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Reflexiones de una mamá maestra

Ciencia en el vecindario: una experiencia de intercambio de conocimientos en la comunidad

La mañana del 1 de octubre, cuando se celebra el día del niño en Guatemala y el día internacional del adulto mayor, siete niños y el abuelo de uno de ellos, todos del mismo vecindario, intercambiaron conocimientos de ciencia con otros niños en el parque Minerva de la ciudad de Guatemala en la actividad organizada por OWSD Guatemala y la Municipalidad de la ciudad. 

Los vecinos más pequeños mostraron el proceso químico para hacer burbujas caseras. «Tienes que colocar jabón de platos, un poco de champú de bebé, agua y azúcar» decía Joaquín de ocho años mientras mezclaba los ingredientes. «¿Por qué tienes que colocar azúcar?» le preguntó un participante de cuatro años. «Porque el azúcar hace que las burbujas se estiren más» respondió Pau de ocho años. Pau y Joaquín habían aprendido el proceso químico detrás de una burbuja gracias a Guayo, el abuelo de Pau y químico de profesión: 

Cuando soplamos la capa elástica formada de jabón, una corriente suave de aire forma la burbuja. Entonces, ocurre un fenómeno de tensión superficial en el que la burbuja está contrarrestando la presión atmosférica. Los componentes químicos del azúcar provocan que haya cohesión con el jabón y que cambien su densidad, volviéndolo más elástico (Guayo Robles- químico).

Los vecinos más grandecitos mostraron a los participantes cómo cambiar el color de una moneda a través de un proceso electroquímico. Julián, de 13 años, y Mateo, de 14, habían aprendido de Guayo cómo depositar un metal en otro. Las niñas de 11 y 12 años y Adrián de 10 decidieron mostrar el efecto inverso de la ley de Newton con almidón y agua. Daniela y Sarita prepararon una masa de almidón y agua que, al apretarla con las manos, mostró cómo se contrarrestan las fuerzas de repulsión y electroestática y, al soltarla, regresan a su posición y se deshace la cohesión. «Este efecto se debe a las fuerzas electroestáticas entre las moléculas del almidón y del agua», les explicó Guayo. 

Ciencia en el vecindario solo fue uno de más de una docena de exposiciones de ciencia donde se promovió el intercambio intergeneracional de conocimientos científicos de forma exitosa. Las iniciativas de intercambio de conocimiento intergeneracional han sido estudiadas en literatura diversa. Una buena parte ha estudiado el uso de tutoría intergeneracional en capacitaciones laborales. Desde la neurociencia, se ha encontrado que la mentoría intergeneracional estimula tanto al mentor como al aprendiz:

Los resultados de la investigación muestran que la mentoría intergeneracional puede ofrecer numerosas ventajas tanto a las personas involucradas en la relación (el mentor y el aprendiz) como a toda la organización. Por tanto, la mentoría intergeneracional parece ser una herramienta eficaz para compartir conocimientos, crear compromiso, desarrollar liderazgo y, ante todo, construir relaciones intergeneracionales basadas en la aceptación mutua” (Gadomska-Lila, 2020). 

Y es que, por mucho tiempo los educadores hemos sabido que aprender de formas no tradicionales como la experimentación pueden beneficiar mucho a los estudiantes en sus aprendizajes. También sabemos que las relaciones entre el tutor y los y las estudiantes propician mejores aprendizajes que las que son hostiles o «frías». Durante la pandemia, también aprendimos sobre tutorías intergeneracionales para no frenar aprendizajes en ausencia de las escuelas. Así que no hay sorpresa que la actividad haya sido tan exitosa. 

Sin embargo, ese día un matemático que se acercó con su pequeño hijo a nuestro centro de experimentos químicos me hizo un comentario que me hizo caer en cuenta sobre el verdadero sentido de la actividad. Él me dijo: «cómo me gustaría compartir en la escuela de mi hijo mi pasión por la matemática y todas las formas como me gano la vida haciendo matemática». Luego de aquel comentario, el matemático preguntó quién era el afortunado científico que compartía su pasión con los vecinos jóvenes de nuestra comunidad.

Aquel comentario me hizo pensar:

  • ¿Sabrán las escuelas el cúmulo de conocimiento que tienen los miembros de la comunidad educativa? ¿Cuántos químicos, músicos, matemáticos habrá entre los padres de familia, abuelos, hermanos, etc.? 
  • ¿Cuántas veces las escuelas propician espacios para compartir conocimientos intergeneracionales fuera de las interacciones entre docentes y estudiantes?
  • ¿Qué tal si tornáramos a las nuevas generaciones a soltar las pantallas y propiciáramos espacios para que los niños se embarquen en un proyecto nuevo con ayuda de los abuelos, tíos, hermanos en lugar de buscar todo en YouTube, Instagram, etc.?
  • ¿Qué tal si aprovecháramos los conocimientos de la comunidad escolar para fortalecer nuestros programas?
  • ¿Qué tal si volvemos a ser comunidad y a pensar la calidad de educación que necesitan las nuevas generaciones?
  • ¿Qué tal si el conocimiento científico saliera de los libros de texto y de los artículos académicos?
  • ¿Qué tal si el conocimiento científico se difundiera en las comunidades que realmente se beneficiarán de dicho conocimiento?

Es que todos tenemos responsabilidad de formar a las nuevas generaciones de nuestra comunidad. No es posible seguir pensando que la escuela lo hará sola y que la maestra o el maestro lo sabe todo. Finalmente, los científicos tenemos responsabilidad de compartir el conocimiento más allá de nosotros mismos. Quizá llegó la hora de romper nuestra burbuja.

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Reflexiones de una mamá maestra

Regreso a las aulas y el vaso medio lleno… o medio vacío

Mientras estuvimos confinados en el 2020 y 2021, pensábamos que la solución de nuestras frustraciones con la educación de nuestros hijos terminaría el día que nos dijeran que volverían a las aulas. Qué ingenuos fuimos al no visualizar que, una vez que saliéramos a la calle, los retos iban a ser peores.

No me malinterpreten como una persona negativa y que ve el vaso “medio vacío” y no “medio lleno”, interprétenme como una persona realista.  Permítanme fundamentar mi percepción de la realidad; primero, con el último reporte sobre pobreza de aprendizaje que se publicó el mes pasado: The State of Global Learning Poverty (El estado global de la pobreza de aprendizaje) y, segundo, con mi propia experiencia de mamá maestra.  La pobreza de aprendizaje se define como la incapacidad de los niños de leer con comprensión a la edad apropiada (diez años).  Esta pobreza existía mucho antes de la pandemia y era motivo de preocupación de bastantes países.  

Según este reporte, antes de la pandemia, se estimaba que 57% de los niños de diez años del mundo no podían comprender un texto apropiado para su edad.  Muy similar, en 2014, en Guatemala aproximadamente uno de cada dos niños de tercero de primaria no podía leer con comprensión.  En 2022, se estima que la cifra de niños que no comprenden lo que leen llegue a alcanzar a siete de cada diez niños de diez años en todo el mundo, incluyendo Guatemala. Además, la brecha entre los niños con oportunidades y los niños sin oportunidades se abrió enormemente en el país.  Es decir, los padres que pudimos y quisimos invertir en la educación de nuestros hijos éramos mucho menos que la mayoría de los padres en Guatemala. Eso no fue exclusivo de nuestro país, pasó en todo el mundo, incluso en países de primer mundo como Estados Unidos, donde los estudios demuestran que la pandemia agrandó las inequidades. 

Lo anterior se refleja en la enorme variabilidad de habilidades que tienen los niños que regresaron a las aulas.  Las escuelas están recibiendo niños que tuvieron oportunidades diferentes para aprender, así como experiencias diferentes con covid-19.  Algunos padres y escuelas resolvieron la parte tecnológica para la educación a distancia y muchos otros, no.  Muchos docentes evidenciaron sus deficiencias y fortalezas para enseñar a distancia.  Muchos padres de familia perdieron sus trabajos y priorizaron sobrevivir antes de estudiar. Muchos niños perdieron a sus padres, abuelos, tíos, docentes por causa del covid.  En fin, mucho pasó en estos dos años y, de pronto, nos reencontramos en la escuela. ¿Cuáles son nuestras expectativas de los niños que recibimos? ¿Cuáles son nuestras expectativas de los docentes? ¿Cuáles son las expectativas de los padres de familia? ¿Cuál es nuestro plan para recuperar a una población pobre en lectura, en matemática, en desarrollo socioemocional?

Sin embargo, volver a la escuela quizá sea el mejor de los escenarios.  Al menos en la escuela podremos responder las preguntas anteriores y tomar la decisión de hacer algo al respecto.  Siempre he creído que los directores y docentes tienen el enorme poder de cambiar la vida de un niño o niña. Pero ¿qué pasa con los niños y las niñas que no volverán a la escuela? ¿qué pasará con los niños que se enfrenten a su incompetencia para realizar las tareas propias del grado al que regresen y decidan abandonar la escuela?  

