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Reflexiones de una mamá maestra

Me encanta ser mujer

Me encanta ser mujer.  Me encanta ser mujer profesional. Me encanta ser hija, hermana, esposa y madre. Me encanta ser empleada, me encanta ser estudiante y me encanta ser ciudadana guatemalteca. Me encantan todos los roles que vivo día a día.  Me encanta porque todos y cada uno de ellos los elegí yo misma.  Nadie eligió por mí que yo fuera madre o esposa.  Nadie eligió por mí la profesión a la que me dedicaría.  Nadie eligió por mí el empleo al que yo aplicaría y en el que crecería como profesional. 

Hoy me doy permiso de celebrar las oportunidades que he sido afortunada de tener y me doy el crédito por haber superado las dificultades que se me han atravesado en el camino.  Pero más que celebrar los éxitos de tantas mujeres inspiradoras, el día de la mujer es para recordarle a la humanidad que un gran porcentaje de mujeres en el mundo no han tenido la libertad de elegir los roles que ha asumido.  La celebración de día de la mujer es para que la humanidad reflexione sobre los derechos de todos los seres humanos, sin importar el sexo.  Todos tenemos derecho a: ser libres, a la educación, la salud (emocional y física) y el trabajo.   

Sin embargo, aún más importante, el día de la mujer es para continuar la lucha por los cambios políticos e institucionales para que las mujeres puedan tener las mismas oportunidades que sus pares hombres.  Aunque yo he sido afortunada, mi historia para convertirme en académica y en profesional es un ejemplo de las barreras que muchas mujeres atraviesan para llegar donde están.  Por ello, se las comparto.

No es secreto que, tras haber obtenido un crédito – beca, mi familia y yo viajamos a otro país para que yo estudiara un doctorado en investigación y medición educativa. Tampoco es secreto que al viajar solamente había nacido nuestro primer hijo y que, en el extranjero y a mitad del doctorado, nació nuestra segunda hija. Al culminar mis exámenes privados, mi esposo y yo decidimos volver a Guatemala y decidimos tener a nuestro tercer hijo.  Desde Guatemala y con mis tres retoños, continué escribiendo mi disertación tal como había acordado con mi asesor y la universidad. 

Todo iba bien hasta que a medio proceso de escribir mi disertación, la organización que me había otorgado el crédito-beca me llamó para decirme que se había terminado el tiempo máximo (5 años) en el que podía terminar mi doctorado y que al no haber terminado de escribir mi disertación en ese momento, eliminarían la parte de “beca”, del crédito-beca que había obtenido y que ahora yo tendría una deuda por la cantidad completa que me habían otorgado, aumentarían los intereses y reducirían el tiempo para pagar la deuda a la mitad de los años. Indudablemente la noticia me puso contra la pared porque yo tenía que decidir si seguir estudiando o buscar un segundo empleo para cubrir la deuda que tenía con la institución. 

A dicha reunión asistí con mi tercer hijo en brazos a quien yo amamantaba en ese momento. Ante la noticia de la sanción económica, quise responder explicando la naturaleza de mi estudio y que la razón por la que no había terminado era metodológica. Yo elaboré un estudio longitudinal que implicaba varias mediciones el tiempo.  Además, quería que supieran que el promedio para culminar doctorados en el mundo era de 8 años, a lo cual, el límite de la institución no estaba ni cerca. Sin embargo, antes de escuchar mi respuesta, la persona que me informaba sobre mi deuda con la institución me dijo algo que nunca olvidaré: “supongo que haber tenido dos hijos más desde que empezaste tus estudios te ha impedido terminar tu disertación”. 

En ese momento entendí que, las instituciones, por ejemplo, esta que otorga becas universitarias, siguen operando bajo los prejuicios que cada 8 de marzo se tratan de erradicar.  Prejuicios como que las mujeres que deciden ser madres no pueden ser profesionales o no deben ser contratadas porque los hijos son un impedimento para cumplir sus funciones.  O que no se debe o puede ser académica y madre a la vez.  

Afortunadamente y después de una batalla legal, superé esos tiempos difíciles y culminé mi doctorado con una mención honorífica por mi trabajo de disertación.  Hoy sigo celebrando haber luchado por mis derechos y mis sueños y, al mismo tiempo rindo homenaje a cada mujer que ha alcanzado sus sueños, por grandes y pequeños que sean.  Asimismo, cada 8 de marzo celebro a mis amigos que me dieron el empujón cuando lo necesitaba. Porque cada uno de ellos es un agente de cambio.

Aquella experiencia para culminar mis estudios me transformó para siempre.  Ahora soy sensible a la discriminación por género.  Sobre todo, a aquella que es sutil y aquella que está arraigada en instituciones públicas y privadas.  Desde aquella experiencia, aprendí que en escribir nuestras historias y en apoyarnos unas a otras están los cambios para que las mujeres del futuro alcancen sus sueños con menos obstáculos.