deseo que todos los niños del mundo regresen a la escuela pronto.  No dudo que los aprendizajes que mis hijos tuvieron son un privilegio que no tiene la mayoría de los niños del mundo. Y que haber obtenido esas nuevas habilidades abrirá una brecha aún más grande entre los que la tuvieron oportunidades y quienes no la tuvieron durante la pandemia.  En el fondo de mi corazón, quiero creer que podemos regresar a una escuela mejorada.  Una escuela que haya aprendido de este año.  ¿Creen ustedes que será posible obtener el balance de las cosas buenas de ambas escuelas, la presencial y la virtual, para que el futuro de los niños sea mejor? 

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Reflexiones de una investigadora

Habilidad nivel “scrunchi” y PISA-D

Hoy, 13 de diciembre, me di cuenta de que me quedan 18 días para cumplir mi meta del 2020 de convertirme en costurera.  Es evidente que no lograré hacerlo en tan corto tiempo y que tendré que extender el plazo de la meta un año más.  Mientras reflexiono sobre mi progreso en desarrollar la habilidad para coser, me doy cuenta de que, aunque el progreso fue lento, dominé algunas destrezas básicas.  Por ejemplo, puedo maniobrar la máquina de coser sin problema. Puedo elaborar algunas piezas simples como bolsitas y scrunchies (colitas para el pelo en la muñeca de mi mano). Puedo hacer ruedos a máquina y corregir los hoyos en los pantalones de mis dos futbolistas.  A pesar de que he superado algunos pasos y me he ahorrado pagar por que me hagan un ruedo, en realidad no estoy cerca de ganarme la vida con esta segunda profesión. 

Irónicamente tengo un diploma de costura básica que se generó automáticamente solamente por haber completado mi curso en línea. Ciertamente, en el curso en línea lo más importante era premiar mi esfuerzo por los dólares que pagué y le dieron menos importancia a mi desempeño. Sin embargo, si me dieran trabajo de costurera basado en ese diploma, indudablemente fracasaría en el empleo. Es que la habilidad para coser puede ir desde las scrunchies, hasta vestidos de princesa.  En la imagen, se encuentran tres niveles de costura.  En la primera están los scrunchies. Estos fueron confeccionados por mi hija y por mí.  Para hacerlo, requerimos cortar un rectángulo de tela, coserlo por una de las orillas e insertarle un elástico.  La camisa negra fue elaborada solo por mí.  Esta requirió más pasos, incluyendo elaborar un patrón.  A pesar de que la completé, tiene varios errores.   El vestido de princesa lo elaboró una modista de alta (altísima) costura, muy querida y cercana a mi hija y a mí.  Ni siquiera puedo describir los pasos para hacer ese vestido.  Las habilidades que adquieren las personas, como esta de coser a máquina, pueden describirse en un continuo de destrezas que van de lo simple a lo complejo.

Si para otorgarme el diploma del curso de costura básica en línea me hubieran evaluado con los scrunchies, seguro ganaría el curso con altas calificaciones.  En cambio, si me hubieran evaluado con la camisa, tal vez hubiera pasado “raspada” o hubiera perdido el curso por los errores.  Y si el diploma se basara en el vestido de princesa, ni siquiera me hubiera atrevido a hacer la evaluación.  

Este mes se publicaron los resultados de la evaluación internacional PISA-D en la que participó Guatemala.  PISA-D evalúa lectura y matemática en jóvenes de 15 años que están en la escuela y fuera de la escuela.  La diferencia de PISA-D en comparación con PISA (sin la D) es que tiene ítems en los niveles más bajos de desempeño e incluyó a jóvenes fuera del sistema.  Para usar la analogía de los niveles de costura, digamos que la camisa correspondería al nivel esperado en mundo sobre habilidad en matemática y lectura tal como ha sido definido por los países que participan en esta evaluación con la OECD.  Y PISA-D incluiría más tareas o ítems del nivel de los scrunchies.  El vestido de princesa, que requiere un alto de dominio de la costura, además de un talento artístico, sería el nivel más alto en la evaluación.  Como yo, cuando las personas decidimos aprender algo nuevo, aspiramos llegar al nivel más alto (vestido de princesa), pero si la oferta educativa nos permite lograr el nivel mínimo y funcional (camisa negra), entonces tendríamos oportunidad de obtener un trabajo, de continuar estudios y de superarnos económicamente. Por el contrario, si la oferta educativa no nos da más que la posibilidad de estar en el nivel más bajo (scrunchis), entonces no podríamos obtener un mejor trabajo ni ser autosuficiente económicamente.   Tristemente, cuando la mayoría de nosotros solo sabemos hacer scrunchies, entonces no podemos sobresalir en el mercado porque todos ofrecemos lo mismo al punto que una compañía grande puede automatizar lo único que nosotros sabemos hacer; en cuyo caso, mi habilidad actual no me es costo eficiente.