El reporte El estado global de la pobreza de aprendizaje plantea que nos queda una época de recuperación y de aceleración de aprendizajes. La recuperación supone poner al día a los estudiantes y la aceleración significa darse prisa porque no recuperaremos el tiempo que perdimos. El documento es claro en que la recuperación y aceleración de aprendizajes requieren al menos estas cinco acciones:

  1. Recuperar a los niños en las escuelas y mantenerlos allí.  Abrir las escuelas nos está dando una oportunidad para recuperar y acelerar aprendizajes.  Por tanto, el primer paso es regresar a los chicos a las aulas.  El segundo paso es mantenerlos allí.  Esto supone que la escuela debe utilizar los datos, por ejemplo, de inscripción en 2019, para determinar qué estudiantes debían regresar a qué grado en 2022.  Con ello, es posible tomar acción de muchas formas para recuperar estudiantes.  Asimismo, es importante tomar datos sobre la ausencia de estudiantes para prevenir el abandono escolar.
  2. Evaluar los aprendizajes periódicamente, PERO con fines FORMATIVOS.  Después de dos años perdidos, el fin de la evaluación no puede ser el de demostrar que los niños no han aprendido.  Eso ya lo sabemos.  En esta época de recuperación, es importante evaluar para determinar qué no han aprendido nuestros estudiantes y usar dicha información para planificar la enseñanza.  Es decir, el fin de la evaluación es de retroalimentación para continuar aprendiendo, NO CALIFICAR para aprobar o desaprobar.  Ya no podemos perder más años, ni más grados.
  3. Priorizar las habilidades básicas.  Si no podemos recuperar o acelerar el aprendizaje de todas las asignaturas de la escuela, al menos debemos lograr que los niños lean con comprensión, desarrollen su habilidad matemática y puedan comunicarse por escrito.  Afianzar estas habilidades les permitirá acelerar otros aprendizajes con el tiempo.
  4. Aumentar la eficiencia de la instrucción.  Los docentes deben ser más eficientes para desarrollar habilidades porque ya hemos perdido mucho tiempo.  Eso implica formar docentes en metodologías de enseñanza de habilidades básicas fundamentadas en evidencia científica que les permita acelerar aprendizajes.  En este punto de nuestra vida, no es posible esperar dos o tres años para que un niño lea con fluidez, aprenda otro idioma, se comunique por escrito, entre otras habilidades básicas.
  5. Desarrollar la salud y el bienestar socioemocional de los niños y los maestros. Este punto será determinante no solo para mantener chicos en la escuela, sino también para lograr que superen esta época de pandemia con la mejor resiliencia posible.

Los cinco pasos anteriores constituyen un compromiso.  No importa cuánto hayamos hecho estos dos años, los niños, incluyendo mis hijos, perdieron oportunidades de aprender.  Yo tengo la certeza de que mi esposo y yo nos empeñamos en que nuestros hijos no dejaran de aprender. En primer lugar, los mantuvimos en el colegio en modalidad virtual, invertimos en la tecnología necesaria para que recibieran las clases en línea, nos convertimos en sus mentores y estuvimos a su disposición 24/7, compramos libros sobre cómo mejorar nuestra labor de mentoría, sobre todo en las habilidades básicas, como matemática, lectura y escritura; también nos apoyamos en una tutora de alemán, tuve mi propia burbuja de mamás en la misma situación para reforzar habilidades sociales de mis hijos. Además, mantuvimos los entrenamientos deportivos de nuestros hijos. El costo de nuestro empeño significó un aumento de aproximadamente 30% más de nuestro presupuesto para la educación de nuestros hijos durante la pandemia, lo que a su vez significó recortar gastos en otros rubros.  Y ¿adivinen qué? Al volver al colegio nuestros hijos se están enfrentando a lo que la mayoría de los niños del mundo se están enfrentando y que el reporte El estado global de la pobreza de aprendizaje describe.  Es decir, se han enfrentado a:  1) pobreza de aprendizajes, 2) desmotivación y a 3) retos para relacionarse socialmente, entre otros.   No me cabe la menor duda de que la inversión y el empeño de nuestra familia no fue suficiente para salvarlos de los retos del regreso a clases.  Sospecho que no se trataba de invertir para seguir haciendo lo mismo, sino que se trataba de hacer las cosas diferente.  

Esta publicación es una solicitud al compromiso con la recuperación y la aceleración de aprendizajes en nuestro regreso a la escuela.  Un programa sólido de recuperación del aprendizaje construido en torno a las cinco acciones descritas anteriormente, que a su vez sea sostenido a lo largo del tiempo, puede servir como trampolín para brindar a todos los nuestros hijos la oportunidad de lograr el futuro que se merecen.  Por favor, no volvamos a las aulas a hacer lo mismo que hacíamos antes como si no hubiese pasado nada estos dos años.

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Reflexiones de una mamá maestra

No se trata de ganar y perder

Esta reflexión comenzó hace un par de semanas cuando mi hijo mayor estaba en su primer partido de futbol once. Los conocedores de futbol dirían que el futbol once es el «verdadero fútbol». Antes de jugar el futbol «de niños grandes», el club deportivo al que pertenece mi hijo había celebrado el primer lugar en tres campeonatos consecutivos de su categoría. A pesar de tener toda la confianza para dominar el futbol once, en aquel primer partido perdieron con un marcador de 2-0. En el medio tiempo, el entrenador les dijo claramente: «muchachos, cometimos dos errores que nos están costando el juego… si los seguimos cometiendo, seguiremos perdiendo». Las frases del entrenador aquel sábado entraron en mi corazón de mamá maestra y esposa de futbolista como el poema ¿Cómo vas a saber? de Quique Wolff.

Hay algo en el deporte y el juego que educa sobre los necesarios errores que tenemos que cometer para aprender, ganar y seguir aprendiendo. En los deportes y en los juegos, los niños aprenden a identificar sus errores y su relación con lograr el objetivo y a corregirlos, ya sea individualmente o como equipo. Perder, ya sea individualmente o como equipo, es tomado como un asunto rutinario del deportista y una motivación para mejorar las estrategias y practicar más. 

Lamentablemente, en la escuela equivocarse es el pecado capital mas grande que un niño pueda cometer. En las aulas, hay una cultura castigadora de los errores. Cuando un niño comete errores, se le castiga a través de las calificaciones o de reprimendas de los adultos y compañeros. Es una lástima, porque si prestáramos atención a los errores que cometen los niños en su proceso de aprender habilidades en la escuela, tal como se hace en los deportes, podríamos mejorar nuestra forma de enseñar y de evaluar y los estudiantes mismos podrían aprovecharlos para practicar más.

Pensemos en la definición de error. Un error es un intento de resolver algo; es una acción, pero una que ha sido desacertada. Cuando los chicos están en proceso de aprender habilidades, esas acciones desacertadas muchas veces solo son una transición hacia un nuevo nivel de aprendizaje o de habilidad. Son como una grada o un estadio hacia lograr una competencia. En términos del «verdadero futbol», un error solo es el medio tiempo y aún queda mucho por hacer antes de perder el partido. Por esa razón, en mi parecer, una forma inteligente de lograr objetivos en los niños es identificar errores más comunes que cometen y planificar las lecciones tomando en cuenta dichos errores, así como retroalimentar sobre estos tan pronto sea posible para continuar aprendiendo y evitar que los niños se estanquen en ese proceso. Trataré de darles algunos ejemplos que surgieron de investigaciones en las que participé hace unos años. 

Ejemplo 1: cuando los niños están aprendiendo a escribir, muchas veces cometen errores ortográficos.; por ejemplo, los niños escriben colejio en lugar de colegio. Estos errores no significan que el niño no ha aprendido a escribir, solamente significan que está en un estadio de continuo de aprendizaje de la lectoescritura en el que probablemente no haya conocido las reglas ortográficas de la g y j, o bien, no haya practicado escribir colegio suficientes veces. Este error en particular podría usarse por un docente para mejorar la instrucción de la g o j. 

Ejemplo 2: al aprender español, los niños maya hablantes algunas veces omiten la vocal final de palabras propias de español que terminan en vocal; por ejemplo, dicen pelot en lugar de pelota. Este error está altamente relacionado con la naturaleza de los idiomas mayas, donde no existen sonidos de vocales finales. De manera que este error no es más que una fase hacia la adquisición de un idioma al que no se ha estado expuesto y que brinda una inmensidad de información sobre enseñanza de conciencia fonológica en contextos bilingües en los grados iniciales en el país.

