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Aprendiendo sobre evaluación

Los programas de los cursos universitarios

Desde que comencé a estudiar modelos de crecimiento, he estado investigando sobre cómo los estudiantes aprenden y crecen en sus habilidades, sobre cómo los maestros los ayudan a alcanzar su máximo potencial y, finalmente, sobre cómo confirmamos que llegan a ser competentes.

Más allá de mi placer por implementar y comprender la estadística detrás de los modelos de crecimiento, he aprendido los efectos que las decisiones de los docentes tienen sobre el crecimiento reflejado en los modelos estadísticos. Por ejemplo, los profesores suelen enfocarse en el contenido de sus cursos y, a menudo, pierden el alcance de hasta dónde quieren llevar el aprendizaje de los estudiantes. En ese sentido, mi hipótesis es que perder de vista las competencias y la forma como se llega a ser competente en cada área resulta en poco crecimiento o poco aprendizaje.

Permítanme explicarme. Cuando trabajaba con profesores universitarios, les hacía una pregunta al comienzo de cada semestre. La pregunta era: ¿en qué quieres que tus estudiantes sean competentes al final del semestre en tu curso? Sorprendentemente, solo algunos tenían una respuesta clara a la pregunta. La mayoría de los profesores tenían una vaga idea de lo que querían lograr. Respondían con sus aspiraciones como: «Quiero que mis alumnos sean buenos profesionales» o «Quiero que participen en una clase o se sientan cómodos en clase». Otras respuestas estaban relacionadas con completar el contenido del curso; por ejemplo, «quiero que aprendan la historia de las teorías del psicoanálisis». Era difícil para ellos pensar en las competencias o incluso en las tareas que les gustaría que sus estudiantes realizaran al final del semestre.

Como autoridad de la facultad en ese momento, comencé a preocuparme por las prácticas de evaluación de cada curso. Sabía que los profesores diseñarían sus evaluaciones en función de sus expectativas del curso, por lo que, si estas no estaban claras, estaríamos certificando algo completamente diferente de las competencias que la facultad ofrecía a los estudiantes cuando se inscribían por primera vez. Este no es un problema exclusivo de las universidades. Mi colega Mario Moreno acaba de escribir un post sobre este problema de las escuelas públicas en Guatemala.

He estado tratando de ayudar a los profesores a organizar sus programas de estudio para que puedan comunicar mejor el camino hacia alguna competencia de su profesión a partir de la contribución de su curso. En este esfuerzo, he basado mis sugerencias en el libro de Stanislas Dehaene ¿Cómo aprendemos? y en La paradoja del desempeño de Eduardo Briceño.

En los siguientes pasos, comparto mi sugerencia para planificar un curso universitario para que organice las oportunidades hacia lograr una competencia profesional. Ampliaré cada paso en futuras publicaciones.

Paso 1: Convencernos de que todo el mundo puede aprender

Nosotros los educadores debemos convencernos de que todos los estudiantes pueden aprender. Esto no tiene nada que ver con lo que son los estudiantes o el origen del que provienen. Aunque está relacionado con la equidad y la educación inclusiva, basé esta afirmación, no en argumentos de educación inclusiva, sino en los libros de Dehaene, Briceño y Oakley et al., quienes han estudiado el aprendizaje y el crecimiento a través de la neurociencia (Dehaene y Oakley) y la teoría de la mentalidad de crecimiento (Briceño). Aprender significa ajustar los modelos mentales a medida que reflexionamos sobre nuestras experiencias con el mundo exterior; por lo tanto, debemos convencernos de que los estudiantes aprenderán y crecerán con oportunidades adecuadas. Debemos evitar centrarnos en la inteligencia o los antecedentes de nuestros estudiantes al ensenar y centrarnos en el rendimiento y el aprendizaje que pueden lograr.