Los resultados de Pisa D muestran esta triste realidad.  La mayoría de los jóvenes de 15 años de Guatemala que están en la escuela no alcanzan más que el nivel “scrunchi” de lectura y matemática.  Peor aún, los jóvenes que están fuera de la escuela están mucho más lejos de lograr el nivel mínimo en las habilidades básicas.  Cabe mencionar, que 1 de cada 2 jóvenes de 15 años se encuentran fuera de la escuela en este país. La mayoría desertó en la primaria o al finalizarla porque ésta no llenó sus expectativas de aprendizaje y se convirtió en una barrera más que una oportunidad. La historia en matemática es peor que la de lectura.  Realmente en Guatemala los niños y jóvenes no aprenden matemática.  Además, los jóvenes pobres e indígenas aprenden menos, alejándolos aún más de la posibilidad de salir de la pobreza. Y, por si la historia no fuera suficientemente triste, estos hallazgos se encontraron antes de la pandemia.  Lo que significa que el pronóstico es aún peor para los años que vienen a menos que los padres, los docentes y los tomadores de decisión del país hagamos algo.  Aquí algunas ideas.

  1. Los padres debemos exigir aprendizaje y no solo calificaciones altas.  La sociedad y los trabajos actuales valoran lo que nuestros hijos pueden hacer con lo que saben y no los diplomas que acumulan.  Indaguemos si nuestros hijos tienen suficiente habilidad matemática y de lectura para el grado.  Observemos si nuestros hijos pueden hacer cosas más sofisticadas conforme avancen o si pasan los días y los años haciendo lo mismo una y otra vez.  Lamentablemente las calificaciones no reflejarán esto como esperamos.  Afortunadamente, en este confinamiento y con educación a distancia, podemos estar atentos a sus aprendizajes para que no lleguen a los 15 años sin estar preparados para competir nacional e internacionalmente.
  2. Los maestros debemos enfocarnos en el aprendizaje de habilidades y no en la didáctica atractiva de las disciplinas.  Para ello, debemos determinar qué debe hacer el estudiante con cada destreza que adquiere y como cada una se conecta con una subsiguiente más sofisticada.  Solo así el estudiante crecerá en su habilidad. Cuando entendamos cómo se aprenden las habilidades básicas, también podremos elegir mejor las tareas para evaluar si nuestros estudiantes están avanzando.  Dicho de otra forma, podremos diseñar evaluaciones que reflejen el nivel el scrunchi, el nivel camisa y el nivel vestido de princesa para matemática, lectura, ciencias, etc.  Consecuentemente, cuando certifiquemos el aprendizaje con una calificación o un diploma, esta reflejará el desempeño de nuestros estudiantes y no solo será una pantomima o un requisito.
  3. Todos los que de alguna forma u otra estamos involucrados en la toma de decisión y en la política educativa, en primer lugar, debemos leer el reporte. Con los detalles de este fascinante estudio se pueden diseñarán las estrategias a nivel de país que permita otorgar una oferta educativa de mayor calidad para que los niños y jóvenes permanezcan en la escuela y que ésta les provea de aprendizajes con mayor calidad.
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Reflexiones de una mamá maestra

¿Realmente podemos aprender a través de guías de auto aprendizaje y los formatos virtuales ?

El 31 de diciembre del 2019 me propuse aprender algo nuevo y diferente a lo que usualmente estudio.  Así que me inscribí a un diplomado en corte y confección.  A pesar de que mi mamá cose y teje, yo nunca había siquiera encendido una máquina de coser. Pero, después de haber culminado exitosamente un doctorado en el extranjero tenía confianza que podía aprender cualquier cosa.  Si tan solo hubiera sabido que una cosa no tenía nada que ver con la otra.

Habían transcurrido 4 clases en el diplomado cuando la pandemia y el confinamiento llegaron a Guatemala. En las primeras cuatro clases logré confeccionar una bolsa de tela.  Ciertamente, mi bolsa no era la más linda, pero había logrado el patchwork y todas las medidas habían coincidido.  

El siguiente proyecto era una falda.  La falda la confeccioné con instrucciones que me enviaban a través de videos y WhatsApp.  La terminé, pero tenía errores notorios.  Las costuras no coincidieron del todo y tuve que repetirla tres veces antes de lograr terminarla.  Luego de la falda básica, el diplomado en corte y confección fue cancelado por disposiciones del centro de estudios.

No me desmotivé y pensé que podía comprar cursos en plataformas virtuales para continuar mi proyecto de aprender a coser de forma autodidácta.  Empecé con un curso para confeccionar una camisa.  El curso tenía seis unidades con 4 videos cada una. Cada video/lección mostraba cómo elaborar un paso para elaborar la camisa.  Los videos eran cortos (15 minutos máximo) y de alta calidad.  Seguí los pasos con mucho cuidado, mi camisa tiene un solo error en el cuello que aún no comprendo y aún no se cómo arreglar.  Pensé que el curso de la camisa había sido muy ambicioso para una principiante y que debía ir un paso atrás. Así que compré un curso básico con la misma metodología, pero con un proyecto más sencillo que la camisa. Esta vez el proyecto era una cartera.  Lo completé. Sin embargo, al igual que la falda y la camisa, me quedé con muchas dudas sin resolver y siento que, si tengo que hacer cualquiera de los tres proyectos yo sola, no sabría hacerlo sin videos.

En el proceso anterior, mi hija de 8 años se entusiasmó con la idea de confeccionar nuestras propias prendas y me pidió que la inscribiera en un curso en línea de diseño de modas.  Ella, contrario a mi, es inmensamente creativa y ve cosas donde yo no.  El curso de mi hija consiste en reuniones virtuales de dos horas una vez por semana donde las profesoras muestran a través de la cámara las puntadas e instrucciones para que las niñas entre 6 y 12 años cosan sus diseños.  A diferencia de mis cursos, el de mi hija permite interacción entre las niñas y las profesoras.  Hasta el momento, mi hija ha logrado diseñar, pero no confeccionar sin asistencia mía. 