Lamentablemente, ambos errores mostrados en los ejemplos anteriores son fuertemente castigados en las escuelas. Centrarse en calificar errores, como los ortográficos, no solo suele desmotivar a los estudiantes, sino que puede llegar a ser motivo de burlas y discriminación, como ha sido el caso de omitir la vocal final.

Si en lugar de enfocarnos en la incompetencia, nos enfocáramos en la competencia y en la capacidad de mejorar con una mejor instrucción y práctica, entonces cuando notáramos aprovecharíamos alguna minilección para tratar el error de la j por g en la palabra colegio y otras y diseñaríamos clases de conciencia fonológica específicas para identificar el sonido de vocales finales en el español. 

Además de mejorar la instrucción, entender profundamente los errores que cometen los estudiantes en su proceso de lograr una competencia nos permite evaluar mejor dicha competencia. En el ejemplo 1, el error ortográfico puede utilizarse para discriminar a aquellos estudiantes que han dominado palabras con ortografías opacas de los que no. Por otro lado, el ejemplo 2 puede utilizarse para distinguir a los estudiantes que han logrado distinguir sonidos en palabras propias del español de los que aún no. Esta retroalimentación proveniente de una evaluación, más allá de la calificación, es invaluable para aprender. Al final del día, una evaluación debe ser una oportunidad de visualizar aquellas cuestiones en las que puedo mejorar hasta dominar un juego.

Los errores son parte importante del aprendizaje. Es en ese ensayo y error que vamos afinando nuestro entendimiento de algún concepto hasta que logramos automatizarlo. Dejemos de empeñarnos en pretender que lo sabemos todo y que los estudiantes no saben nada, dejemos de castigarlos por sus intentos de resolver algo, estudiemos sus errores a profundidad para retroalimentarlos y para enseñarles que todos podemos aprender y que todos los equipos pueden ganar el partido. Enseñémosles que, en este juego de la vida, siempre habrá segundo tiempo. Uno de mis mejores amigos me dijo una vez «que todos fuimos principiantes e iniciamos no sabiendo qué hacer». Seamos docentes que comprenden lo que conlleva aprender, retroalimentan mejor sobre los errores de los estudiantes y confían en que lo lograrán. La vida es ensayo y error, no ganar o perder.

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Reflexiones de una mamá maestra

Si yo fuera maestra…

Yo fui una niña a quien le encantaba aprender. Lo recuerdo muy bien. A los siete años leí mi primer libro. Era un libro de historias. Mi favorita era la historia de una niña que había recibido una muñeca de regalo. Lo leía todas las noches. También recuerdo muy bien a mi maestra de primero primaria. Era muy cariñosa e inteligente. Se llamaba Carmen. Yo pensaba que Miss Carmen lo sabía todo. Ella le decía a mi mamá que yo era buena estudiante y que era inteligente. Me lo creí y nunca dejé de obtener buenas calificaciones en el colegio. Creo que fue por la señorita Carmen que cuando tenía nueve años decidí ser maestra.

Me convertí en maestra de preprimaria a los 18 años. Para entonces, aquel deseo de aprender se había convertido en un deseo por enseñar lo que había aprendido. Fui maestra solamente durante seis años. Recuerdo aquellos años en las aulas con mucha nostalgia y siempre provocan una sonrisa en mi rostro. Sin duda, ha sido una de las épocas más felices y satisfactorias de mi vida.

Cuando estaba terminando la licenciatura en Educación, comencé a trabajar como redactora de ítems de pruebas estandarizadas. Los redactores de ítems son docentes que escriben las preguntas de los exámenes nacionales. Sin saberlo en ese momento, aquella experiencia me cambió la vida para siempre porque la tarea de diseñar preguntas con las que los estudiantes pudieran demostrar su habilidad o conocimiento hizo tambalear mi confianza para enseñar. También me hizo comprender las implicaciones que tomar un examen tiene para la vida de una persona. Para algunas, significa perder un grado; hay otras que dejan de estudiar debido a los resultados de exámenes, entre otras consecuencias.

A partir de ese trabajo, comencé a pensar en la evaluación un poco más de lo que pensaba en la enseñanza, y me magnetizó la profesión de psicometría, la ciencia que mide las capacidades y los procesos mentales. En 2018, completé mis estudios de doctorado sobre este tema. Para entonces, había formado parte de equipos que desarrollan pruebas estandarizadas a gran escala en varios contextos, pero especialmente en Guatemala.

Tengo quince años de experiencia en evaluación educativa. Mientras más trabajo como psicometrista, más conozco sobre aprendizaje y la importancia de certificar aprendizaje y habilidad. Además, admito que hace 20 años estaba muy poco preparada para ser maestra. Me tomó un poco más de dos décadas comprender que las tareas que asignamos a nuestros estudiantes para demostrar lo que han aprendido deben constituir los objetivos de aprendizaje y, al mismo tiempo, el objeto de evaluación con el que podemos certificar que un estudiante está listo para el siguiente grado.  

Ahora que creo que estoy un poco más preparada para ser maestra, estoy lejos de las aulas y de colegas docentes. Y cuando digo lejos, en realidad es lejos. Trataré de explicarme. Recientemente tuve la oportunidad de cambiar de trabajo y tuve la opción de elegir lo que quería hacer en el siguiente capítulo laboral de mi vida. Una de las opciones que más me atraía era volver a ser docente de kindergarten. Recordé cuan feliz fui 20 años atrás. Sin embargo, confirmé que, aunque aplicara a un puesto de trabajo como docente de preprimaria en Guatemala, nadie me contrataría. No me contratarían porque tengo más títulos de los requeridos para la posición y el respectivo salario, y, además, tengo solo seis años de experiencia como docente. No culpo a nadie. Es verdad que no cumplo el perfil del puesto.  Sin embargo, no cumplir con perfil de puesto también evidencia la desconexión entre quienes hacemos evaluación y quienes tienen la responsabilidad y el privilegio de enseñar en las aulas.

Los psicometristas que diseñamos las evaluaciones para certificar estudiantes, para evaluar programas o la calidad educativa de un país o para diseñar currículos, entre otros usos, lo hacemos basados en las formas de aprender habilidades y destrezas. Y esto casi siempre difiere de los contenidos y las actividades que los docentes implementan en sus aulas. A su vez, los programas de profesionalización docente carecen de formación en evaluación educativa. No es que no se le dé la importancia debida, porque todos los docentes quieren y deben evaluar, pero pocos conocen las técnicas correctas para hacerlo y creo que también desconocen las implicaciones de las evaluaciones que realizan.

Entonces, pensé que es justo compartir algunos aprendizajes que veinte años de estudiar capacidades y procesos mentales y de diseñar instrumentos para medirlos que puedan ayudar a los afortunados docentes en sus aulas. Aquí van:

  1. Todas las evaluaciones que se realicen en el aula tendrán alguna o varias consecuencias para el estudiante. La mínima consecuencia será aprobar o no el curso, pero para algunos estudiantes la evaluación significará ingresar a la universidad o no, retornar a la escuela o no, entre otras, por lo que evaluar no se debe tomar a la ligera. Si yo fuera maestra de nuevo, decidiría para qué necesito evaluar y listaría las consecuencias de cada evaluación. Cabe decir que una consecuencia en contextos de evaluación formativa es retroalimentar.
  2. Para evaluar, hay que conocer el objetivo final de aprendizaje o de desempeño; por ejemplo, si evaluará a estudiantes de costura para otorgar el diploma de fin de curso, es importante determinar qué prenda de vestir debe lograr y con qué calidad. Hay muchas formas de determinar esto, y tampoco debe realizarse arbitrariamente. Si yo fuera maestra, discutiría los grandes objetivos de cada grado con mis colegas de grado y los directores o coordinadores de mi institución educativa. El currículo puede ser un buen referente.
  3. Nuestra enseñanza debe ser diseñada con ese objetivo en mente para que, al evaluar, podamos argumentar que el estudiante tuvo muchas oportunidades de aprender. Esa es, en esencia, nuestra razón de ser como maestros. Si yo fuera maestra, haría un círculo de lectura o una comunidad de aprendizaje con mis colegas para intercambiar las mejores prácticas docentes con miras en lograr objetivos.
  4. Si yo fuera maestra, estudiaría técnicas de evaluación. Empezaría por admitir que no hemos aprendido a evaluar. Vean el ejemplo de su servidora. A mí me tomó 20 años. Pronto en esta página podrán encontrar algunas opciones para continuar aprendiendo sobre el tema. 
  5. Finalmente, si yo fuera maestra quisiera ser como Miss Carmen. Yo quisiera ser la maestra que tuvo total certeza de que yo era buena estudiante y podía aprender. Aquella actitud docente es simplemente inspiradora.
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La educación en tiempos de covid (y antes) como un truco de magia

Los magos crean ilusionismos a través de tomar ventajas por cómo las personas percibimos y procesamos información. Mi hijo mayor ha aprendido trucos de magia como hobbie durante la pandemia. Hay un truco que me sorprende todas las veces. En el truco, él me pide que tome una carta, que no se la muestre y la devuelva al mazo; es decir, el conjunto de cartas. Luego, revuelve las cartas malabáricamente; al terminar y mira fijamente el mazo. Entonces, la carta que yo había seleccionado y no le había mostrado, poco a poco empieza a salir del mazo, como si una fuerza sobrenatural la atrajera. Por mi cara de signo de interrogación, mi hijo sabe que yo he sido convencida todas las veces. ¡Aún no descifro cómo lo logra!