Paso 2: Pensemos en la gran meta del curso; elijamos un verbo grande

Al comenzar la organización o planificación de un curso universitario, primero debemos pensar en la meta de aprendizaje que esperamos que nuestros estudiantes logren al final del curso. Esta meta debe representar una competencia que el estudiante no tenía o que tiene en un nivel mínimo antes de tomar el curso. Para escribir una meta tan grande, debemos pensar en verbos cuyo significado abarque varias habilidades y cuyo desarrollo requiera al menos un curso para lograrlo; por ejemplo, al final del curso, los estudiantes «escribirán ensayos sobre la coyuntura política de Guatemala» o «escribirán noticias sobre eventos políticos». El verbo escribir requiere que el estudiante domine varias habilidades, como la organización de ideas y la investigación de hechos políticos. Pensar en esta meta es crucial. A menudo, los educadores tienen que elegir la competencia que quieren alcanzar en su curso, pero terminan eligiendo verbos que no toman todo el curso para lograrse; por ejemplo, el verbo reconocer o identificar tal o cual contenido. Tomarse el tiempo de pensar y decidir la gran meta es el paso que hará toda la diferencia al organizar un programa de curso que muestre el logro de una competencia profesional.

Paso 3: Desempaquetemos el verbo en verbos también

El verbo que elegimos para la gran meta implica que la persona ha dominado otras habilidades que, al integrarse, permiten a la persona desempeñarse en el verbo que elegimos para la gran meta; por ejemplo, para «crear un pastel de cumpleaños», los reposteros deben dominar habilidades relacionadas con esa gran meta, como hornear el pastel, medir los ingredientes y preparar fondant, entre otros. Algunos conocimientos se asocian con el logro de esas habilidades; por ejemplo, para hornear el pastel, los panaderos deben conocer sobre temperatura y los diferentes tipos de estufas. A menudo, recomiendo a los profesores universitarios que piensen hacia atrás para organizar los verbos que quieren enseñar y observar en sus alumnos. Observen este ejemplo:

El conocimiento —> las habilidades ——> la gran meta

Temperatura —-> hornear un pastel ——> crear un pastel de cumpleaños

Con demasiada frecuencia, los profesores diseñan sus planes de estudio centrándose únicamente en el conocimiento sin vincularlo a las habilidades y competencias específicas que los estudiantes deben alcanzar en la profesión. Esta práctica les imposibilita de ver la gran meta a la que quieren llegar.

Paso 4: Enseñemos habilidades y organicemos prácticas deliberadas

Una vez que hemos desenredado la gran meta en las habilidades y los conocimientos para alcanzarla, podemos organizar oportunidades para aprender esas habilidades y conocimientos. Las oportunidades para aprender habilidades suelen ser prácticas y están estrechamente alineadas con las tareas en trabajos reales. Las oportunidades para adquirir conocimientos deben garantizar que el estudiante los asimile con prontitud para que los aplique al practicar las habilidades por desarrollar en el curso. Por otro lado, la organización del curso debe mostrar que los estudiantes pueden observar al experto o profesor modelar las habilidades y no solo exponerlas. Por último, la organización debe permitir que el alumno practique las habilidades por desarrollar más de una vez.

Paso 5: Organicemos las tareas y equilibremos la calificación y la retroalimentación

Organizar las oportunidades de aprendizaje facilitará la organización de las calificaciones de los cursos. De esta manera, el programa puede mostrar la práctica de cada habilidad o la calificación del examen. Los programas de estudio deben mostrar un equilibrio entre la calificación y la retroalimentación del profesor. Se recomienda que, cuando el estudiante recién comienza a aprender algo, reciba mucha retroalimentación del experto hasta que domine las habilidades y esté listo para demostrar competencia sin ayuda del experto. Esta organización también establecerá un clima de aprendizaje en el que los estudiantes puedan aprender reflexionando sobre los errores que cometen mientras practican una habilidad.

Paso 6: Evaluemos la gran meta

La evaluación final de un curso debe centrarse en la gran meta del curso. Por esta razón, en la mayoría de las universidades, se espera que la evaluación final sea aproximadamente un tercio de la calificación total del curso para que el estudiante pueda demostrar competencia en la gran meta y el profesor pueda certificar el nivel de competencia del estudiante en dicho objetivo.