La experiencia de mi hija y la mía en aprender algo diferente, de lo que no teníamos ninguna experiencia previa y a lo cual nos sentimos muy motivadas, me hace pensar si realmente se puede aprender en línea y/o de forma auto didácta. Para responder mi inquietud, volví a las cuestiones básicas: ¿Qué es aprender? ¿Cómo aprendemos los seres humanos? El reciente libro de Stanislas Dehaene (2019) ha respondido parte de estos cuestionamientos. 

Según Dehane, para aprender necesitamos cuatro “pilares”: 1) prestar atención, 2) involucrarnos activamente en la tarea, 3) recibir retroalimentación al error y 4) consolidar el aprendizaje (2019).  

Prestar atención es el primer paso y el prerequisito de los otros tres pilares, de acuerdo con Dehaene. Al prestar atención nos enfocamos en lo que queremos aprender.  En las experiencias que mi hija y yo hemos tenido para aprender a coser en un formato virtual, puedo decir que los videos de alta calidad que yo he tomado permiten enfocar mi atención de mejor manera que las clases virtuales de mi hija con su grupo de compañeras.  En realidad, mi hija no ha podido seguir la instrucción de costura por sí misma, porque el proceso se trunca cuando pierde atención. Ambas nos hemos involucrado activamente en el aprendizaje (pilar dos).  Creo que la razón principal de ello es que tanto mi hija como yo intentábamos ejecutar la instrucción de costura casi inmediatamente después de haberla observado o escuchado con la motivación de ver el producto terminado.  

La retroalimentación al error es un elemento que ni mi hija ni yo hemos experimentado en ninguna de las modalidades (pilar tres).  En mi caso, con los cursos montados en videos de alta calidad, no es posible interactuar con los instructores.  Y en el caso de mi hija con las sesiones de zoom, las profesoras proveen retroalimentación a las dudas de las niñas una a una conforme surja, pero retroalimentar a cada una en un grupo grande hace el proceso tan lento que las niñas pierden la atención, volviendo recurrentemente al primer paso. Finalmente, tanto mi hija como yo necesitaremos práctica para consolidar el arte de coser (pilar cuatro).  Quizá yo tenga que hacer diez repeticiones de la falda, la camisa y la bolsa para sentir que he dominado el arte de coser.  En ese sentido, los videos tienen ventajas sobre las reuniones de zoom de mi hija.  Ventajosamente, el curso de mi hija incluye tareas semanales con el objetivo consolidar aprendizajes.  Sin embargo, aunque repitamos la tarea cincuenta o cien veces, sin retroalimentación, probablemente lo hagamos cincuenta veces mal.

Mientras reflexiono sobre mi competencia como costurera después de siete meses de intentarlo con autoaprendizaje y en formato virtual, me pregunto si ¿los niños del país tuvieron experiencias similares aprendiendo habilidades básicas de forma autodidácta, de las cuales probablemente no tenían conocimiento previo?  Por ejemplo, ¿aprenderían a leer los niños de primero primaria?  ¿Cuál será la competencia de escritura de los niños que cursaron primero primaria en el 2020? ¿Lograron los niños guatemaltecos dominar las operaciones básicas con guías de autoaprendizaje y los programas de televisión? ¿Cuánto avanzaron en el aprendizaje de un segundo idioma nuestros hijos a través de las clases en zoom?  Lo que sospecho es que en nuestro intento de proveer educación a distancia, en algunas ocasiones fuimos exitosos en implementar alguno de los pilares de aprendizaje de Dehaene y en otras ocasiones no tanto.  Por tanto, la moraleja que aprendí de mi propia historia de aprender algo nuevo de forma autodidácta se resume en los siguientes puntos:

  1. Primero que nada, el libro de Dehaene es lectura obligada para los educadores del mundo. 
  2. No todo se puede aprender de forma autodidácta. Algunas cuestiones necesitan mentoría.
  3. Antes de tratar de innovar con las diferentes posibilidades que la tecnología nos ofrece, debemos volver a lo básico en lo que respecta a teorías de aprendizaje y neurociencia.
  4. Cuando diseñamos un curso debemos proveer oportunidades para retroalimentar sobre sus errores a los estudiantes de forma tan inmediata como sea posible.
  5. Debemos aprender de los youtubers, influencers y productores de cine sobre los elementos que capturan la atención de los niños cuando se produce un video.  Sospecho que videos aburridos o clases de zoom donde se presenta un power point durante 40 minutos está lejos de capturar la atención necesaria para aprender.
  6. Los grupos grandes no son convenientes para las clases virtuales por plataformas como zoom.  No son eficientes para capturar atención de los niños, ni para retroalimentar a los niños sobre sus errores.
  7. Debe haber práctica y los niños deben tener oportunidades para conversar con su profesor uno a uno sobre las dudas y errores que están cometiendo en las prácticas y tareas que se les asigna.  Proveer una calificación no es suficiente.
  8. Disfrutar la experiencia de aprendizaje sigue siendo importante.

