Tras algunos años trabajando como investigadora educativa en varios países, he leído constantemente sobre las pobres competencias básicas de los jóvenes, sobre todo en poblaciones con bajo nivel socioeconómico. Así, los más pobres del mundo, los que hablan otro idioma, las niñas, los discapacitados y los migrantes tienen menos oportunidades de aprender y, por ende, de tener mejor calidad de vida. De igual forma, las poblaciones con mejor nivel socioeconómico y que dominan el idioma académico de las escuelas tienen mayores posibilidades de lograr competencias y superarse.
Y mientras más se estudien los bajos resultados de aprendizaje, más confirmamos que estos no han cambiado en décadas y que no pinta que haya algún cambio en el futuro próximo. Aquí va la lista de culpables más común en las conclusiones de las investigaciones:
1) Se culpa a los gobiernos por no invertir suficiente en educación, lo cual nadie puede negar. En Guatemala, la inversión en educación es mínima y los resultados son bajos. También es cierto que hay países que han invertido en educación y sus resultados lo han reflejado, como Costa Rica y Vietnam.
2) Se culpa a los ministros y ministerios de que no hacen un buen trabajo en cualquier tema: en currículo, en distribución de los pocos fondos, en entregar textos, etc.
3) Los siguientes en la lista de culpables son los docentes. Se culpa a la poca formación que reciben y que resulta en una incapacidad de lograr que sus estudiantes aprendan las habilidades básicas.
4) Se culpa a los niños mismos y a sus familias. Los docentes se quejan de una generación que no quiere aprender y de padres que no le dan importancia a la educación.
En fin, estamos atrapados en un vaivén de malas noticias y de tratar de culpar a todos los implicados.
Por otro lado, la investigación educativa se ha enfocado en conocer las diferencias entre grupos y en identificar las «causas» —es decir, los culpables— de los resultados. Sin embargo, en los países del tercer mundo se investiga muy poco soluciones pertinentes para la región y, además, se tiende a reproducir lo que hacen otros países porque después de todo «es mejor copiar algo que haya funcionado en otro lado que a no hacer nada».
Este no es un blog de filosofía de la educación. En realidad, creo que la educación está saturada de filosofías y pocos resultados. Sin embargo, quiero colocar mi propia filosofía de educación antes de continuar escribiendo sobre evaluación educativa. Aquí van algunos puntos:
Stanislas Dehaene ha estudiado el aprendizaje por algunos años. En su libro ¿Cómo aprendemos?, Dehaene lleva al lector por una serie de funciones del cerebro humano con las cuales todos los humanos aprendemos las diferentes habilidades. Incluso los cerebros con alguna lesión, pueden llegar a aprender. Autores como Dehaene han confirmado que aprender es una cuestión de oportunidades, no de capacidades.
La pregunta ante este nuevo paradigma es qué oportunidades se necesitan para que las niñas y los niños, los que vienen de niveles socioeconómicos bajos, los que no hablan el idioma de instrucción y los que tienen alguna discapacidad puedan aprender y alcanzar las competencias mínimas.
Aprender es lograr y crecer. Asimismo, aprender no es sinónimo de rendimiento, tampoco es sinónimo de esfuerzo o de responsabilidad en la escuela (Briceño, 2023). Estamos todos tan afanados en que nuestros alumnos ejecuten eficientemente lo que sea que se nos ocurra en la escuela que perdemos de vista el sentido de crecimiento que implica la educación. Las aulas están estructuradas para que los estudiantes rindan de acuerdo con las expectativas de sus profesores o de sus países. El énfasis en rendimiento proviene de la creencia de que los niños deben prepararse para el trabajo y, por tanto, deben producir, ejecutar, completar tareas, ser disciplinados, etc. Sin embargo, enfatizar en rendimiento previene a los estudiantes de crecer y de avanzar (Briceño, 2023). Así, a los estudiantes que no rinden como se espera, se les obliga a estancarse o a salirse del sistema, de allí los altos índices de repitencia de grado o de deserciones.
Cuando las aulas están enfocadas en rendimiento y no en crecimiento, se cree que trabajar duro es sinónimo de mejorar. Y entonces, los docentes caemos en el error de asignar mucho trabajo a los estudiantes. Trabajo que a muchas veces ni siquiera tenemos tiempo de brindarles retroalimentación. Entonces, los estudiantes se acostumbran a cumplir y a pretender que saben lo que están haciendo (Briceño, 2023). Otra veces reprendemos tanto el error que los estudiantes se acostumbran a no preguntar para no ser avergonzados. En ese afán de rendir, dejamos de crecer.