De esta manera, la evaluación final debe diseñarse para que el estudiante pueda demostrar competencia en la gran meta del curso sin ayuda del experto; por ejemplo, si la gran meta es «crear un pastel de cumpleaños», la evaluación más pertinente es que el estudiante cree un pastel de cumpleaños al finalizar el curso. Consecuentemente, los aspectos por evaluar en su creación constituyen las habilidades y conocimientos que ha aprendido a lo largo del curso relacionados con creación de pasteles, como hornear, mezclar, medir, decorar, etc.

Finalmente, este modelo de planificación permite comunicar de forma transparente lo que el estudiante será capaz de hacer al finalizar su formación profesional. Por otro lado, esta forma de organizar los programas del curso permite a los estudiantes crear portafolios profesionales donde visibilicen las competencias que han adquirido y que pueden ofrecer a empleadores.

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Aprendiendo sobre evaluación

Cuando la evaluación cae en lo absurdo

Mi mamá me cuenta que ella quería que yo estudiara en un colegio liderado por monjas que ella consideraba de prestigio. Así que cuando yo tenía 5 años, me llevó a hacer el examen de admisión de aquel colegio. Cuando recibió la llamada sobre los resultados del examen de admisión, la monja a cargo le indicó a mi mamá que yo no tenía lo que se necesitaba para estudiar en aquel colegio y que predecía que yo no sería exitosa. Mi mami, desilusionada y temerosa del resultado, me llevó a otro colegio, por cierto, también católico tradicional, sin decirme lo que la monja había pensado de mí. Contrario a la primera llamada, mi mamá recibió una donde la felicitaban por mis resultados y le informaban que yo había sido admitida a la segunda institución. El resto es historia. Sin embargo, treinta y siete años más tarde, mi mamá aún recuerda con mal sabor de boca aquella primera llamada que «predecía» mí fracaso.

Ahora yo soy madre de tres hermosos hijos. Cuando mi hija aprendía a leer, yo percibía que era muy difícil para ella. En repetidas ocasiones fui advertida de que posiblemente mi hija tenía un problema de aprendizaje. Durante el proceso de encontrar un especialista que la atendiera, Sarita me dijo: «mami, no veo el pizarrón ni mi libro». Mi esposo decidió llevarla al oftalmólogo. Como habrán adivinado, después de comprar los lentes adecuados, los problemas de aprendizaje de mi hermosa hija desparecieron.

¿Por qué suceden estos absurdos en los diagnósticos de los niños? En esta entrada, trataré de darles una respuesta y una advertencia. 

Cuando los docentes estudiamos el magisterio o cuando atendemos capacitaciones de profesionalización, se nos instruye sobre la importancia de la evaluación en el proceso enseñanza aprendizaje. Escuchamos frases como: «la evaluación debe estar presente durante todo el proceso», «la evaluación debe ser objetiva», «el maestro debe estar evaluando todo el tiempo» y “los exámenes formales son evaluaciones objetivas». También se nos instruye sobre tipos de evaluación. Así, aprendemos que la evaluación formativa es aquella que permite mejorar la instrucción para darle al estudiante una oportunidad diferente de aprender y que utilizamos la evaluación sumativa para calificar y certificar aprendizajes y promover de grado. Finalmente, los docentes conocemos un menú de herramientas de evaluación que ocupamos conforme nos sean útiles. 

A pesar de reconocer la importancia de la evaluación y de usar herramientas de evaluación para mejorar aprendizajes y certificarlos, pocas veces se nos advierte a los docentes sobre las implicaciones de una mala o buena evaluación, sin importar su tipo. Los docentes tendemos a asumir que nuestras evaluaciones son buenas y que nuestras interpretaciones sobre una persona basados en nuestra evaluación son inequívocas. A su vez, los padres de familia y alumnos pocas veces cuestionan la calidad de las evaluaciones sobre las cuales se toman decisiones sobre sus hijos.  Incluso, algunos creen que mientras más difícil un examen mayor calidad educativa. Entonces, en este país observamos y aceptamos altos índices de repitencia en los grados iniciales de la primaria y altos niveles de deserción de jóvenes que terminan fuera de la escuela producto no solo de falta de oportunidades de aprender, pero también de malas prácticas de evaluación en el aula y en la escuela. 