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Reflexiones de una investigadora

Despejar las nubes del cielo

Cuando empezó el confinamiento ninguno sabíamos cómo seguir la vida.  Muchas preguntas se han tenido que responder desde entonces. ¿Cómo recibirán educación los niños en casa? ¿Cómo continuaremos trabajando a la vez que asistimos a nuestros hijos en sus tareas escolares? ¿Cómo hacemos para no contagiarnos de COVID-19? ¿Cómo mantenemos nuestros negocios sin poder salir a trabajar?  ¿Serán promovidos de grado nuestros hijos?   ¿Se podrán graduar los estudiantes del último año? ¿Cuándo será seguro regresar a clase? Todo parecía y parece aún tan nublado.  Aunque poco a poco hemos ido resolviendo cada interrogante, muchas preguntas siguen sin respuesta, así como nuevas preguntas han surgido.  En este artículo, expongo una pregunta que ha rondado en mi cabeza todo el confinamiento y a la cual estoy empeñada en encontrar una respuesta.  Pero me pareció importante compartirla porque todos debemos estar anuentes al cielo nublado en las calificaciones de nuestros hijos. Si eres docente y al final del post te convences de intentar mi propuesta, escríbeme.

En la escuela las evaluaciones son el pan diario de cada día.  Los docentes evalúan todos los días a nuestros hijos de diferentes maneras y con distintos propósitos.  A veces, el propósito de las evaluaciones es retroalimentar a nuestros hijos para que mejoren su desempeño; ese es el caso de las evaluaciones formativas.  Otras veces, el propósito de las evaluaciones es sumativo. Por lo general cuando este último es el propósito de la evaluación, los docentes y las escuelas utilizan pruebas “objetivas” o exámenes para calificar, promover o certificar.  Las pruebas o exámenes son herramientas para obtener el conocimiento o competencia de los estudiantes y traducirlo en un número al que comúnmente llamamos “calificación” o nota.  Las calificaciones o notas a su vez son el recurso con el que los docentes dan fe pública de que nuestros hijos adquirieron las competencias del grado. 

Quienes tienen acceso a internet y a suficientes dispositivos en casa, probablemente han tenido la experiencia de que sus hijos hayan hecho exámenes por internet, probablemente simulando los controles que los maestros imponen en las aulas.  Por ejemplo, grabar videos de los niños realizando alguna tarea donde se evidencia que nadie lo esté ayudando o llenar exámenes en una computadora mientras son grabados por detrás con otro dispositivo para mostrar que nadie lo ayuda y que nuestro hijo no usa el internet para encontrar las respuestas.  Sin embargo, a pesar de la creatividad para realizar pruebas objetivas a la distancia, no me dejarán mentir que es casi imposible controlar las condiciones en las que los niños toman las pruebas en casa.  

Cuando se elabora examen, se hace bajo el supuesto que esta herramienta estimará la competencia “real” del estudiante en determinada área. Así, por ejemplo, al elaborar la prueba de bimestre de matemática, el docente asume que con ésta capturará la competencia que los niños hayan adquirido en esta área y que la calificación en la prueba representa dicha competencia. De manera que, cuando el padre de familia y el estudiante reciban la nota del examen, perciban que la calificación corresponde con el conocimiento o competencia de matemática de su hijo. Sin embargo, capturar la competencia real en una prueba no es tarea fácil.  

Cuando un docente elabora un examen, diseña preguntas que permitan capturar las competencias que sus estudiantes han estado estudiando.  Dichas preguntas tienen cierto grado de dificultad para distinguir a los estudiantes competentes de los que no.  Finalmente, el docente prepara un examen con suficiente número de preguntas para que el alumno tenga varias oportunidades de demostrar la competencia.  A pesar de lo cuidadoso con lo que se elaboren las preguntas de un examen, se requiere crear condiciones para que nuestros hijos solamente utilicen su competencia para resolver las preguntas y no usen otros recursos.  Por ejemplo, los “chivos”, copiar a un compañero y la habilidad de los estudiantes para responder pruebas son factores que puede influir en la calificación de nuestros hijos en sus exámenes.  De la misma manera, cuando las pruebas se hacen a través de internet, también hay factores que influenciarán la calificación, por ejemplo la habilidad del estudiante para utilizar las plataformas en línea y los dispositivos.  Estos factores adicionales pueden nublar la visión del docente/evaluador para observar la competencia “verdadera” de matemática de nuestros hijos y por consiguiente distorsionar la calificación que recibimos con base en los exámenes en línea.

Tener más nubosidad en los resultados nos trae problemas cuando los propósitos de la evaluación son de dar fe pública a través de una calificación de las competencias de un estudiante. Por ello, algunas mamás o maestros tenemos el sentimiento que nuestros hijos están sacando notas demasiado buenas en comparación con su récord escolar o, por el contrario, percibimos que nuestros hijos están bajando en sus calificaciones por las condiciones en las que toman las evaluaciones por internet o en casa.