Igual que el truco de magia de mi hijo, los padres de familia y la ciudadanía en general estamos siendo hipnotizados por trucos de magia cuando se trata de la educación en tiempos de covid, desde la concepción de aprendizaje hasta la evaluación y certificación de dicho aprendizaje.

Desde que la pandemia comenzó hasta la fecha, todos estamos relativamente “preocupados” por el hecho de que los estudiantes no estén aprendiendo debido a que no están asistiendo a la escuela. Sin embargo, en realidad, igual que muchos países en vías en desarrollo, Guatemala tiene una larga historia que data muchos años antes de la pandemia, en la cual sus estudiantes no aprenden. Todo lo anterior se confirma en estudios como PISA y PISA-D y las pruebas nacionales. En Guatemala, solo aproximadamente la mitad de los estudiantes de tercero primaria han aprendido a leer y menos de 10% de los estudiantes de 15 años tienen las competencias matemáticas de la educación básica. 

Además, no solo los estudiantes no aprenden, sino que muchas instituciones del país han certificado que, en la primaria, secundaria y universidad, sus estudiantes de muchas generaciones aprendieron las competencias para desempeñarse laboralmente y para futuros estudios. Incluso, algunos han premiado la excelencia académica de sus estudiantes que luego se sorprenden cuando fracasan al enfrentarse al mundo laboral. 

Finalmente, y relacionado con lo anterior, mucho antes de la pandemia, se ha implementado un número considerable de intervenciones, tanto nacionales como en las instituciones que prometían mejores resultados en los aprendizajes. Hasta el momento, solo unas cuantas intervenciones han mostrado tales mejoras.

Entonces, tal como el truco de magia de mi hijo, tenemos años de estar viendo ilusionismos en términos de educación de cuestiones que no son reales. Y por si esto no fuera suficientemente desilusionante, algunos estamos pagando precios muy caros por pocos aprendizajes. Trataré de explicar cada una de estas cuestiones.

Primero: Enseñamos mucho lo que no debemos enseñar

Los estudiantes pasan muchas horas de su vida haciendo tareas innecesarias. Los niños pasan copiando libros, memorizando contenidos y pintando dibujos. Al mismo tiempo, pasan muy poco tiempo investigando, escribiendo sus conclusiones sobre lo que investigan, resolviendo problemas matemáticos, entendiendo las relaciones numéricas, discutiendo lo que leen, organizando información nueva, entre otros. Los maestros, a su vez, pasan gran parte del tiempo tratando de cubrir contenidos aislados de las diferentes disciplinas del conocimiento; por ejemplo, enseñamos contabilidad, estadística, emprendimiento y matemática, pero entre tanta disciplina los docentes pierden de vista el desarrollo de la habilidad numérica. De forma similar, por ciencia, enseñamos animales de la granja, animales del bosque, insectos y cuánta posibilidad exista, pero no enseñamos a clasificar, a investigar y organizar información y otras destrezas propias de un científico. Entonces, el estudiante pasa una hora dibujando los animales de la granja y luego no es capaz de clasificar animales por sus características o no es capaz de encontrar información sobre animales para escribir un reporte.

Lo que describo anteriormente no es un problema de la pandemia, hace mucho que es así. Solo que ahora los estudiantes hacen todo esto a través de una pantalla, lo que provoca que pierdan mucho tiempo valioso para aprender y jugar por estar frente a la computadora. Entonces, vivimos en el ilusionismo en el que creemos que porque los niños tienen mucho trabajo están aprendiendo, y no es así.

Segundo: Estamos evaluando solamente para certificar

Entre tanta actividad sin sentido, los niños acumulan muchos “puntos” y, si entregan todas las tareas, obtienen buenas calificaciones. Las instituciones educativas certifican que el estudiante aprobó un curso porque acumuló una serie de tareas de contenidos aislados, no porque haya progresado en la habilidad. Es que, para llevar a un estudiante al progreso, se necesita retroalimentar con frecuencia sobre la habilidad que el chico está aprendiendo para que pueda superar las dificultades que está teniendo. Lamentablemente, la retroalimentación es mal interpretada. Muchos entienden que retroalimentar significa otorgar una carita feliz, un comentario que diga: “muy bien”, “excelente” o el clásico “esfuérzate más”. Sin embargo, retroalimentar supone que el docente sabe en qué etapa del desarrollo de la habilidad se encuentra el estudiante y hacia dónde desea que llegue, para que, en cada trabajo, corrija el error y modele lo que se espera. 

Si el estudiante y sus padres solamente reciben la calificación, la carita feliz, el comentario de “muy bien”, estamos cayendo en el ilusionismo de nuevo. Uno en el que creemos que el estudiante está aprendiendo solamente porque está siendo responsable y aplicado.

Tercero: Estamos castigando con pruebas

Algunos educadores han optado por hacer evaluaciones “objetivas” para certificar y evaluar aprendizajes. Sin embargo, esta práctica también ha creado varios ilusionismos. Las pruebas objetivas son una muestra de todas las posibles tareas que un estudiante podría haber hecho para demostrar que tiene la habilidad. El diseño de las pruebas objetivas no es tarea fácil y, de no hacerse bien, puede crear una conclusión distorsionada de la habilidad del niño, además de crear algunas conductas perversas en torno a “ganar” las pruebas. A veces, las pruebas objetivas son tan difíciles que no es posible ver qué sabe el estudiante. Asimismo, las pruebas pueden ser tan fáciles que tampoco es posible ver qué sabe el estudiante. En unas ocasiones, las pruebas solo se enfocan en el conocimiento de alguna disciplina, mientras que en otras el niño hace algo en la prueba, pero es evaluado sobre ese “algo” con criterios ambiguos. Además, cuando la prueba se usa para certificar que el estudiante aprendió, provoca cualquier forma creativa de hacer trampa porque las consecuencias de “perder” pueden ser devastadoras. Entonces, no tener buenas pruebas y usar los resultados para castigar no hacen más que crear ilusionismos sobre cuánto puede hacer el estudiante. Lo que menos es la prueba y, por consiguiente, su interpretación es ser objetiva.

Cuarto: Implementamos intervenciones de buena fe, no basándonos en aquellas que realmente funcionan

Muchos docentes entusiastas buscan metodologías innovadoras con el afán de que sus estudiantes mejoren. Cuando la pandemia llegó, dichas innovaciones se enfocaron en el uso de tecnología. Sin embargo, muchas de estas innovaciones podrían ser un simple ilusionismo. No hay métodos de enseñanza mágicos ni tampoco hay software que sustituya la interacción entre un mentor y un estudiante. La neurociencia sigue siendo el fundamento más importante de cómo aprenden las personas y no la tecnología. 

Seré más específica. Primero, la educación debe enfocarse en habilidades y no en contenidos específicos. Luego, los educadores debemos aprender cómo se aprende la habilidad desde la neurociencia, no desde las disciplinas. Seguido, debemos tener claro hasta dónde queremos llegar en el grado en cuestión. Luego, todos los días en el camino para llegar a esa meta, los docentes o padres debemos: capturar atención de los estudiantes, involucrarlos en la tarea de aprender algo nuevo, evaluar, retroalimentar y consolidar la destreza en cuestión. Si el método o el software “mágico” que encontremos se fundamenta en las cuestiones anteriores, o bien ayuda a que implementemos lo anterior, vamos por buen camino; en cambio, si el método mágico simplemente es una moda, un producto comercial, una sospechosa solución que acelera un aprendizaje y no ayuda a consolidar aprendizajes, no vamos por buen camino.

En conclusión, si el problema de falta de aprendizaje viene desde querer mejorar lo que no se tenía que mejorar, evaluar aquello que no tenía nada que ver con ser más competentes y, además, querer sustituir al docente con una pantalla o un software, es como creernos los trucos de los magos. Dicho de otra forma, nos estamos creyendo cuentos y comprándolos por educación (presencial, híbrida, a distancia, etc.).  Recordemos que aprender es el objetivo principal de la educación. Todo lo demás, el software, las computadoras, las plataformas virtuales, las horas frente a la pantalla o presenciales solo son herramientas para lograr aprender, pero no el fin último. Finalmente si seguimos creyéndonos el truco de magia, las nuevas generaciones continuarán sin aprender.