Las implicaciones negativas de malas prácticas de evaluación en el aula como la repitencia y la deserción son muy tangibles en nuestra sociedad, así como los dos ejemplos que les conté al inicio. Sin embargo, es necesario advertir que hay implicaciones de malas prácticas de evaluación menos tangibles, pero igual de dañinas; por ejemplo, cuando la evaluación se vuelve solamente un requisito para otorgar una calificación o un grado, los estudiantes avanzan en los grados sin haber aprendido mucho. 

Aquí algunas cuestiones básicas sobre evaluación para no caer en lo absurdo. 

  1. La evaluación no es útil a menos que los datos que se obtengan de cada instrumento representen lo que deseábamos evaluar: ¿Cómo se interpretan los resultados de esta evaluación?

La evaluación depende de datos que REPRESENTAN lo que el alumno sabe o puede hacer. Es que los datos de evaluación representan capacidades, aprendizajes, competencias, etc. A veces la representación es un número, como es el caso de las calificaciones; otras veces, es una clasificación o una letra, entre otras representaciones cualitativas. Convertir una capacidad o una habilidad en un número no es tarea fácil. La dificultad radica en volver observable lo que no siempre se puede observar, incluso cuando hay un producto que calificar; por ejemplo, la maquetas sobre distintos temas son populares como proyectos finales de unidad. ¿Qué representa que un niño haya obtenido un 60 o un 80 o un 100 en la maqueta del sistema solar que elaboró?, ¿representará el conocimiento que tiene sobre el tema?, ¿representará una síntesis de una investigación?, ¿representará la capacidad artística para elaborar una maqueta? Muy fácilmente los docentes caemos en otorgar calificaciones que no representan lo que el alumno realmente ha aprendido, lo que nos lleva no solo a cometer enormes errores de medición, sino también a invisibilizar la capacidad del estudiante, porque la tarea con la que se evalúa no corresponde con lo que queríamos, si es que lo teníamos claro. De esta forma, a pesar de que la maqueta fue una tarea muy lúdica y creativa y que el alumno se haya esforzado mucho, frecuentemente no contamos con la información correcta para representar la capacidad o habilidad del estudiante. 

  • La evaluación parte de un objetivo por lograr y una tarea que lo represente: ¿Entiendo lo que mis estudiantes deben saber o poder hacer? ¿Qué tenían que hacer para llegar a este punto?

Las evaluaciones deben surgir de un objetivo específico que se desea lograr y que es producto de oportunidades de aprendizaje. Estos objetivos pueden ser competencias, habilidades y actitudes; por ejemplo, una competencia de cuarto primaria es que el estudiante logre aplicar las reglas de orden de operaciones en diferentes problemas. La tarea con la cual el docente observará que el estudiante haya logrado esta competencia será resolver operaciones donde apliquen el orden de operaciones. Sin embargo, cuando la competencia que se desea lograr no es clara o cuando nos enfocamos en la tarea en lugar de la competencia, será más difícil determinar qué es lo que evaluaremos. Por ejemplo, si me enfoco en la tarea «elaborar una maqueta», hay varias capacidades asociadas a esa tarea que puedo evaluar. Una capacidad puede ser representar artísticamente un concepto y otra representar el conocimiento del concepto, entre otras. ¿Cuál evalúo? En cambio, si yo tengo claro que la competencia es distinguir entre el movimiento de rotación y traslación de los planetas, la evaluación de la maqueta es más válida.

  • Las tareas representan diferentes niveles cognitivos: ¿Cuándo tienen que poder hacer esto que voy a evaluar?