Ante esta problemática y siendo una persona que dedica su vida a hacer pruebas objetivas, no dejo de preguntarme si los educadores debemos continuar emitiendo juicios de valor sobre las competencias de los estudiantes a través de pruebas objetivas realizadas en casa y cuando se pueda, por internet. Al igual que con otros temas del confinamiento, yo creo que si podemos seguir evaluando a través de pruebas, pero, debemos modificar algunas condiciones para alejar las nubes del cielo y observar si nuestros hijos están adquiriendo las competencias de grado.  Esta es mi propuesta:

  1. Convertir los exámenes en “retos” y alejarnos del esquema rígido de las pruebas.  Mi hipótesis es que esto motivará a los estudiantes a demostrar su competencia en lugar de tratar de hacer trampa para obtener una puntuación esperada.
  2. Enfocarnos en la competencia y no en la calificación.  Si los retos no tienen una calificación, sino un “completado” o “no completado”, el estudiante estará preocupado por completar el reto al igual que sus compañeros y no en obtener el mayor puntaje.
  3. Lanzar más de un reto en el bimestre.  Cuando los estudiantes tengan que completar más retos, tendrán más oportunidades de mostrar la habilidad.  Esto dará mayor certeza a los padres y docentes de que el estudiante adquirió una competencia.

Con suerte, cambiar la forma de evaluar nos permita determinar mejor y dar dar fe pública que nuestros hijos han adquirido las competencia este año escolar.  De esa forma, no percibiremos que la nota está distorsionada sino bien que está evidenciada y que la evidencia es coherente entre los padres y docentes.  

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Reflexiones de una mamá maestra

No es suficiente trasladar al docente a un dispositivo para lograr aprendizajes este año

La escuela y los maestros son importantes.  En la escuela nuestros hijos aprenden habilidades básicas como lectura, matemática, escritura y pensamiento científico. Además, aprenden habilidades sociales, como compartir, respetar reglas y horarios, autorregulación y responsabilidad.  Esto lo aprenden a través de su relación con pares en el ambiente estructurado que construyen los adultos de la escuela.  

La figura de este post muestra la escuela y la escuela en casa.  En la escuela (del lado izquierdo), los docentes (competentes) organizan lecciones día a día durante el ciclo escolar. Los maestros que preparan lecciones efectivas capturan la atención de sus alumnos.  Durante la lección, los alumnos hacen preguntas, resuelven nuevos problemas, ponen en práctica algún procedimiento o completan una tarea, tanto individualmente como en colaboración con sus compañeros.  Dicho de otra forma, si el docente es efectivo, los estudiantes atenderán la lección de forma activa.  Al mismo tiempo, los docentes competentes monitorean que los alumnos estén atendiendo la lección y que la comprendan el material que están aprendiendo. 

Por otro lado, cuando los docentes han llevado a cabo una lección efectiva en sus aulas, solicitan que los alumnos practiquen lo que aprendieron a través de tareas diarias.  Los docentes competentes también saben que corregir las tareas y retroalimentar a sus estudiantes sobre los errores que cometieron es determinante para consolidar los aprendizajes.  Este proceso para lograr aprendizajes en el aula es conocido y se ha estudiado por años.  Eso no significa que todos los educadores tengan la competencia para lograr aprendizajes en el aula, pero la efectividad docente es un tema diferente y objeto de estudio en si mismo. 

Es indiscutible que el proceso mostrado del lado izquierdo de la figura se ha modificado durante el confinamiento.  Del lado derecho de la figura, se muestra una escena de aprendo en casa. Evidentemente, en ella hay variables que se modificaron por el confinamiento y que indiscutiblemente han influenciado la experiencia de aprendizaje de los estudiantes. 

En la casa, el docente es trasladado a un dispositivo (televisión, radio, computadora).  Y es el padre o la madre quien facilita el acceso, tanto a la radio como la tele, en el horario establecido para el grado de sus hijos.  En los contextos socioeconómicos más altos, los padres proveen los dispositivos e internet para la educación a distancia.  También los padres facilitan los recursos impresos que los niños utilizarán en su aprendizaje a distancia, desde recoger en la escuela las guías de autoaprendizaje, comprar el periódico, hasta imprimir las hojas de trabajo que se envían a través de las plataformas virtuales.  Si los recursos son limitados en el hogar, tristemente también el padre decide qué niño recibe la clase y qué niño no.

El tiempo de aprendizaje se ha modificado en la figura 2.  Al no asistir a la escuela, las lecciones que reciben los niños a través de radio o televisión han disminuido de 5 días a la semana a una o dos horas a la semana. Esto significa que el currículo ha sido priorizado indirectamente al seleccionar unas lecciones sobre otras para ser transmitidas en la televisión o radio o entregadas a los alumnos a través de plataformas. 

En algunos colegios privados han decidido que los estudiantes estén conectados frente a una computadora de 7 a 1 de la tarde recibiendo lecciones y simulando un horario escolar.  Sin embargo, esta solución no garantiza que los estudiantes puedan atender de forma activa a los profesores. Evidencia empírica, incluyendo mis hijos, sugiere que los estudiantes, a pesar de estar conectados, no mantienen una atención activa durante sus lecciones en línea por largos períodos de tiempo.  Así que, probablemente el tiempo efectivo de aprendizaje solo sea, en efecto, una simulación.

Me atrevo a decir que el tiempo de tareas también se ha modificado.  En algunos colegios este ha aumentado considerablemente.  Lamentablemente, las tareas no han sido enfocadas a consolidar, evaluar y retroalimentar aprendizajes, sino a enfocadas a tener algo que calificar.  Consecuentemente, los niños pierden o ganan puntos por la cantidad de tareas que completan e incluso ganan y pierden puntos por la calidad de las fotografías de las tareas, pero reciben poca retroalimentación de sus docentes.  Los maestros, en su mayoría, desconocen si efectivamente sus estudiantes están consolidando aprendizajes o no.

