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Reflexiones de una mamá maestra

¿Cuándo se volvió tan difícil contar casos?

Vivo en Guatemala.  Hoy día, 28 de junio de 2020, se reportan 16,930 casos totales de COVID-19 en el país, de los cuales 13,049 son casos activos, 3,152 son casos recuperados y 727 son casos fallecidos.  Dos de los casos fallecidos, son personas que murieron por causas ajenas al COVID-19 pero que habían tenido la enfermedad. Sin embargo, en las últimas semanas las redes sociales han evidenciado desfases en el conteo reportado por las autoridades de salud del país.  Por ejemplo, el 15 de junio varios usuarios de twitter demandaban explicación por 50 casos que no cuadraban entre varios reportes oficiales.  De igual forma, el 26 de junio hubo controversia por 800 casos del conteo que no pertenecían al conteo de ese día.   La confusión en el reporte de los datos ha provocado incredulidad en las cifras “oficiales” de contagio de la enfermedad.   En Facebook he leído denuncias de casos que no son reportados por los laboratorios privados a las autoridades de salud y por tanto no contabilizados en los datos oficiales.

Contar elementos en un conjunto es una de las habilidades numéricas más básicas. Sin embargo, si consideramos la controversia por el conteo de los datos recientemente en Guatemala, pareciera que contar es la tarea más difícil a la que se han enfrentado algunos en esta crisis. Puede ser que la causa de los datos imprecisos sean una decisión mal intencionada de alguna o algunas personas, como se afirma en las redes sociales.  Pero, tomando como referencia los indicadores educativos de matemática de Guatemala, yo tengo la hipótesis que la deficiencia en la habilidad para contar está altamente relacionada con la educación preescolar. Además, tengo la hipótesis que arrastramos las deficiencias en habilidad numérica, incluso, hasta enfrentarnos con la tarea de crear tablas de datos para generar estadísticas descriptivas, entre otros análisis.

La habilidad de asociar una cantidad con un número, así como la habilidad de subitización están entre las habilidades más importantes, que, según la literatura, se deben aprender en la educación preescolar.  La habilidad para subitizar es la capacidad que tienen las personas para reconocer cantidades pequeñas a golpe de vista y sin necesidad de contar.   Un ejemplo en el que utilizamos esta habilidad es cuando jugamos dominó.  Por lo general no tenemos que contar cada elemento de la ficha para saber que es un 6 o un 4, lo hacemos a golpe de vista. Esta habilidad introduce la idea de cardinalidad en los niños entre 3 y 6 años.  La cardinalidad de un conjunto finito es simplemente el número de sus elementos.  Sin embargo, desde la enseñanza en preprimaria a la creación de a tabla de casos de COVID-19 en el país, la dificultad está en la definición de las características de los elementos de cada conjunto.  

Tomaré como ejemplo, dos páginas del libro de texto de mi hijo de 4 años. Ahora que llevo más de 100 días de mamá maestra, he tenido oportunidad de conocer los textos de mis hijos a profundidad. La primera página que mostraré es una típica de casi el 40% del libro y muestra el enfoque tradicional de preprimaria para desarrollar el concepto de cantidad y número.  Es decir, aquellas páginas en las que los niños deben asociar el número-numeral utilizando imágenes creativas y llamativas. O bien, aquellas que promueven actividades grafo motoras, artísticas o de percepción de las diferencias entre elementos. En el libro de texto de mi hijo de 4 años hay exactamente 3 páginas de 119 en total donde mi hijo debe contar elementos con imágenes, preciosas pero confusas, y ninguna donde se practica la subitización.  En el mismo texto, hay 25 páginas con planas de los números del 1 al 20.

Por otro lado, cuando se trata de pertenencia a un conjunto, los libros de texto presentan imágenes que combinan muchas características cuestionables sobre los elementos de un conjunto.  En la segunda imagen, tomada del mismo libro de texto, mi hijo debe inferir en el primer conjunto que los crayones son útiles escolares y la pelota no. En el segundo que el carro y el bus son transportes y la flor no y pintar el elemento que no pertenece.  Pero, bien pudiera un niño clasificar todos los elementos como juguetes, en cuyo caso no habría ningún elemento fuera de lugar. Dicho de otra forma, cualquiera sea la interpretación de las imágenes, el conteo será diferente.

A close up of text on a whiteboard

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Cuando este mismo concepto se transfiere a datos para elaborar estadísticas o modelos matemáticos, el problema es el mismo. Definir quién pertenece al conjunto de los contagiados y al de los recuperados es el asunto. De la pertenencia o asignación de variables dependerá el conteo.   Por tanto, la transparencia para reportar los protocolos para contar o no en cada una de las clasificaciones, la hora cierre de conteo, entre otros aumentarían la confiabilidad y validez de los datos que se reportan y contar no se percibiría tan difícil.

En conclusión, aunque he planteado la problemática del conteo de casos del COVID-19 como una consecuencia dramática de los comienzos deficientes de los guatemaltecos en matemática, la moraleja de la historia es que es urgente que las preprimarias empiecen a enseñar habilidad numérica con metodologías basadas en evidencia y no en la falsa idea que el propósito de la preprimaria es que el niño “juegue o se entretenga”.   Sino en una etapa crítica para sentar las bases de competencias básicas para la vida, como lo son la competencia numérica, la lectura y la escritura.  Es cierto, también que en la preprimaria se desarrollan los hábitos de convivencia social, el gusto por el arte, la motricidad entre otros.   Pero, descuidar aspectos importantes como el descrito en este artículo en cuanto a las bases matemáticas por priorizar actividades de motricidad o arte, puede luego resultar no solo en bajos niveles de desempeño en las competencias, sino también en menor calidad de vida para los ciudadanos.  No es noticia nueva que los ciudadanos con menos competencias en el país son los más vulnerables. En tiempos de crisis como la de ahora, esta relación no podría ser más evidente.