Las tareas que un estudiante puede hacer para representar su habilidad o competencia tienen distintos niveles; por ejemplo, leer como competencia puede ir desde leer funcionalmente un rótulo a leer una obra literaria. A su vez, la competencia de escribir puede ir desde escribir el nombre propio hasta escribir una novela. Tener en mente distintos niveles cognitivos es importante cuando diseñamos evaluaciones y para tomar una decisión sobre el estudiante. En este sentido, que el estudiante apruebe todos los exámenes con cien puntos, no será suficiente para afirmar que el estudiante logró la competencia, a menos que podamos defender que dichos exámenes miden la competencia en un nivel cognitivo esperado.

  • La evaluación no tiene que ser un acto punitivo, sino uno útil para todos los actores educativos: ¿Conozco y comuniqué la consecuencia de la evaluación?

La evaluación no debe ser un acto punitivo; por el contrario, la evaluación es un recurso para mejorar y certificar el logro de algo. En ese sentido, el estudiante debe estar consciente de que la evaluación es la oportunidad para demostrar lo que ha aprendido e identificar aquello que aún no. Cuando las evaluaciones no se diseñan bajo ese enfoque, los estudiantes toman los exámenes como castigos y rara vez identifican lo que deben mejorar. A pesar de que cierto nivel de estrés interactúa con el sistema hormonal de las personas previo a un examen y esto puede provocar el uso óptimo de la memoria de trabajo, también un nivel de estrés nocivo puede provocar que el estudiante no sea productivo para elaborar una evaluación (Oakley, Rogowsky, & Sejnowski, 2021). De manera que tener la claridad de las expectativas y consecuencias de la evaluación, así como asociarla con las oportunidades para aprender lo que se evaluará, permitirán obtener datos óptimos de la evaluación.

  • La evaluación tendrá error de medición: ¿Es suficiente esta evaluación para que mis estudiantes demuestren lo que saben hacer?

Es importante reconocer que la evaluación tendrá un error de medición. A pesar de que nuestra evaluación sea de alta calidad, factores que no podemos controlar afectarán que el estudiante pueda demostrar lo que sabe. Los errores de medición están relacionados con muchas cosas, pero principalmente con el número de oportunidades que tiene un estudiante para demostrar lo que sabe o puede hacer. De esa forma, mientras más oportunidades le demos al estudiante de demostrar lo que sabe, mejor será nuestra medición de su capacidad, habilidad o competencia. De esta cuenta, las evaluaciones cortas y frecuentes son una buena práctica para lograr capturar la capacidad de un estudiante. 

  • Evaluar es un proceso sistemático: ¿Es este el momento idóneo para evaluar?

Es importante tener en cuenta que las evaluaciones cumplen los propósitos que hemos recitado desde que nos graduamos del magisterio. El arte está en encontrar el momento idóneo en que el estudiante esté listo para demostrar por sí mismo que ha aprendido algo.  A veces deseamos evaluar al final de una unidad, otras al inicio. A veces deseamos evaluar después de un feriado prolongado, otras al terminar de practicar una habilidad específica. A veces queremos que los estudiantes evalúen su propio aprendizaje, otras veces propiciamos evaluación de pares.  Dicho de otra forma, La evaluación es un proceso sistemático que está integrado con la enseñanza. No es arbitrario.

Esta entrada es una invitación para los docentes se cuestionen las prácticas de evaluación que implementan. Antes de evaluar a sus estudiantes pregúntense: ¿Cómo van a interpretar los resultados de una evaluación? ¿Comprenden lo que sus estudiantes deben saber o poder hacer? ¿Cuándo tienen que poder hacer aquello que van a evaluar? ¿Conocen y comunican la consecuencia de la evaluación a sus estudiantes y sus padres? ¿Es suficiente una evaluación para que sus estudiantes demuestren lo que saben hacer? ¿Es este el momento idóneo para evaluar? Si tenemos claridad en las respuestas de estas preguntas, muy probablemente estemos evaluando responsablemente y no caeremos en los absurdos que describí al inicio.

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Resoluciones de año nuevo y la evaluación de competencias

Pronto inicia el año escolar en Guatemala. En este nuevo ciclo, las educadoras y los educadores del país tenemos una nueva oportunidad para lograr ciudadanos competentes en tantas áreas, de las cuales en algunas nos hemos quedado rezagados como consecuencia de la pandemia.

