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Reflexiones de una mamá maestra

La educación en tiempos de covid (y antes) como un truco de magia

Los magos crean ilusionismos a través de tomar ventajas por cómo las personas percibimos y procesamos información. Mi hijo mayor ha aprendido trucos de magia como hobbie durante la pandemia. Hay un truco que me sorprende todas las veces. En el truco, él me pide que tome una carta, que no se la muestre y la devuelva al mazo; es decir, el conjunto de cartas. Luego, revuelve las cartas malabáricamente; al terminar y mira fijamente el mazo. Entonces, la carta que yo había seleccionado y no le había mostrado, poco a poco empieza a salir del mazo, como si una fuerza sobrenatural la atrajera. Por mi cara de signo de interrogación, mi hijo sabe que yo he sido convencida todas las veces. ¡Aún no descifro cómo lo logra!

Igual que el truco de magia de mi hijo, los padres de familia y la ciudadanía en general estamos siendo hipnotizados por trucos de magia cuando se trata de la educación en tiempos de covid, desde la concepción de aprendizaje hasta la evaluación y certificación de dicho aprendizaje.

Desde que la pandemia comenzó hasta la fecha, todos estamos relativamente “preocupados” por el hecho de que los estudiantes no estén aprendiendo debido a que no están asistiendo a la escuela. Sin embargo, en realidad, igual que muchos países en vías en desarrollo, Guatemala tiene una larga historia que data muchos años antes de la pandemia, en la cual sus estudiantes no aprenden. Todo lo anterior se confirma en estudios como PISA y PISA-D y las pruebas nacionales. En Guatemala, solo aproximadamente la mitad de los estudiantes de tercero primaria han aprendido a leer y menos de 10% de los estudiantes de 15 años tienen las competencias matemáticas de la educación básica. 

Además, no solo los estudiantes no aprenden, sino que muchas instituciones del país han certificado que, en la primaria, secundaria y universidad, sus estudiantes de muchas generaciones aprendieron las competencias para desempeñarse laboralmente y para futuros estudios. Incluso, algunos han premiado la excelencia académica de sus estudiantes que luego se sorprenden cuando fracasan al enfrentarse al mundo laboral. 

Finalmente, y relacionado con lo anterior, mucho antes de la pandemia, se ha implementado un número considerable de intervenciones, tanto nacionales como en las instituciones que prometían mejores resultados en los aprendizajes. Hasta el momento, solo unas cuantas intervenciones han mostrado tales mejoras.

Entonces, tal como el truco de magia de mi hijo, tenemos años de estar viendo ilusionismos en términos de educación de cuestiones que no son reales. Y por si esto no fuera suficientemente desilusionante, algunos estamos pagando precios muy caros por pocos aprendizajes. Trataré de explicar cada una de estas cuestiones.

Primero: Enseñamos mucho lo que no debemos enseñar

Los estudiantes pasan muchas horas de su vida haciendo tareas innecesarias. Los niños pasan copiando libros, memorizando contenidos y pintando dibujos. Al mismo tiempo, pasan muy poco tiempo investigando, escribiendo sus conclusiones sobre lo que investigan, resolviendo problemas matemáticos, entendiendo las relaciones numéricas, discutiendo lo que leen, organizando información nueva, entre otros. Los maestros, a su vez, pasan gran parte del tiempo tratando de cubrir contenidos aislados de las diferentes disciplinas del conocimiento; por ejemplo, enseñamos contabilidad, estadística, emprendimiento y matemática, pero entre tanta disciplina los docentes pierden de vista el desarrollo de la habilidad numérica. De forma similar, por ciencia, enseñamos animales de la granja, animales del bosque, insectos y cuánta posibilidad exista, pero no enseñamos a clasificar, a investigar y organizar información y otras destrezas propias de un científico. Entonces, el estudiante pasa una hora dibujando los animales de la granja y luego no es capaz de clasificar animales por sus características o no es capaz de encontrar información sobre animales para escribir un reporte.

Lo que describo anteriormente no es un problema de la pandemia, hace mucho que es así. Solo que ahora los estudiantes hacen todo esto a través de una pantalla, lo que provoca que pierdan mucho tiempo valioso para aprender y jugar por estar frente a la computadora. Entonces, vivimos en el ilusionismo en el que creemos que porque los niños tienen mucho trabajo están aprendiendo, y no es así.

