Mi mami tiene un don de servicio especial. Ella siempre ayudará al prójimo sin esperar nada a cambio. Hace unos días me contó que varios niños, vecinos de su barrio, se acercaron a ella para pedirle que les enseñe a leer, escribir y los números. Me contó que sus amiguitos vecinos no aprendieron mucho el año pasado y están muy desilusionados porque vamos por abril y no han recibido ningún material de la escuela. Tampoco sus padres saben leer y escribir. Esa tarde mi mamá se acercó a mi para preguntarme qué podía hacer para ayudarlos. Cuando me lo contó, todo lo que pude hacer fue suspirar. Creo que, mi mamá entendió por mi suspiro que al aceptar ayudar a sus vecinos se estaría comprometiendo a un gran reto.
A estas alturas de la pandemia, es claro que cualquier variante de educación a distancia que se ha implementado no ha logrado aprendizajes en los niños, sobre todo los más pequeños. Y, repitan después de mi: “los grupos grandes en clases virtuales NO han sido, no son, ni serán efectivos”. No son efectivos por una sola razón: la comunicación es de una sola vía. En las clases por televisión, radiales, por YouTube o Zoom no es posible la interacción entre docentes y alumno necesaria para aprender. Esa falta de interacción, ya sea porque se les solicite a los niños que tengan el micrófono apagado o porque no haya micrófono, no permite mantener la atención del estudiante necesaria para aprender.
Al mismo tiempo, los niños no pueden volver a clases presenciales de inmediato. En medio de una tercera ola de contagios y al paso que vamos con la gestión de las vacunas, solo estaríamos poniendo en riesgo la salud de todos. Aún si nos arriesgáramos a volver a las aulas, el pronóstico es que haya cierres de las escuelas prolongados hasta que se contenga la pandemia. Entonces, ¿qué queda? ¿Esperar a que todo pase y seguir sin aprender?
Yo no creo eso. Yo creo que queda exactamente el recurso de mentoría que le solicitaron a mi mami. Un mentor es una persona que conoce las fortalezas y debilidades de su estudiante, facilita su aprendizaje en un formato de uno a uno, propicia las prácticas o ejercicios para que practique por si mismo, rectifica que vaya aprendiendo y retroalimenta.
La mayoría de los padres de familia nos hemos convertido en dichos mentores de nuestros hijos. Otros nos hemos apoyado de mentores o tutores contratados, cuando el presupuesto familiar lo permite. Lo cierto es que nos hemos convertido en educadores improvisados y hemos asumido un rol determinante para que nuestros hijos continúen aprendiendo. Nuestro rol va mas allá de exigirles a nuestros hijos que pongan atención a sus clases virtuales o de comprar los dispositivos electrónicos. La intuición nos ha obligado a explicar, retroalimentar, propiciar prácticas, rectificar y a aprender a enseñar. Eso sin mencionar aprender a cuidar la salud emocional de nuestros hijos, a gestionar el tiempo de estudio, de juego y un largo etcétera que no es tema de esta publicación.
Personalmente, para ejercer el rol de mentora de mis hijos he adquirido varios recursos. Primero, obtuve las plataformas virtuales de la escuela de mis hijos, aprendí la forma de entregar tareas y a monitorear las actividades que realizan en estas plataformas. Con ello, tengo acceso a la información que están recibiendo mis hijos, tanto como pude. Además, adquirí varios libros sobre cómo aprenden los niños las habilidades básicas en un segundo idioma. Tercero, me aseguré de que mis hijos tengan todos los libros de texto que les pidieron en la escuela. Y, por último comparto con un círculo de amigas mamás nuestras experiencias como mentoras de nuestros hijos.
Lamentablemente, la escuela de mis hijos, como creo que es el caso de todas las escuelas y de las autoridades educativas, ignoran el rol de mentor que ejercen los padres o la vecina (en el caso de mi mami) durante la pandemia. Lo afirmo porque las escuelas y las autoridades siguen diseñando clases virtuales asumiendo que son efectivas y que los niños aprenden solos, cuando es todo lo contrario. Creo que la educación del futuro debe potenciar el rol de los mentores y no solo de padres que proveen dispositivos. Mejor aún sería que los docentes asumieran un rol de mentor en lugar de un instructor virtual. Algunos elementos que hacen falta para potenciarnos como mentores son los siguientes:
- Los padres debemos dejar de exigir una reapertura de escuelas, que de momento es insostenible, y empezar a exigir un modelo de mentoría virtual o presencial donde los niños reciban retroalimentación oportuna de sus docentes individualmente o en grupos pequeños.
- En lugar de perder el tiempo en clases virtuales con grupos grandes y poco efectivas o de sentarnos a esperar que podamos volver a las aulas, exijamos calidad de tiempo entre nuestros hijos y sus docentes. Cuando el acceso a clases no es de calidad, no habrá aprendizaje.
- Todos los involucrados en la educación de los estudiantes (padres, docentes, niños) deben comprender cuales son las habilidades mínimas que se espera que logren los niños en cada grado. Conocer las habilidades mínimas no es lo mismo que nos informen un listado de contenidos a cubrir en el año.
- Los materiales (libros de texto, guías de autoaprendizaje) que se diseñan deben propiciar la correcta interacción entre el mentor (papá, mamá o docente) y los alumnos (hijos). Si, por el contrario, los materiales se diseñan para que el alumno aprenda por sí mismo, dejamos afuera a todos los niños que no comprenden tal material, pero que pueden encontrar mentoría.
- Las escuelas deben aceptar el rol de los papás y formarlo para poder sostener posibles cierres prolongados de las escuelas. De la misma forma, los padres debemos asumir este rol por bien de nuestros hijos.
- No está de más propiciar espacios para que los padres/mentores aprendamos unos de otros.
En conclusión, creo que mi mami podría superar el reto de ser mentora de sus vecinos si: 1) ella supiera qué se espera que los niños dominen al final del grado que están cursando, 2) tuviera los materiales que le permitan interactuar con los niños de la manera adecuada y 3) prepara espacios seguros para interactuar uno a uno con cada niño y no poner en riesgo su salud. Después de todo, el compromiso porque sus vecinos aprendan ya lo tiene. Pero, un compromiso y buena voluntad sin el recurso y orientación necesarios, solamente sería replicar la misma condena de la educación sin logros de aprendizaje que tantos años ha sufrido Guatemala.