En este ciclo escolar, las modalidades de educación a distancia han sustituido algunas importantes actividades que desarrollan los docentes en la escuela, pero es indiscutible que los niños han perdido muchas oportunidades de aprendizaje.  Tristemente, mi lectura de las proyecciones de contagios y casos de COVID-19 en el país, es que el tema no se resolverá pronto y que faltan muchos días y meses para que los niños puedan volver de forma segura a su escuela.  De manera que, la educación a distancia será la alternativa educativa más segura por un largo tiempo.  Al pensar en educación a distancia a largo plazo, es importante enfocarse en aprendizajes y no en la entrega educativa.  Por tanto, es imprescindible estudiar las nuevas variables que están afectando aprendizajes y potencializarlas. En lugar de seguir haciendo lo mismo que hemos hecho en las aulas en un formato virtual.  

Si nos enfocamos en el formato de entrega, sin pensar en aprendizajes, se acrecentará la inequidad educativa del país porque hay quienes tienen un dispositivo por niño y continúan pagando colegiaturas, pero hay muchos niños que no han tenido acceso a tele ni a radio y mucho menos a internet por cinco meses.  Ciertamente, llevar a la maestra a medios de entrega que lleguen a la mayoría de los hogares guatemaltecos es un reto.  Pero, mi propuesta es pensar en potencializar lo que muchos estudiantes si tienen en la segunda escena. Por ejemplo: a) sus padres, b) lecciones en la tele y radio, c) medios impresos de distribución masiva (periódicos, empaques, etc.), y d) tiempo para aprender.

La situación es tan nueva que hay muy pocos estudios sobre cómo potencializar estas nuevas variables que afectarán el aprendizaje de los niños.  Pero aquí hay algunos puntos que podemos pensar si se trata de cambiar el enfoque de educación a distancia.

1.     El enfoque debe estar en aprender y no en hacer.  

El objetivo de la educación es y ha sido siempre que los estudiantes aprendan y no que los docentes enseñen o que los estudiantes estén ocupados. Por tanto, es imprescindible enfocar los esfuerzos en lograr aprendizajes y no en hacer un montón de tareas o actividades novedosas, pero poco efectivas. 

Relacionado con esto, tiene más sentido formar a los docentes y padres (si lo desean) en estrategias para lograr aprendizajes con lecciones cortas y efectivas que pueden hacerse tanto presencial como virtualmente, que saturarlos de herramientas sofisticadas para hacer lecciones bonitas en internet, pero poco efectivas. De la misma forma, tiene más sentido buscar mecanismos para retroalimentar a los estudiantes sobre las dificultades de sus tareas, en lugar de coleccionar trabajos para justificar una calificación o la aprobación de grado.  

  • Es necesario potenciar el rol de los padres.  

Los padres están haciendo un trabajo de gestión educativa, de docencia y evaluación en sus hogares.  Son ellos quienes distribuyen los recursos, facilitan el acceso a las clases virtuales, y organizan horarios de estudio, tiempo de juego, y tareas del hogar de los niños.  La creencia y recomendación de las escuelas de que los niños pequeños planifiquen su horario para recibir sus clases y hacer sus tareas es falsa.  La gestión de recursos depende en gran medida de eso: recursos.  Además, los padres son quienes resuelven dudas de las tareas, y las corrigen en la medida de sus posibilidades.  Es urgente potenciar estos roles de los padres.  Es irreal pensar que el docente hará todo en la distancia.  Eso no significa trasladar la tarea docente a los padres, sino darle las herramientas para que los estudiantes no dejen de aprender. Por ejemplo, muchos aprendizajes se pueden consolidar a través del juego.  Dar a las padres opciones de juego con sus hijos o entre hermanos puede ser una forma de potenciar su rol en educación a distancia.

  •  Las lecciones en horario escolar por zoom (o el dispositivo que sea) no son efectivas

Hace unas semanas escuchamos la noticia del maestro Lalito que visita los hogares de sus estudiantes de sexto primaria para no descontinuar sus clases.  A pesar de que la noticia enfocaba en la creatividad del profesor Lalito para elaborar un bicitaxi con pizarrón y la voluntad para recorrer largas distancias, realmente, lo maravilloso del maestro Lalito es su entendimiento que para lograr aprendizajes debía dar lecciones individuales a cada niño para lograr aprendizajes.  Las lecciones por zoom o por la tele o por la radio que duran 40 minutos al grupo completo de estudiantes no consiguen atención activa de los estudiantes.  En el caso de mis hijos, las lecciones provocan mal humor, aburrimiento, y frustración, pero no aprendizaje.  Es importante que el modelo se traslade a lecciones en grupos pequeños y lecciones cortas.   Luego los niños pueden profundizar y practicar en su propio tiempo, pero no pretender que tras un dispositivo los niños prestarán la misma atención que en las aulas.  En los pequeños grupos, los docentes también pueden retroalimentar a los estudiantes sobre sus tareas de mejor manera.

La moraleja de esta historia es que la vida cambió y no por un tiempo corto.  No es posible seguir haciendo las cosas de la misma forma, o tratar de replicar la escuela en el internet o en la tele, porque no podemos pretender que todo sigue igual y que simplemente trasladamos la entrega educativa a un dispositivo.  Hay variables que cambiaron la forma en que los niños están aprendiendo.  Necesitamos repensar la entrega educativa a distancia enfocada en lograr aprendizajes. Ya no es posible seguir perdiendo el tiempo, porque caeremos en un retroceso educativo.