Las aulas enfocadas en crecimiento hacen el esfuerzo por cambiar las prácticas de evaluación y la dinámica de retroalimentación para que los estudiantes encuentren motivación interna para seguir aprendiendo. Los docentes están enfocados en que el estudiante logre metas progresivas hasta que alcance la meta del grado en cada una de sus materias. Es decir, son aulas más eficientes. En las aulas donde predomina una mentalidad de crecimiento, siempre hay segundas oportunidades para quien quiera aprender (Feldman, 2019).
Los sistemas educativos de muchos países donde los resultados de aprendizaje son bajos fuerzan a los niños a salir del sistema. Por el estudio de PISA, sabemos que, en muchos países del tercer mundo, conforme los niños van creciendo en edad, van dejando el sistema educativo. En Guatemala, cuatro de cada diez niños están fuera del sistema educativo cuando cumplen quince años.
Sin embargo, los sistemas educativos no deberían impedirle a un niño continuar en la escuela. Rara vez los investigadores y los tomadores de decisión indagamos sobre las variables en las que se puede incidir para evitar los altos índices de deserción. Al enfocarnos en el problema o en los «culpables» de los bajos resultados, no volteamos a ver las soluciones. Es decir, saber que no las logramos no está trayendo nada productivo a nuestra poblaciones: fuera de saber que no llegamos a donde teníamos que llegar en el momento de la evaluación, realmente no informa sobre cómo avanzar. Debemos voltear nuestro interés a cómo crecer y lograr la meta de cada grado según el contexto de cada país y, como es el caso de Guatemala, de todos los culturales, especialmente los periféricos.
Las pruebas estandarizadas internacionales son una muestra con un marco de referencia internacional sobre competencias mínimas acordadas en reuniones donde participan representantes de muchos países. Pero cabe hacer la salvedad que es difícil que dichas pruebas puedan considerar todos las variables que influyen en que una persona pueda llegar a lograr la «competencia mínima» desde su contexto; por ejemplo, los países tienen distintos idiomas, orales y académicos, diferentes prioridades curriculares, diferentes oportunidades escolares, entre otras variables.
La discrepancia entre el idioma de instrucción y el idioma materno y todas la complejidades que conlleva lograr competencias en el idioma de instrucción es un tema de investigación en sí mismo (Gándara, 2021), así como también lo son las complejidades que trae para la vida de un niño no lograrlas en el momento esperado por el currículo nacional, por la prueba estandarizada internacional o por los profesores mismos.
A su vez, con un mundo cada vez más globalizado, es importante que los jóvenes alcancen los estándares esperados para su edad en los convenios internacionales, a pesar de su contexto o del idioma que hablen. Por tanto, es una cuestión de tener la meta clara, pero de identificar el camino pertinente para cada país y cada cultura para llegar a dicha meta.
En conclusión, dado que nuestros países tienen tantas carencias, la investigación educativa debe enfocarse en encontrar aquellas variables en las que la inversión de recursos valga la pena. Es decir, aquellas variables que expliquen cómo aprenden los niños y cómo los sistemas educativos pueden crear condiciones para que más niños aprendan. Eso implica también que salgamos de nuestro confort como investigadores y encontremos preguntas de investigación más relevantes y pertinentes para nuestros contextos. Finalmente, implica que redefinamos el propósito de las investigaciones educativas. En primera instancia, la ciencia creada desde nuestro propio conocimiento y contexto debe informar las decisiones de política educativa de dicho contexto. Por tanto, el propósito de las investigaciones que se desarrollen en el país debe ser siempre de aplicación en las aulas y el sistema educativo en general.
Crédito de la imagen: Julián Véliz
Bibliography
Briceño, E. (2023). The Performance Paradox: Turning the Power of Mindset into Action. New York: Growth.how.
Feldman, J. (2019). Grading for Equity. Thousand Oaks: Sage.
Gándara, F. (2021). Language considerations for the global monitoring agenda: Insights from a large- scale bilingual assessment of literacy from the Democratic Republic of the Congo. New York: UNESCO.