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Reflexiones de una mamá maestra

Papás invocando a Sócrates

En el último artículo que escribí, argumentaba sobre la capacidad que, como consecuencia de la pandemia, tenemos ahora los padres de familia para observar las clases de los docentes.   Asimismo, ahora tenemos la capacidad de monitorear y verificar, en nuestro rol de padres docentes, el aprendizaje de nuestros hijos. 

Al final del artículo, lancé un par de preguntas abiertas donde indagaba sobre los métodos que los padres y docentes utilizan actualmente para verificar que los niños estén aprendiendo desde sus casas.  En las últimas dos semanas he recibido respuestas de treinta y tres personas.  Entre las personas que respondieron, 90% son padres que están fungiendo como docentes de sus hijos actualmente. De ellos, 33% también son docentes que están enseñando virtualmente a sus estudiantes.  

Las respuestas fueron fascinantes de leer. Hubo un par de padres que respondieron que no sabían si sus hijos estaban aprendiendo; ellos simplemente confiaban en la calificación de la maestra.  Otros padres respondieron que asumían que había aprendizaje si sus hijos completaban sus tareas; aún más si las completaban sin ayuda.  Sin embargo, la mayoría de los padres y docentes respondieron que utilizaban alguna forma de cuestionamiento (preguntas y respuestas) para verificar que sus hijos o alumnos están aprendiendo. “Les hago preguntas relacionadas con los temas que están aprendiendo” y “realizo preguntas cuando me entregan los trabajos finalizados”, fueron algunas de sus respuestas.

La evidencia ha mostrado que, después de las clases magistrales, las preguntas, son el método más utilizado por los docentes para enseñar (Cotton, 1988).  A pesar de la frecuencia de uso, la destreza de preguntar es un arte. Aquellos docentes que llegan a dominar el arte de las preguntas y respuestas en el aula logran los mejores aprendizajes de sus alumnos (Arslan, 2006).  

Los psicometristas, incluyéndome, pasamos la vida estudiando a profundidad las preguntas de las pruebas, así como las respuestas que los estudiantes dan a cada una.  Creamos modelos matemáticos para argumentar que una persona tiene cierta habilidad o rasgo basándonos en el baile entre las preguntas que lanzamos y las respuestas que obtenemos.  Así que, saber que los padres están en la misma pista de baile que los docentes fue emocionante. A la vez, en mi rol de madre, docente y psicometrista sentí la responsabilidad de dar algunas recomendaciones para que los padres incursionemos en el arte socrático de cuestionar a nuestros hijos cada vez mejor.

Preguntas de bajo y alto nivel cognitivo

Existen diferentes tipos de preguntas.  Las diferencias están en el nivel cognitivo que requiere de los estudiantes para responderlas.  Las preguntas de bajo nivel cognitivo son aquellas que únicamente demandan que los estudiantes recuerden información para producir la respuesta.  Por ejemplo: ¿En cuántos departamentos está dividida la república de Guatemala? Se sabe que los docentes realizan este tipo de preguntas al menos 60% de las veces durante sus clases (Cotton, 1988).  Las preguntas de alto nivel cognitivo son aquellas que invitan a los estudiantes a usar la información que adquirieron previamente para producir o argumentar la respuesta.  Por ejemplo: ¿En qué basas esa opinión? o ¿En cuáles casos crees que aplica esa regla? Se sabe que los docentes realizan este tipo de preguntas 20% de las veces en sus clases (Cotton, 1988).   

No hay evidencia que soporte que un tipo de pregunta sea mejor que otra porque ambas pueden ser efectivas para distintos propósitos. Por ejemplo, en primaria, las preguntas de bajo nivel cognitivo ayudan a que los estudiantes adquieran conceptos básicos.  De forma similar, se sabe que, en la secundaria, las preguntas de alto nivel cognitivo facilitan mayores progresos en los aprendizajes de los estudiantes. Sin embargo, en los grados inferiores limitar las preguntas a aquellas de bajo nivel cognitivo puede producir un estancamiento en el aprendizaje, ya que los estudiantes no tienen oportunidad de utilizar la información que van aprendiendo.  En conclusión, cada tipo de pregunta produce beneficios en diferentes situaciones.  Como dije anteriormente, saber usar cada tipo de pregunta para apuntar a las necesidades de cada estudiante, es un arte.

¿Qué debemos hacer y qué no debemos hacer al usar este método con nuestros hijos y alumnos?

En el arte de preguntar, no hay nada escrito en piedra.  Aquí algunas recomendaciones de lo que si debemos hacer y lo que no. Después de todo, mientras seamos maestros de nuestros hijos, debemos mantener la buena relación con ellos.

Lo que si Lo que no 

(Arslan, 2006; Cotton, 1988)

(Wragg, 2001)
Hacer preguntas de bajo y alto nivel cognitivo

Plantear las preguntas de forma tan clara como sea posible

Corregir las respuestas incorrectas, si el tipo de pregunta tiene una respuesta correcta

Retroalimentar la respuesta de los niños cuando la pregunta no tiene respuesta correcta ni incorrecta. 

Dar tiempo suficiente para que el niño responda
Hacer demasiadas preguntas a la vez

Hacer una pregunta y responderla usted mismo

Hacer preguntas solo a los alumnos más brillantes o agradables

Hacer una pregunta difícil demasiado pronto en la secuencia de introducir nuevos temas

Hacer preguntas irrelevantes

Hacer siempre los mismos tipos de preguntas 

Hacer preguntas con tono amenazante

No dar tiempo a los niños para pensar la respuesta

No corregir las respuestas incorrectas

Ignorar las respuestas de los niños