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Dejemos de perder el tiempo y busquemos alternativas

Mi mami tiene un don de servicio especial. Ella siempre ayudará al prójimo sin esperar nada a cambio.  Hace unos días me contó que varios niños, vecinos de su barrio, se acercaron a ella para pedirle que les enseñe a leer, escribir y los números. Me contó que sus amiguitos vecinos no aprendieron mucho el año pasado y están muy desilusionados porque vamos por abril y no han recibido ningún material de la escuela.  Tampoco sus padres saben leer y escribir. Esa tarde mi mamá se acercó a mi para preguntarme qué podía hacer para ayudarlos.  Cuando me lo contó, todo lo que pude hacer fue suspirar.  Creo que, mi mamá entendió por mi suspiro que al aceptar ayudar a sus vecinos se estaría comprometiendo a un gran reto.

A estas alturas de la pandemia, es claro que cualquier variante de educación a distancia que se ha implementado no ha logrado aprendizajes en los niños, sobre todo los más pequeños. Y, repitan después de mi: “los grupos grandes en clases virtuales NO han sido, no son, ni serán efectivos”.  No son efectivos por una sola razón: la comunicación es de una sola vía.  En las clases por televisión, radiales, por YouTube o Zoom no es posible la interacción entre docentes y alumno necesaria para aprender. Esa falta de interacción, ya sea porque se les solicite a los niños que tengan el micrófono apagado o porque no haya micrófono, no permite mantener la atención del estudiante necesaria para aprender.  

Al mismo tiempo, los niños no pueden volver a clases presenciales de inmediato.  En medio de una tercera ola de contagios y al paso que vamos con la gestión de las vacunas, solo estaríamos poniendo en riesgo la salud de todos.  Aún si nos arriesgáramos a volver a las aulas, el pronóstico es que haya cierres de las escuelas prolongados hasta que se contenga la pandemia. Entonces, ¿qué queda? ¿Esperar a que todo pase y seguir sin aprender?

Yo no creo eso.  Yo creo que queda exactamente el recurso de mentoría que le solicitaron a mi mami.  Un mentor es una persona que conoce las fortalezas y debilidades de su estudiante, facilita su aprendizaje en un formato de uno a uno, propicia las prácticas o ejercicios para que practique por si mismo, rectifica que vaya aprendiendo y retroalimenta.

La mayoría de los padres de familia nos hemos convertido en dichos mentores de nuestros hijos.  Otros nos hemos apoyado de mentores o tutores contratados, cuando el presupuesto familiar lo permite.  Lo cierto es que nos hemos convertido en educadores improvisados y hemos asumido un rol determinante para que nuestros hijos continúen aprendiendo.  Nuestro rol va mas allá de exigirles a nuestros hijos que pongan atención a sus clases virtuales o de comprar los dispositivos electrónicos.  La intuición nos ha obligado a explicar, retroalimentar, propiciar prácticas, rectificar y a aprender a enseñar.  Eso sin mencionar aprender a cuidar la salud emocional de nuestros hijos, a gestionar el tiempo de estudio, de juego y un largo etcétera que no es tema de esta publicación.

Personalmente, para ejercer el rol de mentora de mis hijos he adquirido varios recursos.  Primero, obtuve las plataformas virtuales de la escuela de mis hijos, aprendí la forma de entregar tareas y a monitorear las actividades que realizan en estas plataformas.  Con ello, tengo acceso a la información que están recibiendo mis hijos, tanto como pude.  Además, adquirí varios libros sobre cómo aprenden los niños las habilidades básicas en un segundo idioma. Tercero, me aseguré de que mis hijos tengan todos los libros de texto que les pidieron en la escuela. Y, por último comparto con un círculo de amigas mamás nuestras experiencias como mentoras de nuestros hijos.

Lamentablemente, la escuela de mis hijos, como creo que es el caso de todas las escuelas y de las autoridades educativas, ignoran el rol de mentor que ejercen los padres o la vecina (en el caso de mi mami) durante la pandemia.  Lo afirmo porque las escuelas y las autoridades siguen diseñando clases virtuales asumiendo que son efectivas y que los niños aprenden solos, cuando es todo lo contrario.  Creo que la educación del futuro debe potenciar el rol de los mentores y no solo de padres que proveen dispositivos.  Mejor aún sería que los docentes asumieran un rol de mentor en lugar de un instructor virtual. Algunos elementos que hacen falta para potenciarnos como mentores son los siguientes:

  1. Los padres debemos dejar de exigir una reapertura de escuelas, que de momento es insostenible, y empezar a exigir un modelo de mentoría virtual o presencial donde los niños reciban retroalimentación oportuna de sus docentes individualmente o en grupos pequeños.  
  2. En lugar de perder el tiempo en clases virtuales con grupos grandes y poco efectivas o de sentarnos a esperar que podamos volver a las aulas, exijamos calidad de tiempo entre nuestros hijos y sus docentes. Cuando el acceso a clases no es de calidad, no habrá aprendizaje.
  3. Todos los involucrados en la educación de los estudiantes (padres, docentes, niños) deben comprender cuales son las habilidades mínimas que se espera que logren los niños en cada grado.  Conocer las habilidades mínimas no es lo mismo que nos informen un listado de contenidos a cubrir en el año.
  4. Los materiales (libros de texto, guías de autoaprendizaje) que se diseñan deben propiciar la correcta interacción entre el mentor (papá, mamá o docente) y los alumnos (hijos).  Si, por el contrario, los materiales se diseñan para que el alumno aprenda por sí mismo, dejamos afuera a todos los niños que no comprenden tal material, pero que pueden encontrar mentoría.
  5. Las escuelas deben aceptar el rol de los papás y formarlo para poder sostener posibles cierres prolongados de las escuelas. De la misma forma, los padres debemos asumir este rol por bien de nuestros hijos.
  6. No está de más propiciar espacios para que los padres/mentores aprendamos unos de otros.

En conclusión, creo que mi mami podría superar el reto de ser mentora de sus vecinos si: 1) ella supiera qué se espera que los niños dominen al final del grado que están cursando, 2) tuviera los materiales que le permitan interactuar con los niños de la manera adecuada y 3) prepara espacios seguros para interactuar uno a uno con cada niño y no poner en riesgo su salud. Después de todo, el compromiso porque sus vecinos aprendan ya lo tiene. Pero, un compromiso y buena voluntad sin el recurso y orientación necesarios, solamente sería replicar la misma condena de la educación sin logros de aprendizaje que tantos años ha sufrido Guatemala.

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Reflexiones de una mamá maestra

Me encanta ser mujer

Me encanta ser mujer.  Me encanta ser mujer profesional. Me encanta ser hija, hermana, esposa y madre. Me encanta ser empleada, me encanta ser estudiante y me encanta ser ciudadana guatemalteca. Me encantan todos los roles que vivo día a día.  Me encanta porque todos y cada uno de ellos los elegí yo misma.  Nadie eligió por mí que yo fuera madre o esposa.  Nadie eligió por mí la profesión a la que me dedicaría.  Nadie eligió por mí el empleo al que yo aplicaría y en el que crecería como profesional. 

Hoy me doy permiso de celebrar las oportunidades que he sido afortunada de tener y me doy el crédito por haber superado las dificultades que se me han atravesado en el camino.  Pero más que celebrar los éxitos de tantas mujeres inspiradoras, el día de la mujer es para recordarle a la humanidad que un gran porcentaje de mujeres en el mundo no han tenido la libertad de elegir los roles que ha asumido.  La celebración de día de la mujer es para que la humanidad reflexione sobre los derechos de todos los seres humanos, sin importar el sexo.  Todos tenemos derecho a: ser libres, a la educación, la salud (emocional y física) y el trabajo.   

Sin embargo, aún más importante, el día de la mujer es para continuar la lucha por los cambios políticos e institucionales para que las mujeres puedan tener las mismas oportunidades que sus pares hombres.  Aunque yo he sido afortunada, mi historia para convertirme en académica y en profesional es un ejemplo de las barreras que muchas mujeres atraviesan para llegar donde están.  Por ello, se las comparto.

No es secreto que, tras haber obtenido un crédito – beca, mi familia y yo viajamos a otro país para que yo estudiara un doctorado en investigación y medición educativa. Tampoco es secreto que al viajar solamente había nacido nuestro primer hijo y que, en el extranjero y a mitad del doctorado, nació nuestra segunda hija. Al culminar mis exámenes privados, mi esposo y yo decidimos volver a Guatemala y decidimos tener a nuestro tercer hijo.  Desde Guatemala y con mis tres retoños, continué escribiendo mi disertación tal como había acordado con mi asesor y la universidad. 