Segundo: Estamos evaluando solamente para certificar

Entre tanta actividad sin sentido, los niños acumulan muchos “puntos” y, si entregan todas las tareas, obtienen buenas calificaciones. Las instituciones educativas certifican que el estudiante aprobó un curso porque acumuló una serie de tareas de contenidos aislados, no porque haya progresado en la habilidad. Es que, para llevar a un estudiante al progreso, se necesita retroalimentar con frecuencia sobre la habilidad que el chico está aprendiendo para que pueda superar las dificultades que está teniendo. Lamentablemente, la retroalimentación es mal interpretada. Muchos entienden que retroalimentar significa otorgar una carita feliz, un comentario que diga: “muy bien”, “excelente” o el clásico “esfuérzate más”. Sin embargo, retroalimentar supone que el docente sabe en qué etapa del desarrollo de la habilidad se encuentra el estudiante y hacia dónde desea que llegue, para que, en cada trabajo, corrija el error y modele lo que se espera. 

Si el estudiante y sus padres solamente reciben la calificación, la carita feliz, el comentario de “muy bien”, estamos cayendo en el ilusionismo de nuevo. Uno en el que creemos que el estudiante está aprendiendo solamente porque está siendo responsable y aplicado.

Tercero: Estamos castigando con pruebas

Algunos educadores han optado por hacer evaluaciones “objetivas” para certificar y evaluar aprendizajes. Sin embargo, esta práctica también ha creado varios ilusionismos. Las pruebas objetivas son una muestra de todas las posibles tareas que un estudiante podría haber hecho para demostrar que tiene la habilidad. El diseño de las pruebas objetivas no es tarea fácil y, de no hacerse bien, puede crear una conclusión distorsionada de la habilidad del niño, además de crear algunas conductas perversas en torno a “ganar” las pruebas. A veces, las pruebas objetivas son tan difíciles que no es posible ver qué sabe el estudiante. Asimismo, las pruebas pueden ser tan fáciles que tampoco es posible ver qué sabe el estudiante. En unas ocasiones, las pruebas solo se enfocan en el conocimiento de alguna disciplina, mientras que en otras el niño hace algo en la prueba, pero es evaluado sobre ese “algo” con criterios ambiguos. Además, cuando la prueba se usa para certificar que el estudiante aprendió, provoca cualquier forma creativa de hacer trampa porque las consecuencias de “perder” pueden ser devastadoras. Entonces, no tener buenas pruebas y usar los resultados para castigar no hacen más que crear ilusionismos sobre cuánto puede hacer el estudiante. Lo que menos es la prueba y, por consiguiente, su interpretación es ser objetiva.

Cuarto: Implementamos intervenciones de buena fe, no basándonos en aquellas que realmente funcionan

Muchos docentes entusiastas buscan metodologías innovadoras con el afán de que sus estudiantes mejoren. Cuando la pandemia llegó, dichas innovaciones se enfocaron en el uso de tecnología. Sin embargo, muchas de estas innovaciones podrían ser un simple ilusionismo. No hay métodos de enseñanza mágicos ni tampoco hay software que sustituya la interacción entre un mentor y un estudiante. La neurociencia sigue siendo el fundamento más importante de cómo aprenden las personas y no la tecnología. 

Seré más específica. Primero, la educación debe enfocarse en habilidades y no en contenidos específicos. Luego, los educadores debemos aprender cómo se aprende la habilidad desde la neurociencia, no desde las disciplinas. Seguido, debemos tener claro hasta dónde queremos llegar en el grado en cuestión. Luego, todos los días en el camino para llegar a esa meta, los docentes o padres debemos: capturar atención de los estudiantes, involucrarlos en la tarea de aprender algo nuevo, evaluar, retroalimentar y consolidar la destreza en cuestión. Si el método o el software “mágico” que encontremos se fundamenta en las cuestiones anteriores, o bien ayuda a que implementemos lo anterior, vamos por buen camino; en cambio, si el método mágico simplemente es una moda, un producto comercial, una sospechosa solución que acelera un aprendizaje y no ayuda a consolidar aprendizajes, no vamos por buen camino.

En conclusión, si el problema de falta de aprendizaje viene desde querer mejorar lo que no se tenía que mejorar, evaluar aquello que no tenía nada que ver con ser más competentes y, además, querer sustituir al docente con una pantalla o un software, es como creernos los trucos de los magos. Dicho de otra forma, nos estamos creyendo cuentos y comprándolos por educación (presencial, híbrida, a distancia, etc.).  Recordemos que aprender es el objetivo principal de la educación. Todo lo demás, el software, las computadoras, las plataformas virtuales, las horas frente a la pantalla o presenciales solo son herramientas para lograr aprender, pero no el fin último. Finalmente si seguimos creyéndonos el truco de magia, las nuevas generaciones continuarán sin aprender.