En la escuela, el número 0 tiene un simbolismo de fracaso o de irresponsabilidad. No hay nada más tenebroso, más intimidante o donde el niño se sienta más impotente que cuando la figura de poder en el aula le aplica el cero por cometer un “error”.
Así, el cero se asigna cuando los estudiantes no entregan las tareas o cuando se comportan inadecuadamente. El cero rara vez se asigna para evidenciar el aprendizaje de un estudiante. Más bien, se asigna para disciplinar o enviar un mensaje de poder sobre el estudiante.
Paradójicamente, en evaluación, el cero representa un punto en la escala de calificación, no falta de información de lo que se desea medir porque, a decir verdad, nadie tiene nulo conocimiento o “cero” habilidad en algo. Dicho de otra forma, los evaluadores reconocemos que, al asignar cero cuando no hay evidencia de lo que se desea medir, se puede introducir error en la calificación de forma sistemática: «No tener evidencia de lo que un estudiante no sabe no es lo mismo que tener evidencia de que el estudiante no sabe nada» (Feldman, 2019, p.77).
Veamos este ejemplo adaptado de Feldman (2019):
Pez | Peso |
Pez A | 2 libras |
Pez B | 1.5 libras |
Pez C | 3 libras |
Pez D | 2 libras |
Pez E | —- |
Como notarán, desconocemos el peso del Pez E. Si el pescador vendiera a Q20.00 cada libra, lo lógico sería que el comprador pagara Q.170 por los peces A, B, C y D y que no comprara el pez E porque desconoce su peso. Asimismo, el vendedor no entregaría el pez E sin cobrar nada al comprador por la misma razón. Ahora veamos el siguiente cuadro:
Asignación | Porcentaje basado en respuestas correctas |
A | 80 |
B | 60 |
C | 100 |
D | 60 |
E | 0 (no entregó la asignación) |
Al igual que el pescador, no tenemos información sobre el desempeño del estudiante en la tarea E. Puede ser que el estudiante haya decidido no hacerla, se haya enfermado el día anterior, la haya olvidado, no la haya entendido o cualquier otra razón. En un sistema de calificaciones bajo la costumbre de obtener el promedio de porcentajes de respuestas correctas en las asignaciones y donde se castiga la no entrega, el estudiante obtendría 60 en lugar de 75 al dividir la suma de calificaciones dentro de 5 y no dentro de 4 asignaciones. ¿La pregunta es si el 60 representa el desempeño del estudiante en una competencia o representa otra cosa? ¿Defenderíamos que la calificación frente a los papás del estudiante o ante un supervisor?
Probablemente la respuesta a las preguntas anteriores sería «NO». Sin embargo, algunos profesores preguntarán de qué forma incentivarán a los estudiante para completar sus asignaciones si no es a través de castigar o premiar por medio de las calificaciones. Es que erradicar el cero de los sistemas de calificaciones representa una batalla contra nuestros propios paradigmas, tanto como educadores y como estudiantes. Incluso, algunos estudiantes prefieren obtener el cero por no entregar una tarea que intentar hacer un trabajo con el cual se ponen en evidencia de no ser competentes (Feldman, 2019, p.78).
La solución retorna al propósito de calificar. En las instituciones educativas, las calificaciones son las que respaldan las decisiones que los docentes toman sobre el aprendizaje de los estudiantes, la aprobación de los cursos y la necesidad de repitencia. De la misma manera, los resultados anteriores inciden en la decisión de los estudiantes de desertar. Las calificaciones como las conocemos, con porcentajes, promedios y ceros, son consecuencia de los paradigmas que heredamos de la revolución industrial. Desde ese momento, nos creímos que las calificaciones son un buen motivador extrínseco y que los números en una calificación contienen la absoluta verdad sobre la capacidad de una persona. Sin embargo, por décadas, se ha sabido que las calificaciones que asignan los profesores son poco confiables y poco certeras porque contienen números que representan algo diferente al aprendizaje del estudiante en un curso, como el acto de entregar o no una tarea. Recientemente, bajo los nuevos marcos de validez de las evaluaciones, también se argumenta que las calificaciones contribuyen a las inequidades sociales que existen en las escuelas (Guskey, 2004).
Por tanto, autores como Reeves (2004), Guskey (2004) y Feldman (2019) han iniciado una batalla en contra de asignar cero en las escuelas. Esta solución conlleva hacer otros cambios en los sistemas de calificaciones como reducir las escalas y eliminar la tradicional escala de 0 a 100, buscar alternativas al cálculo de promedios, entre otras. Lo cierto es que, por más incluyentes que queramos ser en las escuelas, sin pasar por los sistemas de calificaciones es probable que nunca erradiquemos la inequidad en la educación.
Crédito de la imagen: Julián Véliz