Todo iba bien hasta que a medio proceso de escribir mi disertación, la organización que me había otorgado el crédito-beca me llamó para decirme que se había terminado el tiempo máximo (5 años) en el que podía terminar mi doctorado y que al no haber terminado de escribir mi disertación en ese momento, eliminarían la parte de “beca”, del crédito-beca que había obtenido y que ahora yo tendría una deuda por la cantidad completa que me habían otorgado, aumentarían los intereses y reducirían el tiempo para pagar la deuda a la mitad de los años. Indudablemente la noticia me puso contra la pared porque yo tenía que decidir si seguir estudiando o buscar un segundo empleo para cubrir la deuda que tenía con la institución. 

A dicha reunión asistí con mi tercer hijo en brazos a quien yo amamantaba en ese momento. Ante la noticia de la sanción económica, quise responder explicando la naturaleza de mi estudio y que la razón por la que no había terminado era metodológica. Yo elaboré un estudio longitudinal que implicaba varias mediciones el tiempo.  Además, quería que supieran que el promedio para culminar doctorados en el mundo era de 8 años, a lo cual, el límite de la institución no estaba ni cerca. Sin embargo, antes de escuchar mi respuesta, la persona que me informaba sobre mi deuda con la institución me dijo algo que nunca olvidaré: “supongo que haber tenido dos hijos más desde que empezaste tus estudios te ha impedido terminar tu disertación”. 

En ese momento entendí que, las instituciones, por ejemplo, esta que otorga becas universitarias, siguen operando bajo los prejuicios que cada 8 de marzo se tratan de erradicar.  Prejuicios como que las mujeres que deciden ser madres no pueden ser profesionales o no deben ser contratadas porque los hijos son un impedimento para cumplir sus funciones.  O que no se debe o puede ser académica y madre a la vez.  

Afortunadamente y después de una batalla legal, superé esos tiempos difíciles y culminé mi doctorado con una mención honorífica por mi trabajo de disertación.  Hoy sigo celebrando haber luchado por mis derechos y mis sueños y, al mismo tiempo rindo homenaje a cada mujer que ha alcanzado sus sueños, por grandes y pequeños que sean.  Asimismo, cada 8 de marzo celebro a mis amigos que me dieron el empujón cuando lo necesitaba. Porque cada uno de ellos es un agente de cambio.

Aquella experiencia para culminar mis estudios me transformó para siempre.  Ahora soy sensible a la discriminación por género.  Sobre todo, a aquella que es sutil y aquella que está arraigada en instituciones públicas y privadas.  Desde aquella experiencia, aprendí que en escribir nuestras historias y en apoyarnos unas a otras están los cambios para que las mujeres del futuro alcancen sus sueños con menos obstáculos.  

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Reflexiones de una mamá maestra

Mami tú no entiendes

Esta semana, mi hija tuvo que escuchar su clase virtual en el carro mientras conducíamos a una cita médica.  La maestra que dictaba la clase virtual intentaba enseñarles cómo hacer corazones en origami en celebración del día del cariño.  Los cincuenta minutos que duró la clase, mi hija y yo estuvimos escuchando a sus compañeritos interrumpir a la maestra y pidiendo repetir instrucciones del corazón debido a problemas con el internet: “¿puedes repetir la última instrucción?”, “se me fue el internet”, “¿qué tengo que hacer?”, “no veo tu cámara”, eran algunas quejas de los niños.  Después de un rato de estar escuchando la clase, imprudentemente, le dije a mi hija: “Qué aburrido debe ser para tu maestra estar escuchando que el internet y la plataforma no funcionen para todos.  Creo que tu maestra debería enviar el video de YouTube para que ustedes lo hagan en casa solitos”.  Inmediatamente mi hija que ama a su maestra me miró con ojos desafiantes y me contestó: “Mama esta es la escuela ahora.  Tu no entiendes, porque en tu época no era así”.  Aunque la respuesta de mi hija me hirió el orgullo de educadora, creo que, como todas las veces que mi Sarita manifiesta su sabiduría, ella tiene razón.

Después de este año inusual, me pregunto: ¿Qué es la educación actual? ¿Qué habilidades tienen que dominar los niños actualmente para aprender? He estado tratando de responder estas preguntas desde el día del incidente y no encuentro una respuesta correcta.  Así que, en lugar de encontrar una respuesta, he decidido aceptar que, contrario a lo que yo pensaba el año pasado, el COVID-19 no es temporal y que realmente todo, incluyendo la escuela como la conocíamos, cambió para siempre. 

En la escuela actual no hay muchas cosas como las conocí. Por ejemplo, no hay salón de clases.  Yo recuerdo la ilusión y los nervios con la que yo esperaba encontrar mi nuevo salón y conocer a mis nuevas compañeras cada inicio del año escolar.  Me encantaba oler el salón recién pintado y los escritorios mejorados el primer día de clases.  En la escuela actual no hay recreo.  El recreo era mi parte favorita de la escuela.  En el recreo aprendí algunas de las habilidades más importantes de la vida. Por ejemplo, aprendí a negociar los juegos, a administrar mi tiempo entre comer y jugar, a compartir, entre otras.  En la escuela actual no hay abrazos ni comunicación corporal y visual de la maestra.  Mis maestras me hablaban con la postura, con la mirada, con palmadas y con abrazos.  En la educación actual no hay aprendizaje cooperativo.  Yo recuerdo que cuando no entendía las instrucciones de mi maestra, siempre había una amiga que me las explicaba mejor que ella.  En la escuela actual no hay evaluación.  Yo recuerdo que cuando tenía un examen, moría de los nervios porque ni siquiera una calculadora me haría el favor.  La escuela actual no tiene uniformes.  En mi casa vivimos en pijamas sin importar la hora o el día.

Pero la escuela actual tiene cosas interesantes que no conocía. En la escuela actual hay plataformas virtuales.  En ellas se puede organizar el contenido y las tareas con tal detalle que el niño y sus papás pueden accederlas en cualquier momento y saber lo que aprenderá durante un período de tiempo sin necesidad que alguien se lo diga.  En la escuela actual hay aplicaciones de aprendizaje.  Con ellas se pueden consolidar habilidades porque otorgan oportunidades y retroalimentación al instante. No solo eso, sino que existen en muchos idiomas y formatos.  En la escuela actual ya no se vale la excusa clásica de “mi perro se comió mi tarea”.  A menos que el perro se coma la computadora, todo se puede reimprimir, volver a hacer y volver a entregar las veces que se desee antes de la fecha límite.  La nueva escuela tiene chats y video llamadas.  Mis hijos usan el chat y las video llamadas para comunicarse con sus amigos y hacer grupos de juego durante las tardes.  La escuela actual tiene correos electrónicos.  Los docentes de mis hijos se comunican con ellos a través de correo electrónico.  Ciertamente, mis hijos están aprendiendo a distinguir el tono de la maestra en cada correo que reciben.

Mis hijos han aprendido habilidades que yo no tenía cuando era niña.  Incluso, me atrevo a decir que muchas de ellas las aprendí cuando tuve un trabajo en oficina a los 24 años.  Mis hijos han aprendido a organizar sus horarios de clases y de tareas de forma independiente.  Mi hija que tuvo dificultades para aprender a leer y escribir, aumento su fluidez de lectura y escritura tratando de chatear y leer los mensajes de sus amigas.  La motivación de encajar en su grupo de juego, la hizo superar muchas barreras.  Mi hijo pequeño aprendió a distinguir intrusos de amigos en sus juegos electrónicos.  Además, mis hijos responden más correos que yo en una semana de trabajo.  Finalmente, mis hijos han aprendido a resolver problemas de la escuela con los recursos existentes.  Sarita encontró el video del corazón en origami en YouTube y completó su tarea. Ciertamente, ha habido aprendizaje; podría seguir describiendo más de estos ejemplos. Me pregunto si lo que Sarita me estaba tratando de decir en su respuesta era que dejáramos de añorar las cosas como eran antes y que no podemos cambiar para abrazar el futuro en su máximo esplendor.  

Sin embargo, no dejo de desear que mis hijos vuelvan a la escuela.  Deseo qué se ensucien en los recreos, que compartan su refacción, que la maestra los regañe en persona, que olviden la tarea, que jueguen fútbol en el recreo y que mueran de estrés por un examen.  De la misma forma, deseo que todos los niños del mundo regresen a la escuela pronto.  No dudo que los aprendizajes que mis hijos tuvieron son un privilegio que no tiene la mayoría de los niños del mundo. Y que haber obtenido esas nuevas habilidades abrirá una brecha aún más grande entre los que la tuvieron oportunidades y quienes no la tuvieron durante la pandemia.  En el fondo de mi corazón, quiero creer que podemos regresar a una escuela mejorada.  Una escuela que haya aprendido de este año.  ¿Creen ustedes que será posible obtener el balance de las cosas buenas de ambas escuelas, la presencial y la virtual, para que el futuro de los niños sea mejor? 