Una competencia abarca habilidades, capacidades y conocimientos que un estudiante debe cumplir con eficiencia para desempeñarse en un campo; por ejemplo, una persona puede ser hábil para cocinar, pero no ser un chef o cocinero competente.   Un niño de primaria puede tener habilidad para recitar e incluso copiar el abecedario con letra legible y, sin embargo, no ser un lector o escritor competente. Cuando una persona logra la competencia, se desempeña bajo unos estándares mínimos que la certifican como competente en una profesión, una especialidad o un área básica, como sucede en la primaria.  

Este inicio del primer año presencial después de la pandemia es la mejor oportunidad para determinar qué competencias deseamos recuperar o bien lograr en los estudiantes de todos los niveles y grados.  Cualquiera que sea la expectativa, es preciso asegurarnos de que, primero, comprendamos qué significa una competencia; segundo, de que plasmemos en papel la o las competencias que deseamos lograr de forma tan clara que cualquier persona involucrada, ya sea estudiante, padre de familia, director o supervisor, pueda comprender qué desempeño se espera del estudiante; tercero, y sobre todo, de que podamos recolectar evidencia adecuada para afirmar que una persona es competente después de haber otorgado las oportunidades de aprendizaje adecuadas.

La redacción de una competencia puede darse de diferentes formas. Yo son afín a la redacción que tiene tres elementos: 1) un verbo, 2) un sustantivo y 3) un estándar mínimo.  Empezaremos con un ejemplo concreto.   Un niño de tercero primaria debe leer un texto acorde para el grado de forma fluida. En esta competencia, el verbo, leer, indica qué debe hacer la persona.  Luego, el sustantivo, texto acorde para el grado, indica en qué se aplica la acción del verbo, en este caso leer. En gran medida, el sustantivo implica determinar la complejidad cognitiva que posee el objeto al cual se aplicará la acción; por ejemplo, los textos pueden ser complejos por tres elementos: 1) su longitud, 2) su complejidad sintáctica y 3) el vocabulario.  Cuando pensamos en esta competencia para tercero primaria, elegimos textos con una longitud, una complejidad sintáctica y un vocabulario específicos; si se tratara de un texto para primer año de universidad, elegiríamos un texto con longitud, complejidad sintáctica y vocabulario diferentes a las de tercero primaria.  Finalmente, al redactar una competencia, también elegimos el estándar mínimo de logro, es decir que al leer un texto de tercero primaria debemos pensar en una medida que indique la fluidez mínima aceptable para el grado, lo que también haríamos al asignar una noticia para un estudiante de primer año de la universidad.

Esta propuesta de redacción de una competencia es ventajosa porque permite elegir las tareas y evaluaciones para evidenciar que una persona la ha logrado o está en camino de lograrla. En ese sentido, para evaluar que un estudiante de tercero primaria lee con fluidez bastará con solicitarle que lea un texto con la complejidad que hayamos determinado y medir el número de palabras por minuto.  

Aprovechando que estamos iniciando el año nuevo, sugiero que nuestras resoluciones de año nuevo se redacten de forma similar. Por ejemplo, bajar 15 libras a través de ejercicio en lugar de metas más ambiguas como adelgazar o hacer ejercicio. Aquí hay otros ejemplos con la misma estructura de redacción de competencias:

Tabla 1: Ejemplos de competencias y evaluaciones

CompetenciaEvaluación
Plantear un diseño metodológico pertinente con la pregunta de investigación Diseño metodológico
Redactar una noticia con base en fuentes verificables  Noticia 
Elaborar un reporte sobre una entrevista psicológica Reporte de entrevista 

Para lograr una competencia, el estudiante deberá tener oportunidades de desarrollarla.  Este proceso puede ser producto de uno o varios cursos.  Dicho de otra forma, es difícil observar el logro de una competencia en la primera clase o en la segunda. Es más, algunas competencias tomarán años en lograrse. 