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Reflexiones de una investigadora

El peligro de no investigar en educación es una condena al atraso

En comparación con otros países del mundo, Guatemala tiene muy pocos científicos (Unesco, 2017).  Asimismo, de los pocos guatemaltecos que realizan investigaciones científicas en Guatemala, hay muchos menos que investigan en el área de educación.  Yo soy una de las pocas que tiene el invaluable privilegio de haberme formado en investigación educativa y dedicarme a ella a tiempo completo. Me atrevo a decir que conozco personalmente a todos los investigadores educativos del país.  Así de reducido es el número. 

Además de haber muy pocos investigadores educativos en Guatemala, es difícil reclutar nuevos.  Cada vez que inicio un curso universitario, pregunto a mis estudiantes de postgrado: ¿Por qué estudian una maestría o doctorado en educación? Y, tristemente nunca algún estudiante me ha respondido que la razón sea el deseo de convertirse en investigador educativo.  En su mayoría, las razones para estudiar una maestría o doctorado que he escuchado se refieren a mejores oportunidades laborales o un deseo altruista de mejorar su práctica docente.  Aunque las anteriores razones son completamente válidas y las aplaudo, no deja de ser preocupante el desinterés de los nuevos profesionales por investigar.  Mis cursos son considerados difíciles para los estudiantes porque, a pesar de ser cursos de postgrado, pocos de ellos han leído, participado o realizado investigaciones rigurosas durante su trayectoria académica. 

Es que, las universidades guatemaltecas carecen de un sistema que propicia que los estudiantes investiguen desde el pregrado hasta un doctorado. La primera limitante es el acceso a revistas académicas actualizadas.  Aunque un par de universidades han hecho esfuerzos por superar esta barrera, no todas proveen el servicio para acceder artículos recientes.  Esto deja a los estudiantes con la alternativa de buscar artículos de libre acceso en la internet, los cuales son mínimos o desactualizados.  Por otro lado, las publicaciones académicas recientes se escriben, en su mayoría, en inglés, agregando una dificultad para leer investigación en Guatemala.

La segunda limitante es la falta de acompañamiento para que los estudiantes de educación investiguen durante su programa universitario.  Muy frecuentemente, la tesis es la única oportunidad de investigar y de escribir artículos académicos que tienen los estudiantes durante su programa de estudios. Y, lamentablemente los protocolos estrictos para proponer investigaciones de las universidades encasillan a los estudiantes y sus asesores en el formato del documento, perdiendo así la oportunidad de ser vista como una forma de generar nuevo conocimiento científico. 

A pesar de contar con tan pocos investigadores, en Guatemala se produce investigación educativa.  El Ministerio de Educación de Guatemala a través de DIGEDUCA, organismos internacionales y centros de investigaciones educativas de universidades son algunos que producen investigación importante para informar la práctica educativa y la política pública. Sin embargo, la investigación producida en Guatemala aún es limitada y hace falta trabajo no solo para publicar más investigaciones sino también para facilitar su acceso y comprensión y así lograr que esta incida en la práctica educativa.

Y es que, para que una investigación incida en la política pública y en la práctica educativa, deben cumplirse los siguientes requisitos según Baker y Linn (2004): 1) los resultados se reportan de forma precisa, 2) los resultados se interpretan en forma válida, 3) los interesados comprenden los resultados y tienen interés de usarlos, 4) existen alternativas para mejorar la situación educativa, 5) los educadores están dispuestos a actuar y tienen capacidad para implementar una intervención y 6) las acciones implementadas provocan una mejora en los aprendizajes de los estudiantes (Baker & Linn, 2004).  Como se puede ver en las sugerencias de Baker y Linn (2004), la incidencia de la investigación educativa es una cuestión de dos vías.  Por un lado, la posibilidad de generar nuevas investigaciones en el país, y por el otro, el interés en ellas y la capacidad de usarlas. 

El propósito de este post es tratar de romper el círculo vicioso entre la limitada investigación educativa nacional y el interés de la comunidad educativa en basar sus prácticas en evidencias actualizadas y de preferencia producidas en el país. A pesar de que en Guatemala se están produciendo investigaciones constantemente por algunos investigadores, hay que reconocer qué nos hace falta para facilitar la comprensión de los resultados y generar un interés por ellas.  Sin embargo, también hace falta que la comunidad educativa reflexione constantemente en sus prácticas educativas de forma crítica y se convenza de que siempre se puede mejorar. Y, lo más importante que las propuestas para mejorar se basen evidencias científicas que las sustenten.  De lo contrario, la educación de Guatemala estará condenada al atraso, a errores, a prácticas arcaicas y a decisiones incorrectas, a pesar de las buenas intenciones y la labor altruista de todos los educadores.

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Reflexiones de una mamá maestra

¿Cuándo se volvió tan difícil contar casos?

