Víctor Frankenstein fue un científico que creó una criatura espeluznante. La «Criatura» fue producto de un experimento que el científico creyó exitoso cuando cobró vida durante una tormenta eléctrica, pero que luego se le salió de las manos porque comenzó a asesinar humanos. Frankenstein terminó muerto al perseguir a su propia criatura por el Ártico. Luego de la muerte de su creador, la criatura se perdió en el océano en una balsa de hielo.
Cuando leo el reglamento de evaluación de nuestro país, solo puedo pensar en la «criatura» que hicimos producto de un experimento donde se combinaron los peores monstruos y al que, orgullosamente, dimos vida en el 2010. Pero, igual que a Víctor Frankenstein, sospecho que se nos está saliendo de las manos.
De acuerdo con el reglamento (nuestra Criatura), la evaluación de aprendizajes se define como el logro de las competencias esperadas para el grado. En Guatemala, el currículo nacional contiene indicadores de logro para cada competencia, por lo que este documento constituye la referencia del logro esperado para todos los grados.
A pesar de tener claro el referente de logro, la verdad es que el reglamento de evaluación no regulariza cómo visibilizar el aprendizaje de los estudiantes de forma confiable y válida. Más bien, regulariza el poder de los monstruos de la evaluación que he mencionado en los otros artículos: el Cero, la Bruja Escala y el Vampiro Promedio. Peor aún, solo nos obliga a tomar decisiones sobre los estudiantes sin tener la evidencia de lo que realmente importa: logro de competencias.
En primer lugar, el reglamento de evaluación está basado en la Bruja Escala de 0 a 100 puntos. Con esta, los docentes están obligados a calificar todos los productos de sus estudiantes con una nota entre 0 y 100, diluyendo el desempeño en demasiados números. En segundo lugar, bajo esta escala, el reglamento establece que la puntuación mínima para aprobar con una nota mínima de 60 puntos lo que sea que se use como instrumento de evaluación. De manera que, tal como vimos cuando discutimos este monstruo, dos tercios de la escala se inclinan al fracaso del estudiante solamente por la escala que el reglamento usa. En tercer lugar, el reglamento establece que los estudiantes que no aprueben con dicha nota las materias de matemática y lenguajes o bien que el Promedio de todas sus materias no supere los 60 puntos deben repetir el grado una y otra vez por una eternidad… porque todo lo anterior es posible solo si los estudiantes cumplen con 80% de asistencia, que ―para el caso de los alumnos que trabajan en campo o que tienen alguna otra barrera para asistir a la escuela― no podrán cumplir y, por tanto, acumularán Ceros en el cuadro de notas del docente.
Lo único acertado que el reglamento de evaluación contiene es eximir a los pequeños de Preprimaria de las maldades de estos tres monstruos, aunque algunos establecimientos privados que ofrecen «calidad» educativa ya han sido copados por la Bruja, el Vampiro y el Cero.
El reglamento al que rendimos pleitesía es poderoso como la criatura que creó Frankenstein. Bajo las reglas que allí se establecen, los niños repiten una y otra vez los grados, desertan, ganan becas, ingresan a la universidad, entre otros usos de las «calificaciones» que pueden cambiar el curso de la vida de un estudiante.
El gran vacío en todo esto es responder a la pregunta: ¿Qué han aprendido los estudiantes? En los múltiples años en los que trabajé evaluando en las escuelas, encontré varios escenarios:
- Niños que tenían altas calificaciones, pero no habían logrado las competencias del grado.
- Niños que habían logrado las competencias del grado, pero tenían bajas calificaciones.
La realidad de lo anterior es que medir competencias no se parece a la forma como se califica en las escuelas. Las calificaciones se producen sobre elementos que no tienen nada que ver con lograr competencias, como entregar o no las tareas, trabajar limpio y ordenado, hacer el trabajo más creativo y demostrar esfuerzo, entre otros. Rara vez se observa en las escuelas que el logro de la competencia se evalúe a través de una evidencia de desempeño directamente relacionada con dicha competencia; por ejemplo, si la competencia es escribir un párrafo, pocas veces he observado que un docente no otorgue o quite puntos por la linda letra en el párrafo, difuminando la calificación.
Todo lo que quiero decir es que muy probablemente los puntos que damos o quitamos a los estudiantes no han tenido nada que ver con el logro de aprendizajes, sino que han sido un artefacto que hemos creado de la misma forma en que Frankenstein creó a su criatura.
No digo que haya estudiantes que no logren las competencias, mi argumento es que, con el sistema actual de evaluación y calificación, realmente no sabemos qué han logrado. Sin embargo, afirmamos con convicción, pero sin evidencia, que un niño merece perder un curso, repetir el año o que no pudo aprender pese a nuestro arduo esfuerzo de enseñarle.