Como si nada, el ciclo escolar 2021 está por terminar. Este es el segundo ciclo escolar en el que los estudiantes han recibido sus clases a distancia o bajo un sistema híbrido. Como consecuencia de la pandemia y el confinamiento estos dos años, cada niño ha tenido diferentes oportunidades y experiencias de aprendizaje: algunos han tenido oportunidad de recibir clases a través de plataformas virtuales, otros han recibido tareas a través de los teléfonos celulares de sus padres y otros apenas han sido expuestos a material educativo en estos dos años. Por tal motivo, el mayor reto al finalizar este segundo ciclo escolar es certificar que los estudiantes han logrado las competencias del grado y que están listos para pasar al siguiente grado. Los docentes tienen el mandato legal de otorgar calificaciones para certificar que sus estudiantes aprendieron durante el año. Ante tal reto, la evaluación cumplirá un rol determinante.
La evaluación en el aula puede cumplir tres propósitos: 1) formativo, 2) sumativo y 3) evaluación de programas. Hoy no abordaré la evaluación de un programa educativo porque esta requiere del involucramiento de más actores educativos, no solo de los docentes y padres de familia. El reto principal del fin de ciclo 2021 se centra en la evaluación de tipo sumativo; es decir, en el tipo de evaluación que nos permite certificar el aprendizaje a través de las conocidas «calificaciones». Por lo tanto, me centraré en este tipo de evaluación.
Para otorgar una calificación de fin de ciclo que certifique que el estudiante está «listo» para pasar al siguiente nivel, se han usado diferentes estrategias de evaluación. Una es que el estudiante acumule tareas durante un período determinado y, luego, la suma o promedio de estas constituye la calificación. A pesar de que las tareas acumuladas avalen que el estudiante ha tenido oportunidades de desarrollar las habilidades, el solo hecho de acumular tareas no garantiza que ha desarrollado una habilidad; por lo general, estas tareas solo garantizan que el estudiante es responsable y dedicado. Es cierto que ser buen estudiante es una gran virtud, pero en repetidas ocasiones nos topamos con excelentes estudiantes que cumplieron con todas sus tareas y que aprendieron poco.
Para evitar lo anterior, los docentes recurren a exámenes de unidad ─bimensual o trimestral─ como una forma de corroborar que el estudiante logró los aprendizajes. Es más, entre educadores existe el mito de que «las pruebas objetivas» que replican técnicas de evaluación a gran escala como los ítems de selección múltiple son mejores cuando de certificar aprendizajes se trata. Lo cierto es que el solo hecho de utilizar ítems de selección múltiple no garantiza que la calificación del estudiante en la denominada «prueba objetiva» contiene la verdad absoluta sobre sus habilidades. Estas evaluaciones suelen contener mucho error de medición o son poco confiables. Para disminuir el error de medición que puedan contener este tipo de evaluaciones para reflejar la habilidad de un estudiante, es imprescindible otorgar al estudiante muchas más oportunidades para demostrar su habilidad.
Una forma de resolver esta limitación es a través de implementar evaluaciones cortas, pero más frecuentes, sobre las metas que se desean alcanzar durante un período determinado. Esta práctica tiene varias ventajas: 1) otorga más oportunidades al estudiante de demostrar lo que sabe hacer y, por tanto, la calificación es más confiable, 2) el estudiante adquiere el hábito de prepararse para demostrar lo que sabe rutinariamente, 3) los padres de familia pueden monitorear los aprendizajes de los estudiantes y 4) los estudiantes consolidan su aprendizaje.
Más allá de la confiabilidad de la evaluación sumativa que utilicemos, es importante notar que cualquiera que sea la evaluación que usemos parte del supuesto de que los estudiantes han tenido suficientes oportunidades para aprender aquellas competencias de las que se están evaluando. Es bien sabido que la pandemia ha presentado retos para garantizar este supuesto. Por tanto, al llegar a la evaluación sumativa, el estudiante debió haber tenido suficientes oportunidades para aprender, lo que implica no solo haber sido expuesto a los «contenidos» del curso, sino además que haya tenido oportunidades para practicar y corregir sus errores. Dicho de otra forma, debe haber habido un proceso sistemático de evaluación formativa.
La evaluación formativa se realiza con el único propósito de otorgar retroalimentación oportuna al estudiante. Si se tiene en mente una evaluación sumativa al final de un bimestre o trimestre, las evaluaciones formativas deben tener el propósito explícito de monitorear aprendizajes de forma progresiva; es decir, monitorear que el estudiante vaya logrando pequeñas porciones de la competencia general del grado. Con frecuencia, las evaluaciones para monitorear el aprendizaje toman la forma de ejercicios y tareas que se realizan con rutina en la clase. En el contexto de la pandemia, estas evaluaciones pueden hacerse en grupos más pequeños o bien uno a uno.
Con miras al futuro
Al reconocer que la pandemia continuará y, por consiguiente, también las modalidades híbridas y a distancia, entrego algunas recomendaciones para planificar las evaluaciones para el ciclo 2022.
- Alinear evaluaciones de una o varias metas claras de aprendizaje. Idealmente, cada meta representará una porción en el continuo de aprendizaje de una habilidad; por ejemplo, resolver sumas de dos dígitos, leer con fluidez textos propios del nivel de grado, etc. Es importante que tanto los padres como los estudiantes tengan claridad de la meta que se debe lograr durante el período determinado.
- Planificar evaluaciones que reflejen diferencias significativas entre estudiantes en el dominio de la meta. Las buenas evaluaciones pueden diferenciar a los estudiantes que tienen la habilidad de los que no. Para lograr que las evaluaciones reflejen las diferencias entre estudiantes en cuanto a su dominio de la habilidad, es necesario que la tarea o ítem que se elija para evaluar los rete. Las tareas muy fáciles o memorísticas no retan lo suficiente al estudiante y no es posible determinar cuánto puede hacer. Al mismo tiempo, las tareas que se elijan deben ser consistentes con los ejercicios que el niño ha tenido oportunidad de hacer para corregir sus errores.
- Planificar evaluaciones cortas y con ítems de desempeño. Las evaluaciones no necesitan ser largas y complicadas para dar información sobre cuánto sabe un estudiante. Sin embargo, sí requieren ser diseñadas con cuidado para que provean la información indispensable para predecir la instrucción necesaria y lograr que el estudiante avance. Para lograr este objetivo, se requiere que las preguntas o ítems que se usen en la evaluación requieran que el estudiante produzca una respuesta. Estos ítems se conocen como ítems de desempeño.
- Implementar un sistema de monitoreo y retroalimentación. Durante el ciclo escolar, es importante que el estudiante se evalúe con frecuencia y reciba retroalimentación inmediata de un docente. Asimismo, es indispensable registrar el progreso del estudiante para lograr la meta e informar a sus padres para que pueda recibir el apoyo necesario.
En conclusión, enfrentar el reto de certificar qué estudiantes lograron las competencias del grado y, por consiguiente, están listos para pasar al siguiente, recordemos que nuestra decisión debe fundamentarse no sólo en las evidencias de que el estudiante tuvo suficientes oportunidades de aprender, sino también en evaluaciones confiables y congruentes con dichas oportunidades de aprendizaje. Además, recordemos que la certificación que otorgamos al final de este ciclo escolar tendrá implicancias para la vida del estudiante y sus padres. Algunas de esas implicancias serán socioemocionales. Entonces, procuremos que la decisión no sea arbitraria. Finalmente, no empecemos el 2022 sin visualizar lo que queremos lograr al final del próximo año. Dos años resultan demasiados cuando de falta de educación o de perder el grado se trata.