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El arte de mejorar la calidad educativa

Había una vez dos colegas: John y Benjamín

A través de la historia, la humanidad ha buscado diferentes y creativas formas de que la enseñanza sea más efectiva para lograr aprendizajes. Por eso mismo, el esfuerzo por encontrar eficiencia se ha sustentado en investigaciones educativas que, quienes nos dedicamos a investigar, sabemos que suelen idearse en conversaciones entre colegas.

Antes de la década de 1960, se creía que solo una parte de la población podía aprender una determinada materia; esa fue una de las primeras definiciones de aptitud. Así, se clasificaba a los alumnos que eran buenos en A, B y C. Sin embargo, en 1963, John B Carroll, en su artículo «Un modelo para el aprendizaje escolar», cuestionó esta idea y empezó a plantear la noción de que la aptitud es, en realidad, una tasa de aprendizaje, donde el tiempo empleado en aprender algo y el tiempo necesario para aprenderlo fungían un papel determinante. Carroll también creía que el tiempo para aprender estaba condicionado por la perseverancia del alumno, las oportunidades de aprendizaje, la calidad de la enseñanza, la velocidad con la que se aprendía algo y la capacidad de seguir instrucciones. Esta obra trascendental introdujo la sencilla idea de que todos podemos aprender cualquier cosa con las condiciones correctas.

Carroll fue colega y compañero de estudios del reconocido Benjamín Bloom.  Influenciado por Carroll, Bloom reconocía que, con suficiente tiempo y la instrucción adecuada, todos los estudiantes podían aprender, pero también introdujo la idea de que los docentes tienen mucho más poder de lograr aprendizajes y éxito en los ambientes escolares del que reconocen (Guskey, 2022, 15). 

Por supuesto, estas ideas parecen obvias en la actualidad. Sin embargo, Bloom se dio cuenta de que al optar por enseñar a grupos grandes de forma tradicional; es decir, presentando a todo el grupo los conceptos o habilidades que se espera que aprendan y pidiéndoles que pongan en práctica lo que el profesor ha enseñado a través de la misma tarea y en las mismas condiciones de tiempo provoca una gran variabilidad en los resultados de aprendizaje, especialmente cuando las unidades de aprendizaje son secuenciales, como suele ocurrir con las habilidades esenciales o las competencias laborales. Bloom comprendió que los resultados de aprendizaje de la evaluación eran predecibles si no se variaba la enseñanza y que probablemente solo un 20% de los alumnos lograría el objetivo al final del año escolar porque los que no comprendieran la primera unidad se quedarían atrás a lo largo del año. Esto fue en la década de 1970 (Guskey, 2022, 17).  Así, no es sorpresa que en el último reporte de la evaluación de graduandos de Guatemala, se muestre que 12% de los estudiantes graduandos de secundaria logren el estándar nacional de matemática y 32% el de lectura (DIGEDUCA, 2024).

A lo largo de los años, no solo he confirmado en gran medida el aporte de Bloom, sino que he aprendido que las intervenciones educativas eficientes invierten recursos y tiempo en modificar «algo» que mueva los resultados de manera positiva. Ese «algo», por lo regular, se refiere a una de las variables que Carroll estudió en los años 60: tiempo, oportunidades e instrucción. Además, he aprendido que sin un instrumento de evaluación que nos permita hacer visibles los aprendizajes es imposible ver si se movieron los resultados que queríamos. Es más, comencé este blog durante la pandemia porque sentí una tremenda necesidad de contarles a mis colegas y lectores cómo algunas prácticas educativas que estamos acostumbrados a llevar a cabo, en realidad, solo perpetúan las inequidades educativas.

En ese sentido, escribir sobre la eficiencia educativa desde el punto de vista de la medición y la varianza ha sido para mí un enfoque profesional y una línea de investigación. Sin embargo, dedicarme a buscar formas de que todos los estudiantes de una institución, un país o un nivel educativo aprendan ha sido una decisión de vida. Es más, lo que Carroll y Bloom revolucionaron en los años setenta es lo que debe mover a los educadores. La convicción de que todos los niños pueden y deben aprender es —sin duda para mí— la idea más acertada de la educación inclusiva. Asimismo, obviar el poder de la evaluación para excluir poblaciones vulnerables de los sistemas educativos es también el error más peligroso de un educador porque tal como Bloom afirmó, el poder de los educadores es demasiado grande.

Así pues, este blog es una tarea pendiente con la comunidad educativa de habla hispana para comunicar cómo los docentes somos capaces de aplicar nuestro poder para lograr aprendizajes en el aula y evidenciarlos. Mi escritura no pretende ser motivacional ni activista por la educación inclusiva, sino aportar soluciones prácticas relacionadas con dos temas en el aula: 1) la medición de los aprendizajes y 2) la visibilidad de esos aprendizajes a través de las calificaciones que creamos en el año. Sin embargo, tal como lo hicieron Bloom y Carroll creo que llegó el momento de intercambiar ideas y generar investigación local en temas de evaluación.

Por ese motivo, organizaré un conversatorio con educadores de distintos niveles para aprender sobre los retos que enfrentan en materia de evaluación, medición y calificación de los aprendizajes en sus aulas, sin importar el nivel o el sector educativo.  Si desean participar, por favor completen este formulario para recibir una invitación al evento.