Los docentes organizan un conjunto de situaciones pedagógicas para lograr que sus estudiantes logren una competencia.  Algunas de estas situaciones pueden ser: entregar instrucciones explícitas sobre un tema, elegir ejercicios de práctica, propiciar trabajos cooperativos, entre otros.  Sin duda esa organización de actividades será más eficiente cuando se parta de una definición clara de la competencia y de la evaluación o expectativa de logro de la misma.  

Por ese motivo, en el programa de un curso o en la planificación anual, el docente debe evidenciar el proceso que una persona debe cursar para llegar a ser competente. Asimismo, en su planificación el docente evidencia este proceso a través de la ponderación de cada situación pedagógica que diseña, así como de la retroalimentación que otorga al estudiante sobre su desempeño.   

Hablemos de ponderación y retroalimentación con este ejemplo.  Para que una persona logre escribir una noticia, deberá primero leer y recibir instrucción de un experto sobre cómo se escriben las noticias. El experto en un contexto educativo con frecuencia es el profesor o instructor. Luego observará a dicho experto escribir noticias.  El docente otorgará varias asignaciones para que el estudiante practique cómo se escriben las noticias y otorgará retroalimentación al estudiante sobre cada intento.  Finalmente, el estudiante escribirá una noticia con la que demuestre a su profesor o a su empleador que logró la competencia de redactar noticias.

En este proceso de desarrollo de una competencia, la evaluación y la calificación de las tareas del curso deben ser congruentes con el ciclo en el que se inicia siendo inexperto, luego se avanza en las habilidades y capacidades, hasta llegar a ser competente.   Así, cuando el estudiante se inicie en la redacción de noticias, el profesor ponderará las tareas con un punteo modesto.  Conforme el estudiante practique, el docente aumentará el punteo para mostrar la expectativa de mejoría. Finalmente, el docente otorgará la mayor puntuación a la noticia con la que el estudiante demostrará que logró la competencia.  La Tabla 2 muestra un ejemplo de esta distribución del punteo hacia el proceso de lograr una competencia.

Tabla 2. Ejemplo de asignaciones de curso y su punteo

Asignaciones del cursoPunteo
Participación en clase sobre explicación para elaborar una noticia5
Práctica 1. Elaborar noticia 10
Práctica 2. Elaborar noticia20
Práctica 3. Elaborar noticia 25
Proyecto final40

Como se puede observar, no se otorga la misma puntuación a todas las tareas, sino que se otorga el mayor puntaje a aquella con la cual se demostrará el logro de las competencias.  Esto tiene como ventaja que pueda otorgarse retroalimentación al estudiante durante sus prácticas para que pueda mejorar durante el curso.

Como habrán intuido, el elemento clave de este proceso es la retroalimentación.  En aquellas situaciones pedagógicas en las que el docente otorgue baja puntuación otorgará, a su vez, mayor retroalimentación.  Esto dará el mensaje al estudiante de que aún no es competente y que necesita seguir practicando.  Además, la retroalimentación debe ser congruente con el estándar mínimo claramente definido en la competencia. Por otro lado, la situación pedagógica (proyecto o examen final) que tiene la mayor ponderación será la oportunidad para el estudiante de demostrar que logró la competencia.  Esto no significa que el docente no otorgue retroalimentación, pero esta será una evidencia de que, después de un proceso donde hubo suficientes oportunidades para aprender, el estudiante aún puede mejorar su desempeño hasta llegar a ser experto.

Espero con este texto aportar a su planificación de este nuevo año escolar. Espero que las educadoras y los educadores del país podamos definir competencias claras que deseemos que nuestros estudiantes logren al finalizar el ciclo.  También es mi deseo que la evaluación les sirva como herramienta para evidenciar que, efectivamente, sus estudiantes serán competentes en áreas nuevas. Finalmente, deseo que superemos los rezagos que nos dejó la pandemia. Sin embargo, lo anterior no sucederá hasta que aclaremos, escribamos y comuniquemos qué queremos lograr este 2023.