Yo fui una niña a quien le encantaba aprender. Lo recuerdo muy bien. A los siete años leí mi primer libro. Era un libro de historias. Mi favorita era la historia de una niña que había recibido una muñeca de regalo. Lo leía todas las noches. También recuerdo muy bien a mi maestra de primero primaria. Era muy cariñosa e inteligente. Se llamaba Carmen. Yo pensaba que Miss Carmen lo sabía todo. Ella le decía a mi mamá que yo era buena estudiante y que era inteligente. Me lo creí y nunca dejé de obtener buenas calificaciones en el colegio. Creo que fue por la señorita Carmen que cuando tenía nueve años decidí ser maestra.
Me convertí en maestra de preprimaria a los 18 años. Para entonces, aquel deseo de aprender se había convertido en un deseo por enseñar lo que había aprendido. Fui maestra solamente durante seis años. Recuerdo aquellos años en las aulas con mucha nostalgia y siempre provocan una sonrisa en mi rostro. Sin duda, ha sido una de las épocas más felices y satisfactorias de mi vida.
Cuando estaba terminando la licenciatura en Educación, comencé a trabajar como redactora de ítems de pruebas estandarizadas. Los redactores de ítems son docentes que escriben las preguntas de los exámenes nacionales. Sin saberlo en ese momento, aquella experiencia me cambió la vida para siempre porque la tarea de diseñar preguntas con las que los estudiantes pudieran demostrar su habilidad o conocimiento hizo tambalear mi confianza para enseñar. También me hizo comprender las implicaciones que tomar un examen tiene para la vida de una persona. Para algunas, significa perder un grado; hay otras que dejan de estudiar debido a los resultados de exámenes, entre otras consecuencias.
A partir de ese trabajo, comencé a pensar en la evaluación un poco más de lo que pensaba en la enseñanza, y me magnetizó la profesión de psicometría, la ciencia que mide las capacidades y los procesos mentales. En 2018, completé mis estudios de doctorado sobre este tema. Para entonces, había formado parte de equipos que desarrollan pruebas estandarizadas a gran escala en varios contextos, pero especialmente en Guatemala.
Tengo quince años de experiencia en evaluación educativa. Mientras más trabajo como psicometrista, más conozco sobre aprendizaje y la importancia de certificar aprendizaje y habilidad. Además, admito que hace 20 años estaba muy poco preparada para ser maestra. Me tomó un poco más de dos décadas comprender que las tareas que asignamos a nuestros estudiantes para demostrar lo que han aprendido deben constituir los objetivos de aprendizaje y, al mismo tiempo, el objeto de evaluación con el que podemos certificar que un estudiante está listo para el siguiente grado.
Ahora que creo que estoy un poco más preparada para ser maestra, estoy lejos de las aulas y de colegas docentes. Y cuando digo lejos, en realidad es lejos. Trataré de explicarme. Recientemente tuve la oportunidad de cambiar de trabajo y tuve la opción de elegir lo que quería hacer en el siguiente capítulo laboral de mi vida. Una de las opciones que más me atraía era volver a ser docente de kindergarten. Recordé cuan feliz fui 20 años atrás. Sin embargo, confirmé que, aunque aplicara a un puesto de trabajo como docente de preprimaria en Guatemala, nadie me contrataría. No me contratarían porque tengo más títulos de los requeridos para la posición y el respectivo salario, y, además, tengo solo seis años de experiencia como docente. No culpo a nadie. Es verdad que no cumplo el perfil del puesto. Sin embargo, no cumplir con perfil de puesto también evidencia la desconexión entre quienes hacemos evaluación y quienes tienen la responsabilidad y el privilegio de enseñar en las aulas.
Los psicometristas que diseñamos las evaluaciones para certificar estudiantes, para evaluar programas o la calidad educativa de un país o para diseñar currículos, entre otros usos, lo hacemos basados en las formas de aprender habilidades y destrezas. Y esto casi siempre difiere de los contenidos y las actividades que los docentes implementan en sus aulas. A su vez, los programas de profesionalización docente carecen de formación en evaluación educativa. No es que no se le dé la importancia debida, porque todos los docentes quieren y deben evaluar, pero pocos conocen las técnicas correctas para hacerlo y creo que también desconocen las implicaciones de las evaluaciones que realizan.
Entonces, pensé que es justo compartir algunos aprendizajes que veinte años de estudiar capacidades y procesos mentales y de diseñar instrumentos para medirlos que puedan ayudar a los afortunados docentes en sus aulas. Aquí van:
- Todas las evaluaciones que se realicen en el aula tendrán alguna o varias consecuencias para el estudiante. La mínima consecuencia será aprobar o no el curso, pero para algunos estudiantes la evaluación significará ingresar a la universidad o no, retornar a la escuela o no, entre otras, por lo que evaluar no se debe tomar a la ligera. Si yo fuera maestra de nuevo, decidiría para qué necesito evaluar y listaría las consecuencias de cada evaluación. Cabe decir que una consecuencia en contextos de evaluación formativa es retroalimentar.
- Para evaluar, hay que conocer el objetivo final de aprendizaje o de desempeño; por ejemplo, si evaluará a estudiantes de costura para otorgar el diploma de fin de curso, es importante determinar qué prenda de vestir debe lograr y con qué calidad. Hay muchas formas de determinar esto, y tampoco debe realizarse arbitrariamente. Si yo fuera maestra, discutiría los grandes objetivos de cada grado con mis colegas de grado y los directores o coordinadores de mi institución educativa. El currículo puede ser un buen referente.
- Nuestra enseñanza debe ser diseñada con ese objetivo en mente para que, al evaluar, podamos argumentar que el estudiante tuvo muchas oportunidades de aprender. Esa es, en esencia, nuestra razón de ser como maestros. Si yo fuera maestra, haría un círculo de lectura o una comunidad de aprendizaje con mis colegas para intercambiar las mejores prácticas docentes con miras en lograr objetivos.
- Si yo fuera maestra, estudiaría técnicas de evaluación. Empezaría por admitir que no hemos aprendido a evaluar. Vean el ejemplo de su servidora. A mí me tomó 20 años. Pronto en esta página podrán encontrar algunas opciones para continuar aprendiendo sobre el tema.
- Finalmente, si yo fuera maestra quisiera ser como Miss Carmen. Yo quisiera ser la maestra que tuvo total certeza de que yo era buena estudiante y podía aprender. Aquella actitud docente es simplemente inspiradora.