Vivo en Guatemala.  Hoy día, 28 de junio de 2020, se reportan 16,930 casos totales de COVID-19 en el país, de los cuales 13,049 son casos activos, 3,152 son casos recuperados y 727 son casos fallecidos.  Dos de los casos fallecidos, son personas que murieron por causas ajenas al COVID-19 pero que habían tenido la enfermedad. Sin embargo, en las últimas semanas las redes sociales han evidenciado desfases en el conteo reportado por las autoridades de salud del país.  Por ejemplo, el 15 de junio varios usuarios de twitter demandaban explicación por 50 casos que no cuadraban entre varios reportes oficiales.  De igual forma, el 26 de junio hubo controversia por 800 casos del conteo que no pertenecían al conteo de ese día.   La confusión en el reporte de los datos ha provocado incredulidad en las cifras “oficiales” de contagio de la enfermedad.   En Facebook he leído denuncias de casos que no son reportados por los laboratorios privados a las autoridades de salud y por tanto no contabilizados en los datos oficiales.

Contar elementos en un conjunto es una de las habilidades numéricas más básicas. Sin embargo, si consideramos la controversia por el conteo de los datos recientemente en Guatemala, pareciera que contar es la tarea más difícil a la que se han enfrentado algunos en esta crisis. Puede ser que la causa de los datos imprecisos sean una decisión mal intencionada de alguna o algunas personas, como se afirma en las redes sociales.  Pero, tomando como referencia los indicadores educativos de matemática de Guatemala, yo tengo la hipótesis que la deficiencia en la habilidad para contar está altamente relacionada con la educación preescolar. Además, tengo la hipótesis que arrastramos las deficiencias en habilidad numérica, incluso, hasta enfrentarnos con la tarea de crear tablas de datos para generar estadísticas descriptivas, entre otros análisis.

La habilidad de asociar una cantidad con un número, así como la habilidad de subitización están entre las habilidades más importantes, que, según la literatura, se deben aprender en la educación preescolar.  La habilidad para subitizar es la capacidad que tienen las personas para reconocer cantidades pequeñas a golpe de vista y sin necesidad de contar.   Un ejemplo en el que utilizamos esta habilidad es cuando jugamos dominó.  Por lo general no tenemos que contar cada elemento de la ficha para saber que es un 6 o un 4, lo hacemos a golpe de vista. Esta habilidad introduce la idea de cardinalidad en los niños entre 3 y 6 años.  La cardinalidad de un conjunto finito es simplemente el número de sus elementos.  Sin embargo, desde la enseñanza en preprimaria a la creación de a tabla de casos de COVID-19 en el país, la dificultad está en la definición de las características de los elementos de cada conjunto.  

Tomaré como ejemplo, dos páginas del libro de texto de mi hijo de 4 años. Ahora que llevo más de 100 días de mamá maestra, he tenido oportunidad de conocer los textos de mis hijos a profundidad. La primera página que mostraré es una típica de casi el 40% del libro y muestra el enfoque tradicional de preprimaria para desarrollar el concepto de cantidad y número.  Es decir, aquellas páginas en las que los niños deben asociar el número-numeral utilizando imágenes creativas y llamativas. O bien, aquellas que promueven actividades grafo motoras, artísticas o de percepción de las diferencias entre elementos. En el libro de texto de mi hijo de 4 años hay exactamente 3 páginas de 119 en total donde mi hijo debe contar elementos con imágenes, preciosas pero confusas, y ninguna donde se practica la subitización.  En el mismo texto, hay 25 páginas con planas de los números del 1 al 20.

Por otro lado, cuando se trata de pertenencia a un conjunto, los libros de texto presentan imágenes que combinan muchas características cuestionables sobre los elementos de un conjunto.  En la segunda imagen, tomada del mismo libro de texto, mi hijo debe inferir en el primer conjunto que los crayones son útiles escolares y la pelota no. En el segundo que el carro y el bus son transportes y la flor no y pintar el elemento que no pertenece.  Pero, bien pudiera un niño clasificar todos los elementos como juguetes, en cuyo caso no habría ningún elemento fuera de lugar. Dicho de otra forma, cualquiera sea la interpretación de las imágenes, el conteo será diferente.

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Cuando este mismo concepto se transfiere a datos para elaborar estadísticas o modelos matemáticos, el problema es el mismo. Definir quién pertenece al conjunto de los contagiados y al de los recuperados es el asunto. De la pertenencia o asignación de variables dependerá el conteo.   Por tanto, la transparencia para reportar los protocolos para contar o no en cada una de las clasificaciones, la hora cierre de conteo, entre otros aumentarían la confiabilidad y validez de los datos que se reportan y contar no se percibiría tan difícil.

En conclusión, aunque he planteado la problemática del conteo de casos del COVID-19 como una consecuencia dramática de los comienzos deficientes de los guatemaltecos en matemática, la moraleja de la historia es que es urgente que las preprimarias empiecen a enseñar habilidad numérica con metodologías basadas en evidencia y no en la falsa idea que el propósito de la preprimaria es que el niño “juegue o se entretenga”.   Sino en una etapa crítica para sentar las bases de competencias básicas para la vida, como lo son la competencia numérica, la lectura y la escritura.  Es cierto, también que en la preprimaria se desarrollan los hábitos de convivencia social, el gusto por el arte, la motricidad entre otros.   Pero, descuidar aspectos importantes como el descrito en este artículo en cuanto a las bases matemáticas por priorizar actividades de motricidad o arte, puede luego resultar no solo en bajos niveles de desempeño en las competencias, sino también en menor calidad de vida para los ciudadanos.  No es noticia nueva que los ciudadanos con menos competencias en el país son los más vulnerables. En tiempos de crisis como la de ahora, esta relación no podría ser más evidente.