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Reflexiones de una mamá maestra

¿Realmente podemos aprender a través de guías de auto aprendizaje y los formatos virtuales ?

El 31 de diciembre del 2019 me propuse aprender algo nuevo y diferente a lo que usualmente estudio.  Así que me inscribí a un diplomado en corte y confección.  A pesar de que mi mamá cose y teje, yo nunca había siquiera encendido una máquina de coser. Pero, después de haber culminado exitosamente un doctorado en el extranjero tenía confianza que podía aprender cualquier cosa.  Si tan solo hubiera sabido que una cosa no tenía nada que ver con la otra.

Habían transcurrido 4 clases en el diplomado cuando la pandemia y el confinamiento llegaron a Guatemala. En las primeras cuatro clases logré confeccionar una bolsa de tela.  Ciertamente, mi bolsa no era la más linda, pero había logrado el patchwork y todas las medidas habían coincidido.  

El siguiente proyecto era una falda.  La falda la confeccioné con instrucciones que me enviaban a través de videos y WhatsApp.  La terminé, pero tenía errores notorios.  Las costuras no coincidieron del todo y tuve que repetirla tres veces antes de lograr terminarla.  Luego de la falda básica, el diplomado en corte y confección fue cancelado por disposiciones del centro de estudios.

No me desmotivé y pensé que podía comprar cursos en plataformas virtuales para continuar mi proyecto de aprender a coser de forma autodidácta.  Empecé con un curso para confeccionar una camisa.  El curso tenía seis unidades con 4 videos cada una. Cada video/lección mostraba cómo elaborar un paso para elaborar la camisa.  Los videos eran cortos (15 minutos máximo) y de alta calidad.  Seguí los pasos con mucho cuidado, mi camisa tiene un solo error en el cuello que aún no comprendo y aún no se cómo arreglar.  Pensé que el curso de la camisa había sido muy ambicioso para una principiante y que debía ir un paso atrás. Así que compré un curso básico con la misma metodología, pero con un proyecto más sencillo que la camisa. Esta vez el proyecto era una cartera.  Lo completé. Sin embargo, al igual que la falda y la camisa, me quedé con muchas dudas sin resolver y siento que, si tengo que hacer cualquiera de los tres proyectos yo sola, no sabría hacerlo sin videos.

En el proceso anterior, mi hija de 8 años se entusiasmó con la idea de confeccionar nuestras propias prendas y me pidió que la inscribiera en un curso en línea de diseño de modas.  Ella, contrario a mi, es inmensamente creativa y ve cosas donde yo no.  El curso de mi hija consiste en reuniones virtuales de dos horas una vez por semana donde las profesoras muestran a través de la cámara las puntadas e instrucciones para que las niñas entre 6 y 12 años cosan sus diseños.  A diferencia de mis cursos, el de mi hija permite interacción entre las niñas y las profesoras.  Hasta el momento, mi hija ha logrado diseñar, pero no confeccionar sin asistencia mía. 

La experiencia de mi hija y la mía en aprender algo diferente, de lo que no teníamos ninguna experiencia previa y a lo cual nos sentimos muy motivadas, me hace pensar si realmente se puede aprender en línea y/o de forma auto didácta. Para responder mi inquietud, volví a las cuestiones básicas: ¿Qué es aprender? ¿Cómo aprendemos los seres humanos? El reciente libro de Stanislas Dehaene (2019) ha respondido parte de estos cuestionamientos. 

Según Dehane, para aprender necesitamos cuatro “pilares”: 1) prestar atención, 2) involucrarnos activamente en la tarea, 3) recibir retroalimentación al error y 4) consolidar el aprendizaje (2019).  

Prestar atención es el primer paso y el prerequisito de los otros tres pilares, de acuerdo con Dehaene. Al prestar atención nos enfocamos en lo que queremos aprender.  En las experiencias que mi hija y yo hemos tenido para aprender a coser en un formato virtual, puedo decir que los videos de alta calidad que yo he tomado permiten enfocar mi atención de mejor manera que las clases virtuales de mi hija con su grupo de compañeras.  En realidad, mi hija no ha podido seguir la instrucción de costura por sí misma, porque el proceso se trunca cuando pierde atención. Ambas nos hemos involucrado activamente en el aprendizaje (pilar dos).  Creo que la razón principal de ello es que tanto mi hija como yo intentábamos ejecutar la instrucción de costura casi inmediatamente después de haberla observado o escuchado con la motivación de ver el producto terminado.  

La retroalimentación al error es un elemento que ni mi hija ni yo hemos experimentado en ninguna de las modalidades (pilar tres).  En mi caso, con los cursos montados en videos de alta calidad, no es posible interactuar con los instructores.  Y en el caso de mi hija con las sesiones de zoom, las profesoras proveen retroalimentación a las dudas de las niñas una a una conforme surja, pero retroalimentar a cada una en un grupo grande hace el proceso tan lento que las niñas pierden la atención, volviendo recurrentemente al primer paso. Finalmente, tanto mi hija como yo necesitaremos práctica para consolidar el arte de coser (pilar cuatro).  Quizá yo tenga que hacer diez repeticiones de la falda, la camisa y la bolsa para sentir que he dominado el arte de coser.  En ese sentido, los videos tienen ventajas sobre las reuniones de zoom de mi hija.  Ventajosamente, el curso de mi hija incluye tareas semanales con el objetivo consolidar aprendizajes.  Sin embargo, aunque repitamos la tarea cincuenta o cien veces, sin retroalimentación, probablemente lo hagamos cincuenta veces mal.

Mientras reflexiono sobre mi competencia como costurera después de siete meses de intentarlo con autoaprendizaje y en formato virtual, me pregunto si ¿los niños del país tuvieron experiencias similares aprendiendo habilidades básicas de forma autodidácta, de las cuales probablemente no tenían conocimiento previo?  Por ejemplo, ¿aprenderían a leer los niños de primero primaria?  ¿Cuál será la competencia de escritura de los niños que cursaron primero primaria en el 2020? ¿Lograron los niños guatemaltecos dominar las operaciones básicas con guías de autoaprendizaje y los programas de televisión? ¿Cuánto avanzaron en el aprendizaje de un segundo idioma nuestros hijos a través de las clases en zoom?  Lo que sospecho es que en nuestro intento de proveer educación a distancia, en algunas ocasiones fuimos exitosos en implementar alguno de los pilares de aprendizaje de Dehaene y en otras ocasiones no tanto.  Por tanto, la moraleja que aprendí de mi propia historia de aprender algo nuevo de forma autodidácta se resume en los siguientes puntos:

  1. Primero que nada, el libro de Dehaene es lectura obligada para los educadores del mundo. 
  2. No todo se puede aprender de forma autodidácta. Algunas cuestiones necesitan mentoría.
  3. Antes de tratar de innovar con las diferentes posibilidades que la tecnología nos ofrece, debemos volver a lo básico en lo que respecta a teorías de aprendizaje y neurociencia.
  4. Cuando diseñamos un curso debemos proveer oportunidades para retroalimentar sobre sus errores a los estudiantes de forma tan inmediata como sea posible.
  5. Debemos aprender de los youtubers, influencers y productores de cine sobre los elementos que capturan la atención de los niños cuando se produce un video.  Sospecho que videos aburridos o clases de zoom donde se presenta un power point durante 40 minutos está lejos de capturar la atención necesaria para aprender.
  6. Los grupos grandes no son convenientes para las clases virtuales por plataformas como zoom.  No son eficientes para capturar atención de los niños, ni para retroalimentar a los niños sobre sus errores.
  7. Debe haber práctica y los niños deben tener oportunidades para conversar con su profesor uno a uno sobre las dudas y errores que están cometiendo en las prácticas y tareas que se les asigna.  Proveer una calificación no es suficiente.
  8. Disfrutar la experiencia de aprendizaje sigue siendo importante.

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Reflexiones de una mamá maestra

No es suficiente trasladar al docente a un dispositivo para lograr aprendizajes este año

La escuela y los maestros son importantes.  En la escuela nuestros hijos aprenden habilidades básicas como lectura, matemática, escritura y pensamiento científico. Además, aprenden habilidades sociales, como compartir, respetar reglas y horarios, autorregulación y responsabilidad.  Esto lo aprenden a través de su relación con pares en el ambiente estructurado que construyen los adultos de la escuela.  

La figura de este post muestra la escuela y la escuela en casa.  En la escuela (del lado izquierdo), los docentes (competentes) organizan lecciones día a día durante el ciclo escolar. Los maestros que preparan lecciones efectivas capturan la atención de sus alumnos.  Durante la lección, los alumnos hacen preguntas, resuelven nuevos problemas, ponen en práctica algún procedimiento o completan una tarea, tanto individualmente como en colaboración con sus compañeros.  Dicho de otra forma, si el docente es efectivo, los estudiantes atenderán la lección de forma activa.  Al mismo tiempo, los docentes competentes monitorean que los alumnos estén atendiendo la lección y que la comprendan el material que están aprendiendo. 

Por otro lado, cuando los docentes han llevado a cabo una lección efectiva en sus aulas, solicitan que los alumnos practiquen lo que aprendieron a través de tareas diarias.  Los docentes competentes también saben que corregir las tareas y retroalimentar a sus estudiantes sobre los errores que cometieron es determinante para consolidar los aprendizajes.  Este proceso para lograr aprendizajes en el aula es conocido y se ha estudiado por años.  Eso no significa que todos los educadores tengan la competencia para lograr aprendizajes en el aula, pero la efectividad docente es un tema diferente y objeto de estudio en si mismo. 

Es indiscutible que el proceso mostrado del lado izquierdo de la figura se ha modificado durante el confinamiento.  Del lado derecho de la figura, se muestra una escena de aprendo en casa. Evidentemente, en ella hay variables que se modificaron por el confinamiento y que indiscutiblemente han influenciado la experiencia de aprendizaje de los estudiantes. 

En la casa, el docente es trasladado a un dispositivo (televisión, radio, computadora).  Y es el padre o la madre quien facilita el acceso, tanto a la radio como la tele, en el horario establecido para el grado de sus hijos.  En los contextos socioeconómicos más altos, los padres proveen los dispositivos e internet para la educación a distancia.  También los padres facilitan los recursos impresos que los niños utilizarán en su aprendizaje a distancia, desde recoger en la escuela las guías de autoaprendizaje, comprar el periódico, hasta imprimir las hojas de trabajo que se envían a través de las plataformas virtuales.  Si los recursos son limitados en el hogar, tristemente también el padre decide qué niño recibe la clase y qué niño no.

El tiempo de aprendizaje se ha modificado en la figura 2.  Al no asistir a la escuela, las lecciones que reciben los niños a través de radio o televisión han disminuido de 5 días a la semana a una o dos horas a la semana. Esto significa que el currículo ha sido priorizado indirectamente al seleccionar unas lecciones sobre otras para ser transmitidas en la televisión o radio o entregadas a los alumnos a través de plataformas. 

En algunos colegios privados han decidido que los estudiantes estén conectados frente a una computadora de 7 a 1 de la tarde recibiendo lecciones y simulando un horario escolar.  Sin embargo, esta solución no garantiza que los estudiantes puedan atender de forma activa a los profesores. Evidencia empírica, incluyendo mis hijos, sugiere que los estudiantes, a pesar de estar conectados, no mantienen una atención activa durante sus lecciones en línea por largos períodos de tiempo.  Así que, probablemente el tiempo efectivo de aprendizaje solo sea, en efecto, una simulación.

Me atrevo a decir que el tiempo de tareas también se ha modificado.  En algunos colegios este ha aumentado considerablemente.  Lamentablemente, las tareas no han sido enfocadas a consolidar, evaluar y retroalimentar aprendizajes, sino a enfocadas a tener algo que calificar.  Consecuentemente, los niños pierden o ganan puntos por la cantidad de tareas que completan e incluso ganan y pierden puntos por la calidad de las fotografías de las tareas, pero reciben poca retroalimentación de sus docentes.  Los maestros, en su mayoría, desconocen si efectivamente sus estudiantes están consolidando aprendizajes o no.

En este ciclo escolar, las modalidades de educación a distancia han sustituido algunas importantes actividades que desarrollan los docentes en la escuela, pero es indiscutible que los niños han perdido muchas oportunidades de aprendizaje.  Tristemente, mi lectura de las proyecciones de contagios y casos de COVID-19 en el país, es que el tema no se resolverá pronto y que faltan muchos días y meses para que los niños puedan volver de forma segura a su escuela.  De manera que, la educación a distancia será la alternativa educativa más segura por un largo tiempo.  Al pensar en educación a distancia a largo plazo, es importante enfocarse en aprendizajes y no en la entrega educativa.  Por tanto, es imprescindible estudiar las nuevas variables que están afectando aprendizajes y potencializarlas. En lugar de seguir haciendo lo mismo que hemos hecho en las aulas en un formato virtual.  

Si nos enfocamos en el formato de entrega, sin pensar en aprendizajes, se acrecentará la inequidad educativa del país porque hay quienes tienen un dispositivo por niño y continúan pagando colegiaturas, pero hay muchos niños que no han tenido acceso a tele ni a radio y mucho menos a internet por cinco meses.  Ciertamente, llevar a la maestra a medios de entrega que lleguen a la mayoría de los hogares guatemaltecos es un reto.  Pero, mi propuesta es pensar en potencializar lo que muchos estudiantes si tienen en la segunda escena. Por ejemplo: a) sus padres, b) lecciones en la tele y radio, c) medios impresos de distribución masiva (periódicos, empaques, etc.), y d) tiempo para aprender.

La situación es tan nueva que hay muy pocos estudios sobre cómo potencializar estas nuevas variables que afectarán el aprendizaje de los niños.  Pero aquí hay algunos puntos que podemos pensar si se trata de cambiar el enfoque de educación a distancia.

1.     El enfoque debe estar en aprender y no en hacer.  

El objetivo de la educación es y ha sido siempre que los estudiantes aprendan y no que los docentes enseñen o que los estudiantes estén ocupados. Por tanto, es imprescindible enfocar los esfuerzos en lograr aprendizajes y no en hacer un montón de tareas o actividades novedosas, pero poco efectivas. 

Relacionado con esto, tiene más sentido formar a los docentes y padres (si lo desean) en estrategias para lograr aprendizajes con lecciones cortas y efectivas que pueden hacerse tanto presencial como virtualmente, que saturarlos de herramientas sofisticadas para hacer lecciones bonitas en internet, pero poco efectivas. De la misma forma, tiene más sentido buscar mecanismos para retroalimentar a los estudiantes sobre las dificultades de sus tareas, en lugar de coleccionar trabajos para justificar una calificación o la aprobación de grado.  

  • Es necesario potenciar el rol de los padres.  

Los padres están haciendo un trabajo de gestión educativa, de docencia y evaluación en sus hogares.  Son ellos quienes distribuyen los recursos, facilitan el acceso a las clases virtuales, y organizan horarios de estudio, tiempo de juego, y tareas del hogar de los niños.  La creencia y recomendación de las escuelas de que los niños pequeños planifiquen su horario para recibir sus clases y hacer sus tareas es falsa.  La gestión de recursos depende en gran medida de eso: recursos.  Además, los padres son quienes resuelven dudas de las tareas, y las corrigen en la medida de sus posibilidades.  Es urgente potenciar estos roles de los padres.  Es irreal pensar que el docente hará todo en la distancia.  Eso no significa trasladar la tarea docente a los padres, sino darle las herramientas para que los estudiantes no dejen de aprender. Por ejemplo, muchos aprendizajes se pueden consolidar a través del juego.  Dar a las padres opciones de juego con sus hijos o entre hermanos puede ser una forma de potenciar su rol en educación a distancia.

  •  Las lecciones en horario escolar por zoom (o el dispositivo que sea) no son efectivas

Hace unas semanas escuchamos la noticia del maestro Lalito que visita los hogares de sus estudiantes de sexto primaria para no descontinuar sus clases.  A pesar de que la noticia enfocaba en la creatividad del profesor Lalito para elaborar un bicitaxi con pizarrón y la voluntad para recorrer largas distancias, realmente, lo maravilloso del maestro Lalito es su entendimiento que para lograr aprendizajes debía dar lecciones individuales a cada niño para lograr aprendizajes.  Las lecciones por zoom o por la tele o por la radio que duran 40 minutos al grupo completo de estudiantes no consiguen atención activa de los estudiantes.  En el caso de mis hijos, las lecciones provocan mal humor, aburrimiento, y frustración, pero no aprendizaje.  Es importante que el modelo se traslade a lecciones en grupos pequeños y lecciones cortas.   Luego los niños pueden profundizar y practicar en su propio tiempo, pero no pretender que tras un dispositivo los niños prestarán la misma atención que en las aulas.  En los pequeños grupos, los docentes también pueden retroalimentar a los estudiantes sobre sus tareas de mejor manera.

La moraleja de esta historia es que la vida cambió y no por un tiempo corto.  No es posible seguir haciendo las cosas de la misma forma, o tratar de replicar la escuela en el internet o en la tele, porque no podemos pretender que todo sigue igual y que simplemente trasladamos la entrega educativa a un dispositivo.  Hay variables que cambiaron la forma en que los niños están aprendiendo.  Necesitamos repensar la entrega educativa a distancia enfocada en lograr aprendizajes. Ya no es posible seguir perdiendo el tiempo, porque caeremos en un retroceso educativo.